En el vasto universo de la literatura argentina, hay nombres que resuenan con una intensidad particular, evocando imágenes de pasión, melancolía y búsqueda espiritual. Uno de esos nombres es el de Alejandra Pizarnik, una poeta cuya obra ha dejado una marca indeleble en el panorama literario argentino y más allá.
Conocí de la obra y persona “la poeta maldita” como también es llamada en Argentina, a través de la lectura de Julio Cortázar, quien la admiraba y quería. Esto despertó mi curiosidad y mucho antes de que el internet fuera el recurso por excelencia, me aboqué a solicitar a amigos y amigas viajeras que me consiguieran algún libro. A mis manos llegó entonces “Árbol de Diana” y con él inicié mi amor por la vida y obra de esta mujer a la que prefiero llamar “la Maga”, ya que ella misma se identificaba con este personaje emblemático de “Rayuela”.
Este pasado 29 de abril, se conmemoraron los 88 años del nacimiento de Flora Alejandra Pizarnik, en un Buenos Aires que pronto descubriría su talento para la poesía y su sensibilidad única para explorar las complejidades del alma humana a través de la palabra escrita. Sus poemas capturan la angustia existencial y esa búsqueda incesante de algo distinto, que caracterizó gran parte de su vida, impregnada de melancolía y desesperación.
En su poema «Extracción de la piedra de locura», Pizarnik escribe:
«La poesía es mi venganza será
como un puñal en la garganta de Dios
escribe y escribe y escribe
hasta que la noche ceda
y la muerte se muera.»
La obra de Alejandra Pizarnik se caracteriza por su lenguaje poético único y su capacidad para evocar estados emocionales intensos. Sus poemas, en su mayoría breves y concisos, exploran temas de amor, soledad, muerte y deseo con una intensidad que deja al lector sin aliento. En palabras de Julio Cortázar, quien fuera su amigo cercano: «La poesía de Alejandra es un grito en la oscuridad, un lamento por lo perdido y un susurro de esperanza en medio del caos».
Además de su contribución a la literatura, Pizarnik también es recordada como un símbolo de la lucha por la igualdad de género y la libertad creativa. En un mundo dominado por hombres, Alejandra Pizarnik desafió las normas y expectativas de su tiempo, abriéndose camino en un mundo literario que a menudo marginaba a las mujeres.
De sus Diarios, se extrae:
“Qué fácil callar, ser serena y objetiva con los seres que no me interesan verdaderamente, a cuyo amor o amistad no aspiro. Soy entonces calma, cautelosa, perfecta dueña de mí misma. Pero con los poquísimos seres que me interesan… Allí está la cuestión absurda: soy una convulsión, un grito, sangre aullando.”
En pleno 2024, la voz de las mujeres sigue siendo subestimada y silenciada en muchos ámbitos de la sociedad, y el legado de Alejandra Pizarnik adquiere una importancia renovada.
Como poeta y como mujer, Pizarnik desafió los estereotipos de género y se atrevió a explorar los rincones más oscuros de la experiencia humana. Su valentía y su pasión por la verdad la convierten en un emblema poderoso para todas aquellas personas que luchan por hacerse escuchar y por encontrar su lugar en el mundo.
Pizarnik nos confiesa:
“escribes poemas
porque necesitas
un lugar
en donde sea lo que no es”
En medio del olvido y de la indiferencia, es importante recordar y celebrar a aquellos que han dejado una marca indeleble en nuestra cultura y nuestra conciencia colectiva. Alejandra Pizarnik es una de esas figuras, cuya obra sigue resonando con una fuerza y una belleza que trascienden el tiempo y el espacio. A través de su poesía, Pizarnik nos recuerda la importancia de la autenticidad, la vulnerabilidad y la búsqueda de propósito en nuestras vidas.
“Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.”
Ojalá y que este breve artículo, les estimule el deseo de profundizar sobre la vida y obra de Alejandra Pizarnik y que ella nos inspire a encontrar nuestra propia voz en el universo infinito de las palabras.