Al muerto le basta la lápida

Al muerto le basta la lápida

j.baez@codetel.net.do 
El tema de cómo los dominicanos somos tan descuidados con los cementerios me ha preocupado desde hace años y cada cierto tiempo vuelvo sobre él. Una de las maneras más acertadas de saber cómo se desenvuelve la vida de un pueblo es observar cómo tratan a sus muertos. El amor, el respeto, la consideración, todos los sentimientos que determinan la cohesión familiar, difícilmente puedan desaparecer junto con la persona que muere, pues sigue viviendo en la memoria, y si se es religioso, en la esperanza del reencuentro en lo ignoto, en el profundo misterio del más allá. Pero en lo que llegan la reunión o el olvido, queda la cuestión práctica del entierro, la tumba y el cementerio.

Tras el sepelio, la mayoría de los fallecidos queda abandonada. Da grima ver la condición en que muchas tumbas, tanto de ricos como de pobres, languidecen en el más triste y vergonzoso abandono. Restos de madres y padres, esposos, hijos, hermanos, carentes de dolientes, duermen el sueño eterno rodeado de basura, testimoniando el descuido, en tumbas polvorientas y sucias como si se tratase de muertos del medioevo.

Cada cierto tiempo, los ayuntamientos anuncian que se ocuparán mejor de los cementerios, pero lo mejor sería que cada dueño de tumba se ocupe de su limpieza, pues los gobiernos municipales carecen de interés ni motivación: los muertos no votan; los deudos son indolentes. ¿Qué autoridades edilicias son estas, incapaces de garantizar la paz a los muertos, que exigen poco?  ¿Hay práctica más bárbara que romper los ataúdes para desincentivar su robo? En efecto, es un horror cotidiano que en los cementerios se roben los ataúdes, los adornos de las tumbas, como floreros, las piedras de mármol o granito, y hasta a los mismos cadáveres, cuyo uso varía desde el estudio de la anatomía por universitarios hasta la brujería. Los cementerios están constituidos en centros de corrupción donde delincuentes practican todas las desviaciones imaginables.

Un pueblo incapaz de cuidar los restos de sus muertos revela una debilidad anímica y estructural tremenda. Para solucionar esto, el liderazgo y la macana deben proveerlos las autoridades, pero hace falta la introspección que cada ciudadano debería realizar. Si aprendemos a cuidar mejor nuestros muertos, seremos seguramente mejores vivos. Además, ¿cómo olvidar que lo único seguro de la existencia, es que no saldremos vivos de ella?

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