Alan Arkin:
La noche que el tío Oscar hizo justicia a la ciega

<STRONG>Alan Arkin:<BR></STRONG>La noche que el tío Oscar hizo justicia a la ciega

POR CARLOS FRANCISCO ELÍAS
A veces, cuando la noche es larga y difícil, me paseo en mi casa entre libros y músicas acumuladas: negro dragón en vigilia por la vida y grandes sueños.

En silencio amistoso, cruzan por la pantalla de mis recuerdos queridos muertos y entonces, sólo entonces, ilusionado por una gran alegría, decido qué voy a escribir.

En el paseo nocturnal, cuando una casa en la noche es una avenida bajo techo, un vaso de agua fría y un poco de anís, cerca del escritorio, me confieren poder sobre el universo tranquilo de la noche: la casa se llena de los trabajos completos de Benjamín Britten para todos los oboes cautivos bajo noche y niebla repentina, de la zona colonial.

Justo cuando se hacía más larga la noche, cuando el cristal de mi ventanal se debatía entre dar paso a la luz o quedarse con la bruma de la madrugada, empañado, un rostro vi, era el de Alan Arkin, que venía de la mano con Betty Grullón, aquella actriz de Don Bosco que un día inventó una jaula de nieve lejana y temblorosa para llorar un blues de cebada eterno, pletórico de soliloquios y espumas irlandesas.

Pues bien, Alan Wolf Arkin, nació en New York el 26 de marzo de 1934, vinculado al mundo de Broadway, por medio del equipo Second City, amigo del genial Carl Reiner con quien trabajo en la obra Enter Laughing, que le hizo ganar el premio Tony.

Hacia 1998 junto a una mujer de grandioso talento, Elaine Maine , dirige y coprotagoniza la obra Power Plays en el Teatro Promenade. Cuando entra al cine de la mano de Norman Jewison, en 1966, gana el Globo de Oro como mejor actor por su rol de Teniente Rozanov, inolvidable Rozanov, en la película Ahí vienen los rusos (1966, The Russians Are Coming).

Pero aquí debo hacer un alto, porque sólo el título de la novela de Carson Mc Culler merecería un artículo; novelista sureña que escribe su primera novela a los 23 años, titulada: El Corazón es un Cazador Solitario (The Heart is Lonely Hunter, Le coeur est un chasseur Solitaire), antes había públicado una historia breve o noveleta titulada Wunderking, cuya esquema narrativo ya prefiguraba, en 1936, lo que sería su más famosa novela El Corazón es un Cazador solitario, titulada originalmente en inglés : The Mute y publicada en 1940 por Houghton Miffin.

Sólo un año luego, 1941, La Balada del Café Triste reconfirmaría el talento de esta escritora-ícono, de Columbus-Georgia, nacida allí en 1917, cuya historia personal es tan conmovedora como sus textos y novelas cuyos secretos Betty Grullón investigaría de modo obstinado y cómplice.

Prueba reflexionada de su sensibilidad literaria, harto demostrada es esta frase esencial de Mc Culler:

: “Los corazones de los niños son órganos delicados. Una entrada dura en la vida puede dejarles deformados de mil extrañas maneras. El corazón herido de un niño se encoge a veces de tal forma, que se queda ya para siempre duro y áspero como el hueso de un melocotón. O, al contrario, es un corazón que se ulcera y se hincha hasta volverse una carga penosa dentro del cuerpo, y cualquier roce lo oprime y lo hiere”

“La balada del café triste”. Carson Mc Culler.

Pareciera que Alejandra Arzeno, colocada en la bruma de Denver Colorado en otoño, puso sus suaves oidos detrás de la voz de Carsonb Mc Culler, para escucharla y asentir con sus ojos radiantes de ternura, todo lo que la escritora afirma…

¿Por qué extenderme en este punto si realmente este texto está dedicado a Alan Arkin? ¿por qué? ¿por qué?

Porque recordar ciertas lecturas al cabo del tiempo, es volver a uno mismo, es viajar hacia lo que uno ha sido, sin poder atrapar en la invisibilidad del tiempo, todas esas imágenes que este viaje genera, pues bien: en 1967 Robert Ellis Miller se ocupó junto a Thomas C. Ryan, guionista, de filmar la película El Corazón es un Cazador Solitario (1968), título homónimo a la novela que dio origen al film.

Alan Arkin, que es lo que persigo, luego de ser descubierto por Jewinson en Ahí vienen los Rusos (1966), consige el rol de John Singer, personaje mudo y corazón melancólico de la historia, conmovedor hasta la saciedad, mostrando rasgos y competencias histriónicas de incalculable valor, que en películas venideras se confirmarían con creces, aunque se debe decir que en general su línea de acción histriónica se ha caracterizado por personajes atormentados por su entorno o por la lucha terrible en la conquista de su expresión humana.

En esta misma película, Arkin estaría junto a la que luego sería una gran actriz negra, Cicely Tyson,en su rol de Portia, adoradora de Miles Davis.

Pero con esta película, Alan Arkin se quedó con nosotros para siempre y digo nosotros, porque nadie ha podido olvidarlo, su gran huella ha sido esa, en una película de atmósfera que bien nos demostró que existe en el sur profundo de los Estados Unidos de América un secreto creador que cruza la música, la novela y el cine: es la región más filmada y más novelada, tiene en su densidad de universo las claves básicas que el arte necesita para nutrirse del alma humana; vida, pasión y muerte.

En ese asunto de los Oscares, que nunca me ha quitado el sueño, para los que anotan con fervor ese juego macabro de Winner and Looser (modelo maniqueo típico de la sociedad estaunidense, ganadores y perdedores) el mismo año en que Arkin fue nominado para el Oscar por su rol en esta película, Peter O’ Toole, edición del 14 de abril de 1969 en el Dorothy Chandler Pavillon, también era nominado como mejor actor por el film Leon en Invierno (1968), dirigida por Anthony Harvey.

Betty Grullon entonces no vivía en su jaula de nevada, amaba a Alan Arkin y posiblemente fue la persona que más veces invitó a ver esta película, creó un culto de Carson Mc Culler y por las tardes se iba a escuchar esos tristes jazz Betty Raquel, en algún jardin disponible de esta ciudad, apaleada y torva, que respira de tanto en tanto, cuando la lluvia generosa la recuerda y la honra.

Aprendimos entonces a perseguir a Alan Arkin, adivinando sus posibles ideas, su grado de sencillez, su caminar lento, su trabajar infatigable.

No pretendo extenderme mucho, no escribo con animo de abrumar con datos inútiles, con Alan Arkin el perfil certero y eterno se encuentra en sus películas básicas, en su nacimiento esencial en el cine, en su tormenta de histrión despavorido y asaltado de mala manera por la realidad, que hizo posible dignificar un artesano de Hollywood con sensibilidad estética: Arthur Hiller.

Este Hiller, en 1969, explora para Hollywood el mundo de la marginalidad latina y como es natural Rita Moreno, hace de Lupe en la cinta titulada Popi (1969) donde Arkin es Abraham Rodríguez newyorrican, histérico, retrato aproximado de la realidad latina en New York, dramático hasta donde Hollywood puede serlo en estos temas, pero que la actuación de Arkin salva en dirección hacia lo auténtico, patético y marginal.

Mike Nichols, director pionero de los años 60 con la película El Graduado (1967) se embarca en llevar al cine la novela escrita por Joseph Heller en 1955, cuyo título original es Catch 22 (Trampa 22 ) con guión de Buck Henry.

El resultado de Trampa 22 (1970) es una delirante comedia que se sitúa en el Mediterráneo italiano en 1944, narra la historia de un equipo de pilotos que no quieren la gloria, porque tampoco quieren la muerte.

El personaje protagónico es Alan Arkin de nuevo en su fabuloso rol de capitán Yossarian, la cinta es un recital al mejor humor negro, farsa de ritmo extraordinario, con un firmamento de excelentes actores de soporte y coprotagónicos: Orson Welles, Richard Benjamín, Martin Sheen, Martin Balsam y Jon Voigh, entre otros.

Excentricidad, locura cubierta de humor, angustia, fuerza de contención equilibrada, en un actor que hubiese podido repetirse, nada de eso sucede con Alan Arkin en el rol logradísimo de Yossarian, quien además es el eje de toda la trama de la película.

Si el objetivo era retratar la guerra en sus peores entresijos, Trampa 22 (1970) realizada cuando aún los Estados Unidos estaban en Vietnam, puso en evidencia ese carácter gerencial de beneficios que tienen las guerras imperiales, en nombre de discursos patrióticos aburridos y mentirosos.

En otras palabras, estamos ante un hombre llegado de Broadway que se insertó en el cine con todos los honores que su talento le dieron.

Aquel hombre a quien Betty Grullón describiría como un loco sublime y con causas que defender, aquel hombre que nunca aceptó el juego de los premios y que una vez más en el 2007, con Little Miss SunShine (2006) de Valerie Faris, demuestra con forma fecunda que un actor bueno lo será sin o con el tío Oscar, mitificada efigie que tantos suicidios ha causado en Sunset Boulevard, a seres humanos que dieron más importancia al tío Oscar que a su propia vida.

A veces cuando la noche es difícil, nadie está solo en su casa, las casas cerradas y con música de oboes son galerías de gente que viene por los ventanales entre la bruma, asomados en los cristales como alientos que se dibujan, entonces uno, esclavo feliz de estas alegrías, no tiene más que escribir hasta que la madrugada ceda a la luz, entonces queda sólo el recuerdo de los que pasan, esa noche Betty Grullón, vestida con jardinera, había cruzado con Alan Arkin, sin saber que el Tío Oscar, a la ciega, una noche: a veces hace justicia…(Cfe).

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