Al Elías Wessin y Wessin desconocido

Al Elías Wessin y Wessin desconocido

En el verano del 1972, recién llegados al exilio en España, cierto día Margarita y yo recibimos desde Santo Domingo, enviadas por su hermana Lillian con Lucitania y Ángel, dos personas a las que les guardaré imperecedera gratitud, algunas publicaciones dominicanas entre las que se encontraba un ejemplar de la revista Renovación; en ella se publicada una entrevista con el doctor Campillo Pérez y con el ex militar Grampolver Medina, si mal no recuerdo.

Como todo lo que nos llegaba de estos lares, la leímos con avidez; vimos que se trataba de una visita que habían hecho al General Elías Wessin y Wessín y su familia exiliados en Madrid. Describían su hogar, un modesto apartamento en su ático próximo a la Plaza de Toros de las Ventas; para nuestra agradable sorpresa también daban la dirección exacta.

Era domingo y decidimos ir a visitarlos, pero como nunca habíamos tenido ningún contacto con él sentíamos aprehensión. ¿Cómo nos recibiría el General Wessin? Llegamos al edificio y por casualidad en esos momentos salían unos señores, que al vernos con mi pequeña Laura en los brazos, se dieron cuenta que éramos extranjeros indefensos que venían al hogar de esos nuevos inquilinos, y cosa poco común en la España de entonces, nos franquearon la entrada.

Tocamos aquella puerta y sentimos a dos párvulos corriendo hacia ella, se trataba del hoy destacado ciudadano Eliíta Wessin y de una primita a la que llamaba Gris. “Mami tocan la puerta”. “Esperen, yo abro”. Se escuchó decir a una voz dulce y amable pero firme. Era Doña Libia la matrona del hogar quien nos recibía. En unos segundos hicimos la presentación de rigor y con un gran calor humano nos invitó a pasar. “Elías, ven a ver quiénes están aquí” “¿Quiénes?” ¿Adió, Margarita y Tácito con su niña”.

Ellos conocían de nuestra presencia en la ciudad y querían encontrarnos, pero no tenían forma de comunicarnos. Desde el primer momento aquello fue un frenesí en que no faltaron lágrimas y risas. Quien en la actualidad es el joven y talentoso General Wessin, era entonces Eli, por su edad, resultó ser el compañero de juegos de nuestra “reina”.

El exilio era duro, muy duro, las precariedades eran al límite, pero esa familia compartió con amor y desprendimiento sus magros recursos. Recuerdo que Nayid, un hermano de “Don Manuel”, seudónimo que le pusimos a Don Elías, le enviaba desde Miami, sin fallar, algunos recursos del bajo salario que ganaba. Inmediatamente Doña Libia y Don Elías averiguaban cuáles eran nuestras necesidades más apremiantes y estiraban sus pesitos para mitigarlas.

Gracias a ellos a la Laura no le faltó con qué cubrirse del frío. Recuerdo un día en que juntos viendo tiendas por las calles de la ciudad, único paseo y distracción posible para nuestras familias, mi niña vio unas botitas que le encantaron, pero eso era solo verlas; no había posibilidad alguna de comprarlas. A los pocos días, en nuestra visita cotidiana, Doña Libia se la lleva a la habitación y al momento sale corriendo, llena de felicidad, enseñando sus hermosas botitas. ¡Cómo olvidar esas cosas!

Pero los vitales hechos materiales no fue lo más importante, lo fue el calor humano, la solidaridad en la soledad, en la lejanía, en la pérdida de las esperanzas y en la necesidad de asirnos a “una amorosa tabla de salvación en medio de las tempestades”.

Don Elías y Doña Libia fueron mucho más que todas esas acciones, fueron nuestros amigos, hermanos y padres compañeros de infortunio, nuestras vivencias es imposible describir con palabras.

Con Don Elías compartimos momentos muy difíciles de nuestras vidas y en medio del desaliento nos apoyamos mutuamente. Un día, de pronto caí gravemente enfermo, Él y Doña Libia fueron los últimos en enterarse, pero los primeros de los pocos dominicanos que llegaron a nuestra casa, un lugar donde podrían encontrarse con riesgos económicos que muchos no quisieron jugarse. Ellos nos extendieron su mano solo Dios sabe cómo.

Debo resaltar el coraje de Doña Libia, que en los momentos en que nos veía desfallecer nos llamaba a levantar el ánimo y a poner nuestras frentes en alto. A ella le pido que en este momento de dolor indescriptible, saque el valor que lleva dentro y piense en lo mucho que la necesitan sus hijos y nietos y de cuánto aún puede aportar a todos la que la conocemos.

Podría hablar de otras muchas cosas, pero habrá tiempo para hacerlo. Hoy me limito a proclamar frente al mundo, que este hombre, que se nos ha ido para siempre, el Elías Wessin que yo conocí, el Don Elías mío, fue un ser humano noble, sincero y solidario, que no separó en sacrificar a su familia para servir a otros, sin la más mínima intención de recibir nada a cambio, ni siquiera agradecimiento.

Adiós Don “Manuel”, Dios ha decidido llevarlo a su presencia, Él habrá de recompensarlo.

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