Nadie sabe lo que nos depara la vida, porque nadie conoce, ni uno mismo, su destino. Al nacer, nada sabemos de él; y antes de nacer no existía. Aun la pareja que nos concibe embarazada, la madre, nada sabe lo que carga su vientre hasta consultar y chequease clínicamente con su ginecólogo donde obtiene alguna información confiable: sexo, estado de salud, conformación física y mental, pero nada relacionado con su personalidad, su carácter, sus inclinaciones o preferencias, mucho menos lo que le depara el destino. Es decir, solo lo vivido, siendo el futuro, por tanto, inexistente, reducido a un proyecto, una quimera, una ilusión o algo inesperado: “el yo quisiera… ser, tener, poder, morir”. Yo quisiera, deseo del padre, la madre de los mayores o de sí mismo que no siempre se cumple porque quizás sin sospecharlo cada quien lleva su destino a cuesta y ese es el gran misterio de la vida.
Lo que no puede ser puesto en duda, es esta verdad axiológica que se resiste ante el temor o miedo de morir, porque todo lo que nace, muere. “Nacer es morir”, y lo más importante de la vida es saber vivirla bien, sin locas ambiciones, sin perfidia. Dejar que los demás vivan sin odio, con amor, sin pobreza. “Sed justos, lo primero, si queréis ser felices” y habrá paz y felicidad en la tierra, y en nuestro espíritu. No hay otra verdad mayor que esa. Lo de la otra vida, después de la vivida, hace bien es cuestión de fe, de creencia muy respetable siempre que deje espacio al libre pensamiento y a la ciencia, que tampoco puede ser dogmática.
La trágica muerte dos vidas radicalmente opuestas, diferentes, antagónicas, que anduvieron caminos distintos en países, uno grande, poderoso, otro pequeño, frágil, me llevó a esa profunda meditación. 1) George Floyd, estadounidense, de raza negra, hombre sencillo y bueno. 2)Fernando de los Santos,“La Soga”, exteniente policial dominicano, con un penoso historial.” El primero, prácticamente desconocido, es detenido y brutalmente atropellado por un policía blanco, racista, que le aplasta la cabeza hasta arrancarle la vida: “No puedo respirar”, y se engrandece, mientras los demás agentes contemplan el drama serenamente. El segundo, “La Soga ”también asesinado, es acribillado a balazos, en medio de la calle, a plena luz del día por desconocidos que logran escapar en su moto. Su prontuario es escalofriante. Se le atribuye dar muerte a más de 30 personas supuestamente ligadas al narcotráfico, cabeza de tenebroso grupo “El Equipo”, siendo posteriormente sometido a la justicia por crímenes cometidos.
Mientras el crimen de George Floyd solivianta a las multitudes justamente indignadas repudiando el acto cobarde y criminal en diversos estados y ciudades de Estados Unidos, incluyendo 4 expresidentes, condenando la xenofobia y el racismo que estremece media faz de la tierra, como el coronavirus, aquí en la nuestra, la muerte de “La Soga” provoca vértigos de pesar, solidaridad y simpatía de sicarios enardecidos.
Resta saber la reacción del pueblo dominicano cuando al final de camino se conozca el futuro gobernante de la nación. ¿Será corona o virus?