Al cuerpo diplomático

Al cuerpo diplomático

Un viejo amigo, diplomático acreditado ante el gobierno chileno, me mostró la placa oficial de su automóvil, marcada con dos letras: C.D., esto es, “cuerpo diplomático”. Entonces, sonriendo, me dijo: esas siglas quieren decir “comer y dormir”. Ciertamente, muchos de nuestros representantes diplomáticos no hacen más que asistir a cócteles, almuerzos, recepciones, fiestas ceremoniales. Y para beneficio del país que los envía y mantiene, desarrollan muy poco trabajo. Se dice que a los diplomáticos les encantan los quesos; que las degustaciones de quesos y vinos los enloquecen. Circulan anécdotas viejísimas sobre este asunto del queso. Una de ellas procede del famoso Congreso de Viena, de 1815, tras la derrota de Napoleón.

Cuando las monarquías de Inglaterra y del imperio austro-húngaro discutían el futuro institucional de Francia, los diplomáticos reunidos allí, cantaban una marsellesa para sibaritas: en lugar de “allons enfants de la patrie, le jour de gloire est arrive”, exclamaban: “le fromage est arrive”. Al llegar el queso, las deliberaciones se reanudaban para restaurar la monarquía derrocada con la auténtica, heroica, marsellesa. Otros detractores de los diplomáticos afirman que son especialistas en redactar textos inocuos, que digan lo menos posible en el mayor número de folios. Lo más virulentos les acusan de ser espías torpes sin entrenamiento militar. A veces llegan a querer más el país donde los designan que el de su nacimiento.

No comparto esas ideas tan negativas de los diplomáticos. Algunos son notables juristas, hombres de letras, políticos experimentados. Muchos están dotados de altísima sensibilidad o agudo espíritu crítico. Pablo Neruda, Saint-John Perse, Octavio Paz, así como otros poetas, escritores, investigadores de la historia, desempeñaron puestos diplomáticos o consulares en sus respectivas naciones. Claro que un buen número de diplomáticos han ayudado a sus países a solucionar grandes crisis políticas o económicas.

Este tema de los diplomáticos es pertinente hoy de manera doble: por la ineficiencia de los nuestros y por la incomprensión de los extranjeros. Para beneficio de ambos grupos, es preciso organizar reuniones “pedagógicas” alrededor de buenos quesos franceses y españoles. Los diplomáticos extranjeros son tercos: no tienen tiempo de aprender historia universal, historia de América, historia de sus propios países y, además, otra historia, más pequeña, la historia dominico-haitiana.

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