Al pueblo hay que prestarle atención

Al pueblo hay que prestarle atención

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
Los dominicanos estamos sumergidos en una etapa histórica de grandes contradicciones, ya que por un lado hay un sector horrorosamente opulento y dispendioso que aparenta vivir en un país desarrollado, y por el otro, hay una enorme masa humana gravitando y hundida en la pobreza, caldo de cultivo de todos los males sociales que nos amenazan, los que se combaten con tímidos programas de solidaridad y la promesa de entrar en vigencia un complicado seguro familiar de salud.

El país, como nunca antes, registra índices de crecimiento notables con una inflación muy baja, estabilidad de la tasa de cambio y con un ingreso anual superior a los $100 mil pesos por persona, lo cual nos coloca en un sendero de desarrollo que solo está amenazado por las contradicciones que tienen su origen en el peculiar dinamismo de la actividad política que protagonizan los políticos, más empeñados en el enriquecimiento y disponer de una masa de engañados, y esperanzados de que su situación de pobreza se la van a resolver los líderes mesiánicos que se convierten en presidentes, impulsados por sus promesas, mentiras y engaños.

Y esas contradicciones brotan con fuerzas cuando la vida cotidiana se desenvuelve en medio de grandes precariedades, con la falta de agua en los pueblos, carencia de energía eléctrica, escuelas donde los niños no reciben una enseñanza adecuada, centros de salud convertidos en depósitos de seres al borde de la muerte por la falta de medicinas y de atención médica, vías públicas penosamente mantenidas y una violencia desatada, fruto de todo lo anterior que golpea por todos lados y cada día aumentan esos actos delincuenciales que obliga a las familias a recluirse muy temprano en sus hogares.

Ese golpeo constante de tantas precariedades, y en medio de la opulencia de un sector bendecido por sus negocios, desde los lícitos y esforzados hasta los que rozan los límites donde la ilegalidad, en que no hay dudas que existe un lavado de dinero mal habido, que ya no es solo fruto de las habilidades que tantos dominicanos exhiben en los deportes y en la farándula, sino del narcotráfico.

Hay políticos que han creído beneficiarse de la pasividad de los dominicanos y de su mala memoria; creen que con promesas podrían entretenerlos todo el tiempo que sea necesario y que nunca ocurriría una rebelión a ese estado de cosas cuya muestra en contra del abuso de ellos lo tenemos en lo ocurrido en 1965. En aquella ocasión se culminó todo un proceso cívico de seis años que se había iniciado en 1959 con la llegada de los expedicionarios que venían cargados de ilusiones y buenas intenciones a derrocar la dictadura y fueron salvajemente masacrados para luego culminar con la muerte de Trujillo en 1961. Desde ese entonces vimos y vivimos cómo los políticos y militares comenzaron a repartirse los despojos de la tiranía con valiosas propiedades y fortunas convertidas en honorables propiedades de quienes aprovecharon la ocasión para pasar por encima del interés de la Nación.

El estallido cívico de 1965 fue la saturación de los abusos que protagonizaron los militares que convirtieron lo cuarteles en vulgares centros de negocios de toda clase y los políticos seguían sin entenderse, mientras el único gobierno constitucional de esos primeros años había pasado a la historia por producto de su impericia y candidez para lidiar con zorros cargados de malas intenciones que con el paso de los años consolidaron ese maniobrar hasta llegar al siglo XXI que han convertido a la República, no en un Estado fallido o fuñido como diría un conocido economista-historiador, sino en uno podrido donde la exhibición de una vigorosa industria de la construcción, donde cientos de torres que se elevan al cielo proclaman que no todo es fruto de un dinero bien habido.

Se dice que los dominicanos somos alegres y despreocupados, ese espíritu contagia a los extranjeros por esa espontaneidad que cautiva a todos.

Eso es parte de lo que se dice de las virtudes del plátano que disminuye los estados depresivos, pero ocurre que es para procurar una situación de olvido de la pobreza, o del atosigamiento fiscal de las autoridades, y se aguanta hasta un punto, que por explosión imprevista, derribaría ese estado de equilibrio social que se vive desde 1966. Este solo experimentó convulsiones en 1984. Pero ahora, con lo ocurrido en Pedro Brand y el paro nacional del pasado día 10, y lo que sucede con pasmosa regularidad en Navarrete y Licey, así como en San Francisco de Macorís y Bonao, son parte de expresiones de un medio social dominado por los lumpenes proletarios, pero encierran una lección que deben estudiar y entender los gobernantes, para no verse atrapados en lo que nadie quiere, que sería un estallido descomunal de gente descontenta y engañada, clamando por su derecho a la vida y a la paz.

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