Albert O. Hirschman

Albert O. Hirschman

¿Qué tiene que ver la emigración de dominicanos al exterior a partir de la muerte de Trujillo con la progresiva desmovilización política, social y sindical de la que tanto se quejan los sociólogos? ¿Qué haría un intelectual del Partido Revolucionario Dominicano  desencantado con el rumbo de la organización: pasarse al Partido de la Liberación Dominicana, gritar desaforado contra la dirección en los medios de comunicación, o quedarse trabajando en el partido para cambiar las cosas? ¿Cómo se comportaría un cliente de Codetel, inconforme con el servicio tras la adquisición de la compañía por Carlos Slim? ¿Se cambiaría a otra telefónica? ¿Comenzaría a quejarse del servicio? ¿O sencillamente aguantaría estoicamente las interrupciones del servicio y la mala señal en los móviles?

Todas esas preguntas encuentran su respuesta en la obra de un pensador heterodoxo fallecido el 10 de diciembre de 2012: Albert O. Hirschman (1915-2012). En efecto, en su libro más famoso, “Salida, voz y lealtad” (1970), Hirschman, un economista especializado en desarrollo económico nacido en Berlin y educado en París, Londres y Trieste, señala que la gente tiene dos maneras básicas de responder ante el desencanto: o vota con sus pies (salida) o se queda adentro y se queja (voz). Para este autor, “la propensión a salir está determinada por el grado de lealtad a una empresa o Estado. La lealtad ralentiza la velocidad de salida y puede darle a la organización tiempo para recuperarse”.

Así, en República Dominicana, los ciudadanos entre 1961-2012 han optado pendularmente entre una y otra actitud: votaron contra Balaguer en 1978 o se fueron fuera del país como exiliados políticos (1966-1978) o económicos (a partir de los 80). Es más, Rafael Emilio Yunén ha sostenido en su obra “La isla como es” que las élites criollas conscientemente apostaron por fomentar la emigración como una manera de desactivar la movilización social y hasta proteger el ambiente. En contraste, en Haití la lealtad de las clases sociales a su Estado es mínima.

Hirschman fue un pensador interdisciplinario cuando estaba de moda la especialización. De hecho, se puede decir que fue también politólogo y sicólogo social. Quizás por lo difícil de clasificar que resultaba su obra nunca se le concedió el Premio Nobel de Economía que más que merecía. Odiaba los extremos y era partidario de las reformas progresivas pero paulatinas. Sabía que los latinoamericanos somos propensos a opiniones binarias, blanco o negro, 0 o 1, todo o nada, lo que ha conducido a las más sangrientas utopías en el vano intento de construir paraísos en la tierra, y por eso abogaba por reemplazar la dictadura de la unanimidad popular por la aceptación de la natural incertidumbre.  Hijo de un cirujano, fue un optimista y estuvo casado por 70 años con su esposa que murió un año antes que él.

Pero la obra de Hirschman, quien se exilió de la Alemania nazi, fue traductor en los juicios de Nuremberg, enseñó en las universidades de Yale, Harvard y Columbia, y anduvo por Colombia y Brasil en sus trabajos de campo, no solo es relevante para el ámbito socio-político. En el terreno del gobierno corporativo, es mucho lo que queda por hacer para aplicar la tesis del “exit/voice” a las relaciones entre accionistas, alta gerencia y empleados. El enfoque tradicional ha sido que el accionista inconforme con la conducción de la empresa sencillamente vende sus acciones y se va lo que perpetúa la mala gerencia y conduce indefectiblemente al declive corporativo.

Leí a Hirschman por vez primera cuando estudiaba en New School for Social Research. Quedé impresionado por la claridad de su lenguaje y la lógica de su razonamiento. No lo conocí personalmente pues nunca dio conferencias en la universidad mientras estudie allí y me enteré semanas después de su muerte, lo que ha tratado de compensar con muchos twits a mis contactos y ahora con este artículo que espero que entusiasme a mis lectores a conocer la vasta obra de este pensador tan relevante para los problemas que enfrenta República Dominicana. Como, por ejemplo, en el campo de la justicia constitucional donde el Tribunal Constitucional debe esforzarse por darle voz a los que no tienen voz en la comunidad de intérpretes constitucionales, convirtiéndose en lo que Milton Ray Guevara, su presidente, ha llamado un “tribunal ciudadano”.  Y, lo que no es menos importante, en el ámbito tributario y de la reforma eléctrica, donde solo Hirschman tiene la clave para enfrentar el problema de los polizones que no pagan impuestos ni servicio eléctrico (cultura del no pago). Esto sin contar que es este pensador el que advirtió los daños de la “fracasomanía”, lo que Antonio Zaglul denominó el complejo de la “subestimación de lo nuestro”, típica de los pueblos iberoamericanos, y que nos impide ver los avances en todas las reformas que intentamos.

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