Al encuentro del Padre de la Patria

Al encuentro del Padre de la Patria

El esfuerzo de los gobiernos dominicanos en el siglo XX, con el tratamiento a sus héroes de la Separación primero y luego de la Restauración, era inculcarnos de cualquier  manera la devoción a su memoria y recordar sus hazañas para mantenerlas vivas en nuestras tradiciones.

 Los esfuerzos de demócratas y dictadores fueron notables para honrar a quienes, en un momento dado, sacrificaron sus bienes y vidas para cumplir con el ideal de tener una nación soberana y libre de toda injerencia extranjera. Se trataron de afanes de muchos altibajos, y ya en la segunda década del siglo XXI, arropados por el modernismo que todo lo ahoga y distorsiona, nos topamos de frente con una fecha imposible de eludir, y por  el contrario, debemos hurgar con dedicación, honestidad y orgullo lo que significa, para que hoy nos llamemos  dominicanos, y ahora más que nunca, amenazados por una disolución por la masiva presencia ilegal de miles de haitianos que han hecho de este lado oriental de la isla  su seguridad para vivir, trabajar y educarse.

 Hoy se conmemora  el 200 aniversario del nacimiento de Juan Pablo Duarte, que ocurrió en un momento en que la colonia española de entonces marchaba sin rumbo, después de una malograda ocupación francesa y de un coloniaje español desarticulado por lo que sufría España allá en Europa.

 Por consiguiente, la niñez de Duarte y su entrada en la adolescencia, bajo el  yugo haitiano, y con una familia pudiente dedicada al comercio importador, impulsó a sus padres enviarlo  a ultramar para ir a recalar  en España después de su periplo europeo, que se encontraba en la resaca después de la era napoleónica. Indudablemente la inteligencia de Duarte le permitió asimilar una cultura que le dio un contorno muy definido a sus sueños de ver una patria libre, soberana y sin injerencia extranjera.

 El regreso de Duarte al país debió  constituir un acontecimiento singular en las entrañas de la Patria, a la cual de inmediato le dedicó sus inquietudes y afanes, con tantas vivencias frescas y toparse con un medio adormecido y acostumbrado al yugo extranjero. Por espacio de nueve años, hasta 1844, su prédica y ánimo lograron que tantos jóvenes se incorporaran  a sus sueños de libertad e hizo prender la llama que era envidiada por los zorros del coloniaje que veían la oportunidad de apoderarse de los afanes de los jóvenes inexpertos, y con su malicia, hacerlos abortar el proyecto de forjar  una nación independiente.

 Los infortunios de Duarte, después de lograda la Separación, marcan un penoso y lamentable  vía crucis, que al llegar a su país, lo llevó en 1864 a ser humillado y vejado por los restauradores, que no lo  querían ver de regreso a  su patria, y en menos de lo que canta un gallo, lo expulsaron del mismo bajo el regalo envenenado de una misión de embajador  a buscar dinero, armas y reconocimiento en los países de América para la causa restauradora.

 Ya por fin, los dominicanos, estamos tomando conciencia de lo que fue Juan Pablo Duarte. Hay indicios de que el Gobierno tratará, con el bicentenario de su nacimiento, rescatar la memoria y luchas de un ser humano singular que se le tenía relegado a los editoriales y comentarios, que para esta fecha se  publicaban  como una forma hipócrita de honrar la memoria de ese hombre, que ahora comprenderemos, en toda su profundidad, sus preocupaciones plasmadas en tantas valiosas sentencias que orientan una forma de vida cívica en favor de sus semejantes.

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