Alejandro Vargas – Cartas al director

Alejandro Vargas – Cartas al director

[b]Señor director:[/b]

Cuando gozan de credibilidad las encuestas constituyen el mejor instrumento para medir tendencias en determinadas circunstancias, pero fruto del manejo inescrupuloso que muchos les han dado en nuestro medio las mismas han caído en algo más que el descrédito. Tal vez por ello la gente se muestra reacia a aceptar la veracidad de sondeos que favorecen a ciertas organizaciones políticas.

Frente a esa incuestionable percepción, que ya es criterio en la ciudadanía, no podemos negar que hay expresiones de la realidad que fortalecen los estudios de opinión o los sustituyen con mayor idoneidad con miras a entregarnos una verdad más acabada en determinado escenario, en esta última parte bien podría encajar la marcha realizada por el Partido de la Liberación Dominicana el pasado 26 de enero.

Para no convertirme en víctima del manejo truculento con que algunas fuerzas políticas nos vierten las imágenes de sus actividades proselitistas me atrincheré en la azotea de un edificio de donde pude presenciar el desfile del primer grupo de peledeístas, en horas de la tarde, y cuatro horas después, ya entrada la noche, no me fue posible esperar la algarabía de los últimos transeúntes, que me dicen concluyeron esa jornada con un encuentro en el Malecón.

De esa concurrida manifestación política hay elucubraciones que es preciso airear si se pretende hacer ejercicio de un periodismo objetivo: o la gestión gubernamental que encabeza Hipólito Mejía está lamiendo el polvo de la peor impopularidad de la historia o el PLD ha cautivado a la población con la coherencia de un discurso que ha encendido la esperanza de la ciudadanía. O ambas cosas a la vez.

Sean cuales sean las razones que se arguyan para explicar el origen de esa gran marcha lo cierto es que hay una verdad inocultable, una realidad que ha ensanchado los límites de pobreza de un pueblo al que los actuales gobernantes pusieron a soñar, dibujándole un paraíso de prosperidad que en estos momentos luce tan distante como la más lejana de las estrellas, pero, aún así, persisten en la terquedad de repetir la misma medicina.

Con un dólar encaramado más allá de los niveles imaginados hace más de tres años y una gasolina que al ritmo que lleva podría costar más el galón que el mismo vehículo que la usa, la gente que nos gobierna anda más empeñada en perpetuarse en el poder que en la búsqueda de respuestas satisfactorias a las múltiples necesidades que mantienen a la población al borde del colapso.

Con tal objetivo parecen estar en disposición de recurrir a toda suerte de estratagema a fin de lograr el propósito de la continuidad, no importa el desmoronamiento institucional ni las desgracias que esto pudiera arrastrar consigo, porque cuando la avaricia desborda la sensatez no solo se desoyen los mejores consejos, sino que se ignora hasta la propia Iglesia que actúa inspirada por el bien de la comunidad.

Aunque soy un tanto escéptico con relación a las encuestas es evidente que los estudios que dan a Leonel Fernández alrededor de un 60% de las preferencias electorales y esa nutrida manifestación peledeísta del 26 de enero pasado, me dicen claramente hacia donde apunta la voluntad mayoritaria y, en ese sentido, clamo por unas elecciones limpias, que es el anhelo de un pueblo que hoy se tambalea entre la miseria y un gobernante al que el poder le ha producido una sordera que ya se advierte incurable.

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