ALERTA. Belén Atienza: vocación para crear belleza desde el dolor

ALERTA. Belén Atienza: vocación para crear belleza desde el dolor

Desde el punto de vista de sus preferencias emocionales, me parece que hay tres tipos de poetas. Los primeros tienen vocación por las expresiones festivas. Hasta en temas dolorosos, por debajo de sus palabras late un fuerte sentido de esperanza que nos provoca alegría. Por ejemplo, Whitman o Mora Serrano.

Los segundos oscilan entre lo amargo y lo dulce, en alternativo ritmo que nos lleva por el mundo del péndulo risa-llanto casi con igual frecuencia. Octavio Paz o Franklin Mieses Burgos, verbigracia.

Los terceros son de vocación por lo triste. De tal modo que aun cuando suelen abordar asuntos que habitualmente llaman a la celebración, nos hacen apurar su trago agrio pero sublime, hiriente pero bello. Es el caso de César Vallejo o Silvia Plath.

LAS AFLICCIONES DE LA POESÍA SOCIAL DE ATIENZA

En ese tercer grupo ubico a Belén, si partimos del libro “Tierra de Noches Inmensas” que analizamos.  Los pesares corren intensos e inmensos en tópicos sociales o amorosos. En la próxima entrega, veremos estos últimos.

Ahora, tratemos el aspecto social. Los sufrimientos son vasos comunicantes permeando todo. Incluyendo dos de los más extraordinarios poemas, donde sus sentimientos suben a las más altas cumbres de la hondura humana: “Mi Tierra es una Lengua” (pág. 7) y “Pérdida de la Voz” (pág. 44).

El primero, al inicio del libro, nos da la atmósfera que irá creciendo. Se trata de su vieja y lacerante tristeza gitano-lorquiana-hernandista.

Carga fuerte amargura, de manos crispadas, de dedos que van dejando en el teclado su impronta de sangre y lágrimas. Es el pleno ejercicio de rebeldía de la zaherida poeta errante. De exiliada que se ha ido pero lleva la tierra en carne viva, adherida hasta los huesos, vibrando entre neuronas, vívida para siempre en la memoria.

Así, convierte esa pesadumbre en hermosa creación artística que la convierte en bandera, en llanto audible en la distancia, en grito que rompe la violenta paz  de quienes llevan la victoria al cinto para cuidarla de la rebelión del pueblo maltratado.

El cante jonde resuena en gitana y furibunda poesía:

“Mi tierra es una lengua reseca

agrietada por siglos de injusticia.

La jota jadeante de mi garganta jonda

gime enterrada bajo los olivares.

(…)

Vuela el botafumeiro

perfumando la herida

hedionda,

supurante”.

El poema es dedicado a su abuela Manuela Flores. Es decir, en nuestra escritora lo personal,  familiar y social se mezclan. Los sufrimientos individuales y los generados por los acontecimientos sociales trágicos y traumáticos, como hemos dicho, marcan a la poeta.

Nos explica Belén: “Así tres tierras: el Sur, la Andalucía de mi abuela y mi madre, de Lorca. Barcelona, el norte urbano donde crecí en un paisaje industrial. Y Galicia una tierra fascista de fanatismo religioso y católico. El botafumeiro es un incensario que se usa en la catedral de Santiago de Compostela para ocultar el mal olor corporal de los peregrinos. En el poema es un símbolo de las formas en las que se ha intentado ocultar el sufrimiento de los pobres con una historia falsa”.

“PÉRDIDA DE MI VOZ”, EL GRAN POEMA DEL LIBRO

Veamos el otro: “Pérdida de mi Voz”. Excelente texto en el cual también hiere y pervive la expresión ante los dolores históricos españoles, como decíamos en el artículo anterior. Manifestación que baja hasta las más profundas simas de su estremecimiento. El mejor del libro y el más crudo, amargo y ácido.

Texto de largo aliento que muestra la alta calidad de la poeta, ya que en las piezas líricas extensas la escritora tiene el fuerte compromiso de lograr mantener la tensión y atención del lector, sin caídas.

Oigamos la vibración estremecedora de la bata (que si a los varones se les dice bates, no hay por qué no emplear el adjetivo en femenino):

“Me levanté sin voz.

No noté nada.

Ahora que lo pienso,

vi temblorosos en la ventana

algunos pájaros alicaídos.

Me robaron la voz.

(…)

En sueños había visto

morir a los amigos,

mi hija llorando de hambre,

alguien me había violado.

No recuerdo.

Era un miedo borroso.

Un dictador,

tal vez Dios,

me asesinó de noche,

mientras dormía, acaso.

Un fantasma sin nombre

me robó la voz,

sembró de telarañas mi pasado,

envenenó mis sueños.

Algo pasó.

No sé exactamente qué”.

El próximo domingo, continuamos el viaje dentro del libro de Belén Atienza.

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