Aislemos las manzanas podridas

Aislemos las manzanas podridas

Los altos mandos de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional se esfuerzan cada vez más por lograr que la conducta de sus miembros sea intachable, de apego a las reglas de convivencia.

En el aspecto institucional, la prédica en ambas instancias ha hecho énfasis en el afianzamiento de valores morales y vocación de servicio para bien de la comunidad.

Sin embargo, a pesar de estas prédicas, hay hechos aislados que parecen indicar que hay que redoblar los esfuerzos para una profilaxis más minuciosa y exigente.

Se trata de hechos como el ocurrido en el kilómetro 40 de la autopista Duarte, en el que un raso de la Policía murió y un civil que actuaba en complicidad con éste resultó herido cuando intentaban asaltar a un sargento del Ejército Nacional, cuyo vehículo forzaron a detenerse a balazos.

Y se trata del caso en que un sargento de la Fuerza Aérea Dominicana mató a balazos al ex campeón de boxeo Agapito Sánchez, conocido en el mundo pugilístico como «El Ciclón».

Hace poco, un raso de la Policía que era asaltado mató a uno de sus agresores, que resultó ser policía. Se trata de hechos lamentables, ajenos a la voluntad y mística de los mandos, pero que influyen negativamente en la imagen de las instituciones a que pertenecen los que se hayan apartado de la ley, usando autoridad, uniformes y armas para delinquir en vez de servir a la sociedad.

—II—

Independientemente de que se sancione a los militares y policías que resultaren responsables de actos contra la ley, queda en los ciudadanos un sentimiento de desconfianza, no propiamente hacia las instituciones como tales, sino hacia los hombres y mujeres de uniforme que están sirviendo en las calles.

Hay que intensificar los esfuerzos moralizantes que sin duda se han estado haciendo en los ámbitos militar y policial, por lograr que cada vez sean mejores servidores quienes vistan los uniformes.

Es posible que estemos pidiendo algo difícil de lograr, pues no hay forma de vigilar lo que hace cada hombre de uniforme en su tiempo libre, pero hay que pensar en el daño de imagen que pueden causar las acciones aisladas de unos pocos que hayan decidido apartarse del buen camino para enlodar su hoja de servicio.

Hay que pensar que los que hemos citado como ejemplos son casos en que ha sido inevitable descubrir el vínculo de algunos de los caídos o victimarios con ramas castrenses o de la Policía.

Hay que presumir que deben haber ocurrido casos en que los violadores de la ley se hayan salido con la suya sin que hayan sido identificados como policías o militares, aunque lo fueran.

La aspiración de todos es que, además de los esfuerzos moralizantes de rutina, los mandos militares y policial logren diseñar estrategias que reduzcan aún más la posibilidad de que haya quienes empañen los uniformes. Hay que aislar las manzanas podridas.

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