Alcahuetes al por mayor

Alcahuetes al por mayor

HAMLET HERMANN
En el pasado remoto, las autoridades de los pueblos pequeños eran clasificadas según un escalafón jerárquico muy curioso. El funcionario más importante era el “Alcalde”. Ese señor era ley, batuta, Constitución y árbitro indiscutible de todos los problemas. Como todo primero, tenía su “Segundo Alcalde”, quien se desempeñaba, en teoría, como sustituto en potencia aunque nunca lograra legar hasta Síndico.

El tercer lugar en jerarquía correspondía al “Orejero”. El funcionario se hizo de un nombre porque por esos tiempos las marcas de propiedad del ganado se hacían en las orejas. Su labor era la de revisar orejas para verificar la propiedad de los animales que se sacrificaban en la carnicería del pueblo. A seguidas en el escalafón venía el “Tumba Rocíos”. A éste le tocaba recorrer los trillos en las primeras horas de la mañana para informar verbalmente sobre las citaciones hechas por la alcaldía. Eran tan pocas las citaciones, tan cercanos los lugares y tan intrascendentes los casos que, en corto plazo, el “Tumba Rocíos” cumplía con su labor. La supervisión de sus tareas era fácil porque sus pantalones tenían que estar mojados por el rocío mañanero.

El último en jerarquía entre las autoridades del pueblo era el “Alcahuete”. Ese era el encargado de espiar, recoger rumores, divulgar chismes y averiguar quién tenía algún puñal fuera de la ley para denunciarlo al “Alcalde”. Se constituía así en el chivato y celestino del Síndico.

Ha pasado mucho más de un siglo desde aquella organización política de los pueblos pequeños, pero poco es lo que se ha avanzado en cuanto a la moral de los servidores públicos. Los alcaldes pueblerinos ya no son gente importante porque la nación dominicana se ha hecho muy urbana y los campos no tienen tanta importancia. Ahora, con los politiqueros en el poder, el único que tiene alguna vigencia es el gran alcalde del país, representado por el líder partidario. Este puede disponer del erario como le venga en ganas. Como respuesta a la escasez y con mucha desvergüenza, alguna gente anda rogando dádivas del Alcalde mayor. Tampoco en estos tiempos el Segundo Alcalde tiene lo que siempre añoró: poder y respeto. Ser segundo de cualquier cosa es lo mismo que ser nada. Los Vices son emergentes a quienes nunca les llega el turno de batear y, si llegan hasta allí, se ponchan. Son como aquel que nunca fue capaz de sacar una gata a mear y si la sacaba, no meaba.

El “Orejero” desapareció del escalafón jerárquico cuando los ladrones pasaron a controlar el país. Ahora que la corrupción es lo que predomina en el mando político, a nadie le interesa que le fiscalicen lo que se ha robado. Nada de verificar la propiedad de los bienes poseídos porque en esos trajines se evidencian cosas que podrían alterar el equilibrio político. El “Tumba Rocíos” ha sido desplazado por el correo electrónico, al tiempo que los húmedos trillos que originaron tan grato nombre han desaparecido ante el crecimiento de las ciudades.

Los que nunca han perdido la vigencia en nuestra sociedad son los “Alcahuetes”. Esos sí que se han reforzado con el paso del tiempo. No obstante la modernidad y el avance tecnológico, los correveidile siguen siendo parte importante de la sociedad dominicana. Esta ha sido la ocupación preferida de los ignorantes y de los mediocres, de los que no tienen méritos propios y buscan congraciarse con los poderosos mediante la sumisión y la adulonería. Los alcahuetes tienen tan poco criterio que ni siquiera se atreven a cuestionar la calidad de la fotografía que llevan en la cédula de identidad. Están donde están porque son serviles y no tienen independencia de ideas. Su misión es repetir lo que el Alcalde diga aunque sepan que aquél está equivocado.

En nuestra generación el alcahuete político puede haber sido trujillista, balaguerista, cívico, izquierdista, perredeísta, marxista y todo lo demás. Cambia de casaca y se vende a cualquier postor y está consciente de que nunca llegará a ser, ni siquiera, “Orejero”. Y por eso seguirá siendo Alcahuete el resto de su vida, aunque le hayan cambiado el nombre y ahora le llamen tránsfuga.

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