¡Aléjate de mí, Satanás!

¡Aléjate de mí, Satanás!

El evangelio dominical recordó de nuevo a Pedro y a Jesús. El vigésimo primer domingo del tiempo ordinario nos puso ante el instante en que Nuestro Señor preguntó a sus discípulos quién era Él. Pedro le dice que es el Mesías, y Jesús lo marca como cabeza del grupo. Ahora, en este vigésimo segundo domingo la lectura nos presenta una confrontación de ambas figuras. Los dos textos son extraídos del capítulo 16 del escrito de las buenas nuevas según san Mateo.

Pero como explicaba el padre Lucas Leffleur, preciso es irse al fondo del evangelio para encontrar el subyacente mensaje de amor.

Desde que el apóstol lo identificó como el Mesías, ha puesto mayor interés en exponer su misión. El Señor desea hablarles de su sacrificio, y comienza a plantearlo. Pero, ¿cómo permitirlo? Pedro se niega a ello. ¿Cómo es eso de que morirás para cumplir un encargo del Padre? ¡Tú nos sacaste del Tiberíades, y hemos recorrido contigo toda la Judea, en otra forma de vida! ¡Nadie te matará mientras estemos a tu lado!

Y es, ése, el momento en que Jesús lo enfrenta, y conforme el evangelista, le hace ver que actúa como enviado del maligno. Unos párrafos antes, cuando lo hizo cabeza del grupo conforme este relato, le ha dicho que hablaba el apóstol inspirado por Dios. Líneas después -en el formulario litúrgico, el domingo último de agosto-, lo rechaza porque habla como enviado de Satanás.

Las dos lecturas me han venido a la memoria al contemplar el panorama político del país. Mis recuerdos han viajado lejos, mucho más lejos, hacia unos tiempos de los que les he hablado, también en el pasado, en otras oportunidades. Joaquín Balaguer acaba de tomar posesión el 1 de julio de 1966 y se ha permitido designar cinco prominentes perredeístas en el gabinete. Hacia la época no existía el desconcierto que prevalece hoy respecto de las banderías partidistas. Pero un grupo de amigos entiende que las designaciones son un atropello incalificable. Me alientan a expresárselo, y marcho a su despacho.

Me escucha tranquilo. Como les he contado otras veces, advierte que, tras mis palabras se encuentran los reclamantes. No le interesan los nombres, pero me recuerda que el país palpita con el agua que hierve en una caldera. “De cerrarse la espita de seguridad el vapor habrá de acumularse, y la caldera estallará”. Recordando la sabia reconvención, paso revista a las tres fructuosas gestiones que encabezó por esos años. Y entonces miro en derredor. Hoy se nos asegura que vamos adelante.

Pero tengo la convicción de que el camino está lleno de sinuosidades, es oscura la ruta, y no sabemos a donde llega el sendero. Se pregona un progreso que no parece arropar sino a muy pocos, justamente aquellos que, como Pedro ante Jesús, reclaman que se obvie el sacrificio. ¡O todo nuestro, o nada de nadie!, dicen. Y en la actitud que se enarbole descansa el mañana. Hasta ahora marchamos con dificultades enormes, porque se ha conducido erráticamente. Pero se busca mantener una imagen de solidaria avenencia con quienes arrimaron leña para atisbar ese fuego.

De mantener esta postura, tal vez se esté a la puerta de un cambio palpable. Si el halago que trasunta del reclamo de Pedro es el que prevalece, y no se parafrasea la reconvención de Jesús, quizá tengan que prepararse los salvavidas.

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