AL debe reducir la pobreza para estimular su crecimiento

AL debe reducir la pobreza para estimular su crecimiento

“En las últimas décadas, el desempeño económico de América Latina ha sido decepcionante para esta región que ha quedado rezagada con respecto a las dinámicas economías asiáticas”, comenta Pamela Cox, vicepresidenta de la oficina regional del Banco para América Latina y el Caribe.

Cifras principales
El crecimiento es decisivo para la lucha contra la pobreza. En promedio, por cada 1% de crecimiento económico, la pobreza disminuye en 1,25% en América Latina.

Alrededor del 25% de los habitantes de América Latina vive con menos de US$2 al día. (Mientras China experimentó tasas anuales de crecimiento per cápita de aproximadamente 8,5% entre 1981 y 2000, lo que redujo la pobreza en 42 puntos porcentuales, el PIB per cápita de América Latina disminuyó en 0,7% durante los años ochenta y aumentó alrededor de 1,5% durante los años noventa, sin que los niveles de pobreza cambiaran en forma significativa.

En los últimos 15 años, la pobreza disminuyó ligeramente en América Central (de 30% a 29%), aumentó en la Comunidad Andina (de 25% a 31%) y se redujo en la zona del Cono Sur (de 24% a 19%). En el Caribe, Jamaica experimentó una disminución de la pobreza equivalente a 15 puntos porcentuales entre los primeros años del decenio de 1990 y principios del decenio de 2000, mientras que República Dominicana sufrió un aumento de 8 puntos porcentuales durante el mismo período.

La pobreza tiene un efecto negativo y de gran importancia sobre el crecimiento y también es un factor significativo en materia económica. En promedio, un aumento de 10% en la pobreza reduce el crecimiento anual en 1 punto porcentual. Es probable que un aumento de la misma magnitud en la pobreza esté asociado con una disminución en las inversiones de entre 6 puntos porcentuales y 8 puntos porcentuales.

Con excepción de África al Sur del Sahara, América Latina y el Caribe es la región que presenta mayor desigualdad. El 10% más rico de la población de la región percibe 48% de los ingresos totales, mientras que el 10% más pobre sólo percibe 1,6%. En los países industrializados, en cambio, el 10% superior recibe 29,1% del ingreso, mientras que el 10% inferior recibe 2,5%. Si América Latina tuviera el nivel de desigualdad del mundo desarrollado, sus niveles de pobreza de ingreso estarían más cercanos al 5% que a la tasa real de 25%.

La comparación entre regiones al interior de los países revela diferencias asombrosas en los niveles de prosperidad. En 2000, el ingreso per cápita en la comuna más pobre de Brasil alcanzaba apenas el 10% de aquel registrado en la comuna más rica; en el caso de México, el ingreso per cápita en Chiapas era sólo un 18% de aquel registrado en la capital. Las diferencias regionales representan más del 20% de la desigualdad en Paraguay y Perú y más del 10% en República Dominicana y la República Bolivariana de Venezuela. En Bolivia, Honduras, México, Paraguay y Perú, la diferencia en los recuentos de pobreza entre una región y otra es de más de 40 puntos porcentuales.

El mejoramiento de las capacidades a través de la educación formal ha sido mucho más lento en América Latina y el Caribe que en Asia oriental. El resultado es que gran parte de la región sufre importantes déficit en escolaridad secundaria y terciaria y menor acumulación de años promedio de educación.

La educación

Un jefe de familia típico requiere al menos de un certificado de educación secundaria para alterar de manera importante el nivel de pobreza. Las tasas de pobreza son inferiores entre 25 puntos porcentuales y 40 puntos porcentuales en familias encabezadas por egresados de la educación secundaria en comparación con aquellas cuyo jefe de hogar no ha completado la educación primaria. No obstante, sólo la educación superior asegura un nivel de ingresos que permita llegar a fin de mes: en casi todos los países, menos del 10% de los individuos enfrentan condiciones de pobreza si quien encabeza la familia es egresado de la enseñanza superior.

Los títulos universitarios benefician más a los ricos que a los pobres. En países como Chile, Nicaragua y El Salvador, los profesionales con títulos universitarios mejor pagados disfrutan de una rentabilidad de la educación terciaria que supera en 30% a 40% la rentabilidad de los profesionales universitarios en trabajos de menor remuneración. La rentabilidad de la educación terciaria es menor para los pobres, puesto que suelen estar en desventaja en la calidad de la educación tanto en el hogar como en la escuela y además se ven afectados por un acceso desigual a los trabajos mejor remunerados.

Tener una madre sólo con educación primaria aumenta el riesgo de deserción escolar en 1,6 veces en Chile y en 60% en El Salvador, en comparación con tener una madre con estudios universitarios. Si el padre también tiene poca educación, el riesgo de fracaso escolar aumenta en hasta 1,4 veces en Chile y en 40% en la República Dominicana.

Los niños y jóvenes del 20% de las familias más pobres enfrentan mayor riesgo de fracaso escolar en comparación con aquellos provenientes de familias de clase media. Este riesgo oscila desde 55% en Brasil hasta 20% en Chile.

Los trabajadores asalariados que laboran en la economía informal y aquellos que trabajan por cuenta propia representan entre 25% y 70% de los empleos en los países de la región. La diferencia de los ingresos promedio entre los géneros fluctúa entre 12% en México y 47% en Brasil. Sin embargo, la raza y la etnia constituyen una fuente más significativa de desventaja en los ingresos que el género. La población indígena de la región percibe en promedio 46% a 60% de los ingresos que reciben quienes no son indígenas, mientras que los pardos (personas mestizas) y los pretos (personas de raza negra) de Brasil perciben apenas la mitad del ingreso promedio que reciben los individuos de raza blanca.

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