Al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez (1 de 2)

Al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez  (1 de 2)

Jesus de la Rosa.

El vicealmirante retirado de la Armada de República Dominicana Eurípides Antonio Uribe Peguero, en su libro “Militares y Autoritarismo”, editado y publicado aquí en el año 2015, les pide a los jefes militares que hayan participado en acciones deleznables que reconozcan sus errores y que procedan a desagraviar a la sociedad dominicana. El historiador británico Eric Hobsbawm considera, en su obra“Guerra y Paz en el Siglo XX” que el siglo 20 ha sido el más sangriento en la historia conocida de la humanidad. Todo lo referido a la Primera y la Segunda Guerra Mundial despierta un amplio interés entre los estudiosos de la historia y se cuentan por millares los libros dedicados a esos fines. Se estima en más de 77 millones el número de personas muertas en ambos conflictos. La Primera y Segunda Guerra Mundial se constituyeron en los mayores desastres de la historia provocados por la mano del hombre. Pero esas cifras, por dramáticas que sean, solo dan cuenta de parte de esas desgracias. ¿Qué decir de los daños materiales sufridos por los europeos durante esas guerras? ¿Qué decir de las muertes debidas a causas naturales ocurridas entre 1914 y 1945 y del número de niños no concebidos o no nacidos a causa de esas guerras? Resultan igualmente dramáticas las cifras de los muertos y desparecidos a causa de la represión desatada por dictadores latinoamericanos entre los años 1945 y 1973. En Argentina, 46 mil muertos entre 1974 y 1983; en Cuba, 20 mil muertos entre 1952 y 1958; en Colombia, 300 mil muertos entre 1946 y el fin de la Guerra Fría; en Chile 3 mil personas asesinadas durante la dictadura de Pinochet; en El Salvador, 75 mil muertos entre 1980 y 1922; en Guatemala 200 mil muertos entre 1960 y 1994; y en Haití, 45 mil muertos entre 1958 y 1985. Resulta incontable el número de personas asesinadas durante los gobiernos dictatoriales de Somoza, de Fujimori y de Trujillo.
La contienda bélica de Abril de 1965 tuvo sus razones de ser en una serie de sucesos, entre los que sobresale el golpe de Estado militar de septiembre de 1963 que derrocó el Gobierno Constitucional del profesor Juan Bosch. Esa gloriosa gesta terminó dejando un saldo de cerca cinco mil muertos, entre ellos, la Cruz Roja Dominicana alcanzó a registrar 600 en el bando constitucionalista; 500 entre los golpistas de San Isidro; 425 entre los agentes del orden público; 2,850 entre la población de civiles no combatientes y 176 entre los militares interventores yanquis. Claro está que se trata de cifras aproximadas.
La Guerra de Abril de 1965 ha sido una fuente inagotable de enseñanzas morales y políticas. Esa fatídica pugna puso a prueba toda suerte de intereses creados y elevó a la superficie de un mar revuelto de pasiones los bajos fondos de los instintos humanos entrelazados con excelsas manifestaciones de espiritualidad y de idealismo. La pasión con la que luchamos en Abril de 1965 en parte ha dificultado el predominio de la objetividad, sobre todo en lo tocante a los roles desempañados por cada uno de nosotros los protagonistas de esa gloriosa gesta. Gracias a las labores de investigación llevadas a cabo por historiadores dominicanos y por unos que otros extranjeros, hechos como los asesinatos de personas indefensas están hoy fuera de toda duda razonable. También, bien se sabe el tratamiento que los invasores le dieron a los asuntos militares, incluida las disensiones entre los generales y coroneles de San Isidro y sus rectores yanquis.
No olvidemos que estamos moralmente comprometidos a describir los hechos de Abril de manera objetiva y apegada a la verdad.

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