Alberto Beltrán, en La Ciénaga

<STRONG>Alberto Beltrán, en La Ciénaga</STRONG>

Posiblemente ha sido  el pueblo que lo admira el que espontáneamente designara una calle con su nombre. Está en un barrio pobre como humilde fueron los orígenes del homenajeado. Pero es una vía espléndida como fue su voz.

No fue posible localizar una resolución edilicia que la denomine. Pero “El tiburón”, “El negrito del batey”, como también se conoce al artista cuya verdadera identidad era la de Amancio Beltrán, se mantiene vivo no solo en el recuerdo de los dominicanos sino del mundo entero con el regalo de sus canciones que aún son demandadas por simpatizantes de todas las edades.

Sus boleros rítmicos no faltan en programas radiales de la nostalgia ni tampoco sus merengues y guarachas o su franca sonrisa en las portadas de los incontables álbumes que dejó grabados.

El que fue uno de los más afamados intérpretes de República Dominicana, el que se levantó de la estrechez y la miseria y no hizo ostentación del encanto que despertaba en sus fanáticos manteniéndose sencillo hasta la muerte, merece, sin embargo, que su nombre y su gracia, su canto, su singular ejemplo sean exaltados en  plazas y parques, en la más colosal y transitada arteria de este Santo Domingo donde empezó a elevarse.

Los archivos están llenos de las numerosas entrevistas que en vida concedió Alberto Beltrán y en las que se enorgullece al contar el infantil pregón de sus dulces en la bandeja que llevaba al hombro, llamando a saborearlos con una campanita que se hizo tradición, cuyo sonido imitaba.

Reyes Guzmán, Pedro Germosén, Juan Antonio Cruz Triffolio, entre otros, tuvieron el privilegio de entrevistarlo. José del Castillo sostuvo encuentros con él en varios países y contó esas experiencias tras la partida de Beltrán. Su vida y la hazaña de haber llegado tan lejos internacionalmente son invariables en  enciclopedias y diccionarios.

Amancio nació el cinco de mayo en Palo Alto, La Romana. Sus biógrafos no abundan en datos de la infancia, solo que no pudo ir a la escuela. En los textos consultados no se habla de sus padres. Él confesó a Miñuca Valverde, de “El Nuevo Herald”, que estudió “después de grande”. Por eso desconocía lo que era una beca cuando se la ofreció Petán Trujillo, a sus 21 años. Fue el primer día que cantó, “tembloroso”, en un programa de aficionados.

Jesús Torres Tejeda consigna que Beltrán comenzó cantando “en las clásicas fiestecitas, veladas y serenatas” y que se inició en la radio con el Sexteto Angelita, de Ulises de los Santos, y el conjunto Alma Vegana, de Marcos Ozuna, a través de la emisora HIT. El 14 de diciembre de 1946 fue su actuación en La Voz del Yuna. El cantante agradeció  al “magnánimo e ilustre propietario de tan poderosa empresa a quien debo todo lo que soy”. Un año después debutaba en la estación de forma definitiva. En 1948 manifestó que su ambición era viajar, “visitar otros países, no para darme a conocer sino para que aprecien nuestra música”.

Deseo cumplido.  En poco tiempo Alberto Beltrán comenzó a trascender la República solicitado por su magia, su voz “potente y precisa” y por ser, además, “excelente bailarín” que dominaba “todos los géneros musicales”, destaca Torres Tejeda. Su primera salida fue a Cuba, en 1954, donde lo recibió Tirso Guerrero y Beltrán entró de inmediato a la radio y la televisión y rápidamente se integró a La Sonora Matancera. “Tenía un repertorio fresco y de mucha calidad de compositores dominicanos, con arreglos hechos por Radhamés Reyes Alfau”.

Aunque me cueste la vida, de Luis Kalaf; El negrito del batey, de Héctor J. Díaz y Medardo Guzmán; Todo me gusta de ti, de Cuto Estévez; Ignoro tu existencia, de Rafael Pablo de la Mota; Te miro a ti, de Julio César Bodden; Enamorado, de Pepo Balcácer; El 19 y Nuevas ansias, de Radhamés Reyes Alfau; Cuando vuelvas conmigo, de Luis Kalaf; Siempre con mi cariño, de Felito Gómez, ya estaban en su lista. En 1955 grabó con Celia Cruz “Contestación a Aunque me cueste la vida”, de E. L. Sureda.

A estos se agregaron otros temas igualmente exitosos: Karolina Kaó, La número 100, Enamorado, Ausencia, Morena, Salud, Asombro, Evocación, Mil cosas… En total grabó 47 álbumes.

Alberto Beltrán casó cinco veces y de esas uniones tuvo cuatro hijos, un varón y tres hembras. Ninguno pudo ser contactado para conocer detalles personales del artista. El varón, “Albertico”, reside en Miami donde su padre pasó sus últimos años después de triunfantes recorridos por el Caribe y Europa. “¡Yo era un tremendo!”, comunicó a Miñuca Valverde al hablar de sus matrimonios.

Antes de ganar merecida fama, Beltrán cantaba las canciones de Daniel Santos, quien le admiró desde que se enteró y mandó a buscarlo para escucharlo.  Mantuvieron estrecha amistad, al igual que con Celia Cruz, Vicentico Valdés, Bobby Capó, Orlando Vallejo y otros. Mientras era entrevistado en 1989, Daniel Santos interrumpió el encuentro con una llamada telefónica y al colgar Beltrán contó que en sus comienzos Santos le observó: “Mi negro, tú cantas muy bonito y tienes futuro, pero para que las cosas te salgan bien, apréndete otras canciones porque si sigues cantando así, cada vez que abras la boca verán a Daniel Santos”. “Me llevé de él”, admitió.

Casual o de gala, con clásica gorrita o destocado, figura en la gran cantidad de fotos que acompañan sus relatos. Sus últimas presentaciones grandiosas fueron en el Carnegie Hall, New York, el Central Park y  New Jersey con motivo del 65 aniversario de La Sonora Matancera, de la que estuvo separado por un tiempo. Él, Joseíto Mateo y Primitivo Santos fueron los primeros en cantar merengue en el Madison Square Garden, declaró en 1990.

Después, pasaba las tardes con amigos y familiares en la tienda de discos que abrió en Miami. En enero de 1997 Milcíades Pichardo, de El Siglo, reportaba que “el legendario cantante” había sufrido una crisis hipertensiva que le paralizó la mitad de su cuerpo y que según el médico que lo atendió, “le impediría cantar por mucho tiempo debido a que la lesión le afectaba el habla por lo que apenas balbuceaba palabras”.

Murió el dos de febrero de 1997. Tres días después sus restos fueron trasladados a Santo Domingo. Viajaron acompañándolos su esposa Aurora y su hijo Albertico. Joseíto Mateo, Francis Santana, Lope Balaguer, Elenita Santos, Rafael Corporán de los Santos, Vinicio Franco y otros le dieron el último adiós y ponderaron sus méritos.

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