Alcantarilla del malecón aloja a un desempleado

Alcantarilla del malecón aloja a un desempleado

Desde hace cinco años, Bolívar Jiménez de la Rosa, desempleado de San Juan, ha tenido que conformarse con vivir de una alcantarilla a otra de la Autopista 30 de mayo. No tiene casa, ni trabajo, por lo que afirma que no le ha quedado más remedio que deambular entre los matorrales de la zona.

Aunque para cualquiera puede resultar insólito, los días de Jiménez transcurren sentado en una silla plástica que coloca cerca de su «guarida», una alcantarilla del drenaje pluvial de la capital en la que guarda su ropa y sus pocas pertenencias.

Cerca de su silla, tiene dos calderos, una mesa, una cubeta de agua y una perra que, recién parida de un cachorrito, le ayuda a espantar la soledad.

«Ahí están mis calderos, todas mis vainitas para yo cocinar en veces mi arrocito”, expresó Jiménez. “Yo tengo un tiempo largo viviendo así, esta vida, y cogiendo esta lucha», apunta.

Al hablar de los motivos que lo llevaron a llegar a esta situación, Jiménez tan sólo dice que no tiene dónde vivir. El último trabajo que tuvo, hace cinco años, fue en un vivero.

Por eso, argumenta, tiene que dormir en lo que él llama una cueva pero no es más que una alcantarilla pluvial. Ese, afirma, es su lugar de dormir.

Al ver el espacio, la imagen es sobrecogedora. En un hueco, cuadrado y pequeño, en el que Jiménez guarda unas tablas que le sirven de cama cuando llueve; una caja y un bulto con ropa y, detrás, algo parecido a un mosquitero.

Tras enseñar su morada, cuenta algunas anécdotas sobre el sitio. «De noche yo me meto aquí, sobre todo cuando llueve. Es un lío estar acostado ahí, el otro día un alacrán me iba a picar. Yo soy un hombre operado, sufro de una úlcera sangrante», explica.

Respecto a la forma en que duerme, Jiménez detalló que coloca las maderas que tiene a cierta altura del suelo. «Como el agua corre, tengo que estar alto».

Pasando a la forma en que resuelve sus necesidades básicas, Jiménez explicó que utiliza el baño de una estación de gasolina cercana. Para bañarse, sin embargo, se refugia detrás de los árboles.

Indicando que sabe que vivir ahí no es adecuado, Jiménez señaló que espera que alguien le dé trabajo. «Yo tengo que hacer un trabajo bruto obligado, el que no sabe de letras no tiene ninguna clase de vida», aseveró al tiempo de manifestar que le gustaba mucho trabajar.

Mientras logra conseguir algo, Jiménez tumba cocos para venderlos en el mercado. Es su único ingreso, su única opción. Por ello, lamentándose, terminó diciendo que jamás debió mostrar dónde vivía. «Yo he tenido mucho sufrimiento; esto va a hacer un daño grande, grande. Uno a veces comete errores, esto fue un error. Ahorita me están sacando de aquí y no sé qué voy a hacer», expresó.

[b]LOS PESCADORES: ASUSTADOS[/b]

Aunque Jiménez vive sin miedo ni demasiados conflictos, los pescadores que andan por estos predios aseguran que la zona no es segura: hay demasiados árboles y la maleza está muy crecida, lo que favorece que los ladrones se escondan en espera de su presa.

Temerosos de que les suceda algo cuando van en horas de la noche, los pescadores han decidido estar siempre en grupo. Algunos, incluso, van con machetes, cuchillos y palos.

Así lo sostuvieron Eduardo del Rosario y Rafael Ortiz, quienes manifestaron que esperan que las autoridades piensen en limpiar los arrecifes. De esa forma, además, podrían recoger cangrejitos y se evitarían la molestia de tener que encontrarse con amantes furtivos.

«A nosotros nos convendría que nos limpien toda es yerba. A veces uno tiene que aguantar vainas de esa gente que vienen con sus mujeres pa’acá a joder. Algunos se esconden pero otros se quedan en lo claro», agregó Ortiz mientras señalaba a una pareja que se besaba con frenesí.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas