Acaso sí: ir nocturnamente al encuentro de un filete de doce onzas, bien cocido o a término medio, o de una langosta a carapacho abierto y rociada de salsa Thermidor disponibles en los restaurantes de precios altos, puede hallar obstáculos que tienen que ver más con la billetera que con restricciones horarias de orden legal y sanitario.
Existen, y siempre han existido, los impedimentos a entregarse fuera de casa a deleites post ocupaciones ordinarias que incluyan el buen y caro cine, presentaciones de teatro y otros actos culturales y deportivos que siempre obligan a rascarse el bolsillo y no a todos los humanos les asaltan picores por ese sitio a causa de un abundante contenido.
Se cuenta con una importante proporción ciudadana en desacuerdo con lo multitudinario, familiarizada con la vida reposada y adherida a programaciones televisivas, internet y Netflix o a la lectura seria o banal. Señoras y señores que creen a pie juntillas en que el que no se aísla se dispersa o que desde hace muchos años se abstienen de las andanzas que otros emprenden tras ocultarse el sol.
Ahora son presa de temores a una desinhibida delincuencia que en ocasiones y lugares llega a ser rampante. ¿Se habrán dado cuenta de que ya no se puede salir de noche o de que el día solo existe hasta las cinco de la tarde por restricciones oficiales?
No se trata, desde este enfoque, de conspirar contra el legítimo derecho a la movilidad en función a veces de volcánicas energías de quienes por su juventud, soltería o pocas urgencias de ahorrar, odian los recortes existenciales o tienen, a considerable distancia de sus domicilios, legítimos intereses para los cuales solo habría espacio si los toques de queda resultaran de hora y media de duración, preferiblemente desde las cuatro a las cinco y media de la madrugada.
El acuartelamiento cívico es mucho más común de lo que podría suponerse, por lo cual es difícil medir el nivel general de los perjuicios que causan las autoridades al vaciar calles y locales impulsando por ese medio a la diversión de concurrencias clandestinas. Lógicamente, militan contra las prohibiciones aquellos que desde sus objetivos comerciales necesitan que siempre haya comensales.
y que además los cambios políticos, aparte de las pandemias, no saquen de amplia circulación y consumos descollantes en salones de esplendor a los personajes que resultaron perdedores en las últimas elecciones.
A muchos turpenes de los disfrutes anteriores no los vería uno en los quórum de vigilas prolongadas con buenos platos y bebidas aunque estuviera permitido darse buena vida mientras otros duermen.
Lo ordinario, además, es que los desplazados sean sustituidos en las glorias del poder por unos rivales novatos, sin familiaridad con los intríngulis del ejercicio público. Cohibidos porque hasta ayer juraban y perjuraban que serían diferentes a los salientes y querrán demostrarlo al menos en el primer cuarto del período.
Estamos tan acostumbrados a ser mal gobernados que hace tiempo que pasamos a suponer que hasta para quedarle mal a la sociedad hay que pasar por algún aprendizaje o tiempo muerto.
Aplatanarse, como dicen. La modestia está llamada a predominar. Jure usted que en el nuevo oficialismo, acostarse temprano es algo que les dicta la prudencia pero nadie sabe hasta cuándo durará la sobriedad políticamente conveniente.
Ya hubo presidentes que en un principio solo brindaban agua de coco a invitados de sesiones palaciegas y que hacían detener sus caravanas ante la luz roja de los semáforos como cualquier hijo de vecino… hasta que cogieron el piso para parecerse a los demás.
Hubo otro estadista que se diferenció notablemente de otros, que dijo tener la corrupción a raya pero solo en lo que concierne a traspasar la puerta de su despacho. De ahí hacia fuera nunca existió confinamiento para la voracidad y pasión por el atropello de algunos de sus apoyadores.
Eso sí: salir de noche por muchos sitios de este país no tenía que estar expresamente prohibido para resultarles peligroso a sus opositores. Unos toques de queda de implícita vigencia.