POR GRACIELA AZCÁRATE
El 26 de diciembre de 2004 se cumplieron cien años del nacimiento del gran escritor cubano cuya obra, lujosa, proteica y musical, puso la zapata para lo que sería ese florecimiento de la literatura latinoamericana hacia 1960.
Alejo Carpentier, deslumbró a más de una generación con el peso de una narrativa cuyos signos son la presencia de lo latinoamericano abrazado a lo barroco. Es llamativo que un escritor, más cercano a lo europeo que a lo americano, puesto que vivió en París, por más de 40 años, haya podido hilar tan fino en el alma del hombre americano.
Tanto Alejo Carpentier como el guatemalteco Miguel Angel Asturias sentaron las bases sobre las que se erigió el fenómeno del boom de los años 60, título que fastidiaba a Carpentier porque boom quería decir brote y él creía en el caudal ilimitado y riquísimo de una América mestiza y multicultural.
Ellos fueron los padres fundadores y sus herederos fueron: García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa y Juan Rulfo.
Alejo Carpentier, nació en La Habana el 26 de diciembre de 1904, su padre era un arquitecto francés, que emigró en 1902 hacia América abjurando de la vieja Europa y su madre una pianista rusa que al igual que la abuela lo acercó al mundo de la música.
Durante siete meses, cuando aún no tenía 20 años, fue encarcelado por su oposición al gobierno de Gerardo Machado, hecho que le obligó a pensar en el exilio. Francia, fue el país elegido, país natal de su padre y gracias a la ayuda del poeta Robert Desnos que además lo vinculó a los surrealistas André Breton y Jacques Prévert. A pesar de la influencia familiar europea, su mirada literaria siempre estuvo en el vasto escenario americano al cual recurrió para encontrar el tono de sus cuentos y novelas.
En el prólogo a El reino de este mundo escrita en 1949 y una de sus obras más significativas, inspirada en un viaje que hizo a Haití en 1943, aparece el sustento de su teoría sobre lo real maravilloso, teoría que, no obstante la innovación, bucea en la realidad con dureza. Parte del éxito de El reino de este mundo radica en esa simbiosis entre la verdad histórica y la ilusión de olvidar los hechos para dar figura humana a los mitos. En medio del vital desarrollo de las tradiciones haitianas, suceden episodios insólitos que, sirven para comprender mejor la realidad americana. Lo real maravilloso no surge de la distorsión, sino que, según el propio Carpentier, se encuentra a cada paso en las vidas de los hombres que inscribieron fechas en la historia del continente.
En América, todo es desmesura que causa asombro, que es insólito, nuestro pasado, nuestra historia son románticos por cuanto lo que alimenta cualquier romanticismo coincide con los sentimientos y la peculiar expresión del hombre americano. Ni la grave, taciturna, contemplativa herencia india; ni la mágica y dionisíaca herencia negra; ni la dramática, religiosa, inconformista herencia española son las que propician un clasicismo. Nuestra vida actual está situada bajo signos de simbiosis, de amalgamas, de transmutaciones. El academicismo es característico de épocas asentadas, seguras de sí mismas. El barroco, en cambio, se manifiesta donde hay transformación, mutación e innovación.
Desde El reino de este mundo, su mirada literaria abarcó mucho más que una concepción estética, él tenía un modo de escribir capaz de incorporar, no sólo las tradiciones culturales, sino que fue desplegando una inventiva certera para poner un punto de inflexión a la historia novelada y crear un espacio de narración viva. Su rica formación y sus intereses en la arquitectura, la música, la historia, el periodismo y las letras le permitieron crear un mundo literario signado por la inquietud de quien ansía conocer.
América, continente de simbiosis, de mutaciones, de vibraciones, de mestizaje, fue barroca desde siempre. El Popol Vuh es un monumento al barroquismo; la poesía nahualt es la poesía más encendidamente barroca que pueda imaginarse, por la policromía de sus imágenes, por los elementos que intervienen, que se entremezclan y por la riqueza del lenguaje
En su tercera novela, Los pasos perdidos escrita en 1955, el río Orinoco abarca el paisaje alrededor del cual se mueve el protagonista, un musicólogo que viaja a Venezuela a pedido de una universidad americana, para encontrar, en la reconstrucción de otras identidades, algunos instrumentos musicales de valor genuino. La novela escrita en primera persona, es un diario de viaje donde la intensidad se centra en el desarrollo de un viaje cargado de símbolos, una alegoría, donde el núcleo reside en la regresión del viajero a sus orígenes.
Carpentier no sólo es americanista sino que su literatura expresa un espíritu cosmopolita: la necesidad de descubrir en los seres humanos destinos comunes.
En Visión de América, donde expresa su orgullo de ser latinoamericano, existe una singular manera de ir de lo telúrico a lo universal y sus ensayos desmenuzan la condición humana más allá de los vaivenes políticos.
Para Carpentier, la desolación del hombre es un modo de exclusión social que, tiene raíces en la angustia de no comprender lo que verdaderamente pasa en el mundo. Sus historias exhiben la lucha entre una modernidad que avanza y una realidad que, en muchos sentidos, se vuelve primitiva.
Los personajes de Carpentier, dijo Fernando Alegría, representan a un hombre que está consumido por el vacío espiritual y la espantosa presión que genera la decadencia del mundo moderno.
En El recurso del método, crea a un tirano cerebral, cuyo cinismo es el de alguien que extiende su acción a un sistema. Lo real maravilloso hace que el tirano esté omnipresente, sus actos son abyectos, pero nada es más cierto que el poder abstracto que envuelve la historia del continente donde permanecen y se reproducen signos autoritarios que aún hoy siguen latentes. Esa novela del dictador creó una corriente como por ejemplo: El Señor Presidente de Miguel Angel Asturias; Yo, el Supremo, de Augusto Roa Bastos; El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez que expresaron la voz de resistencia de más de una generación.
A su escritura de orfebre que mide cada sustantivo, que compara cada adjetivo, se suma la pluralidad de temas: la religión, los mitos, la problemática social, la soledad, la naturaleza virgen, la rutina, los pesares de tener que sobrevivir a la pobreza.
De regreso a Cuba, en 1959, Carpentier ahondó estas inquietudes y compartió las ideas que entonces predominaban en los grupos culturales en los que había hecho, décadas atrás, amistades como las de García Lorca y Pedro Salinas. Si bien El reino de este mundo y Los pasos perdidos habían dado clara cuenta del valor de su novelística, el regreso en 1959 lo llevó a un primer plano de la literatura mundial. La historia turbulenta de su país le fue favorable, apoyó la revolución cubana desde el principo, abandonó Venezuela donde vivía desde hacía catorce años, fue designado vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura, y enviado como embajador cultural a Francia.
Luego del éxito, en 1958, de su libro de relatos Guerra del tiempo, se publicó en 1962 El siglo de las luces.
Su labor, desplegada en sus libros y en los cargos oficiales, lo llevó a ser, desde 1966, diplomático en París, donde murió en 1980. El regreso a Europa le permitió escribir con suficiente tranquilidad. Sumó otras novelas como: Concierto barroco de 1974, basada en un viaje que sortea el tiempo y transcurre en la Europa del siglo XVIII; El recurso del método de 1974, incluida en la tradición del boom; La consagración de la primavera de1978, voluminosa novela que se inicia en Guerra Civil española, en la historia de la Brigada Lincoln y se extiende hasta la Revolución cubana. Esa novela está centrada en la historia de un hombre de la rancia burguesía cubana que sin embargo se une a la Revolución por convicción. Como en sordina aparece dibujado el retrato de una mujer de excepción. Vera es la bailarina rusa que se casa con este cubano, que vive las peripecias de la guerra civil, de la segunda guerra mundial, la incógnita que encierra su viaje al Caribe, pero sobre todo su peripecia personal marcada por la revolución rusa, que la obliga a desterrarse en París, la pérdida del primer amante en España y la realidad ineludible de que es una mediocre bailarina de ballet.
El arpa y la sombra de1979, cuyo protagonista no es otro que Cristóbal Colón cierra ese vasto fresco de la cultura caribeña que es la obra de Alejo Carpentier.
Escribió El arpa y la sombra, por el rechazo que sintió ante el libro de León Bloy, escritor católico que promovió la beatificación del Almirante y, sin más, su paralelo con Moisés y San Pedro. Vio las huellas de un mito y empezó a trabajar la increíble aventura exterior e interior de Colón, hasta llegar a la confesión íntima del navegante en los últimos momentos de su vida. El texto, reúne múltiples puntos de vista, pues en él convergen las voces de los personajes, se crea un clima fragmentado, y un ambiente de conjura. No es una novela histórica sino de la historia de un hombre que deserta de ser protagonista y ante la proximidad de la muerte hace que Colón vea más sus debilidades que de sus hazañas.