Este 26 de enero de 2019 se cumplieron 6 años de la muerte de ese gran artista dominicano que llevó el nombre de Harold Priego, y quiero dedicar la columna de hoy a recordar su imperecedera obra. Lo conocí en mis tiempos de creador y escritor de anuncios, cuando él fungía como director de arte en Young & Rubicam Damaris. También realizaba dibujos animados para películas y comerciales televisivos. Luego supe que era un excelente pintor y caricaturista. Había estudiado arquitectura, y la abandonó sin terminarla, a los tres años. Porque a ella se impuso ese enorme talento creativo para las artes gráficas que lo convirtieron en uno de los más ingeniosos caricaturistas dominicanos. Nació en 1955, en la olímpica ciudad de La Vega, República Dominicana.
El excelente crítico, curador y artista Danilo de los Santos lo retrata así:
“Le llamaban Xarold. Era un infante cuando fue caricaturizado de perfil, resaltando su azorada mirada con larga pestaña que acentuó la gracia de la edad. Es una caricatura fechada a inicio de la sexta década del pasado siglo XX, y difundida muchos decenios después, en el diario El Caribe (23/4/2004).
La representación dibujística se acompaña de interrogantes y pertinentes respuestas: ¿Premonición? ¿Por qué en1960 el conocido caricaturista Príamo Morel hace una caricatura de un niño de cinco años? Los acontecimientos posteriores a ese año llevan a pensar que 30 años después se produjo un traspaso de mando. Del gran Príamo a Harold el magnífico (aunque a los 5 años era Xarold).
Tiempo después de haber sido caricaturizado Xarold, como seguía llamándose, celebró a los nueve años una individual en el Palacio de Bellas Artes, exhibiendo 65 cuadros. Puede ser considerada la primera muestra pública de un niño, respaldada por su padre y presentada la muestra por Aída Cartagena Portalatín, poeta y crítica de arte reconocida. Los temas de las obras manifestaban la imaginación de Xarold: “”Bomberos en acción”, “Asalto a un tren”, Batalla aeronaval”, “Convoy atacado por el aire”, “Hombres ranas”. La caricatura, que muchas veces se confunde con el pasquín o el libelo, tiene su fuerza en que caracteriza y da forma a un sentir colectivo, pero caracterizar y dar forma a ese sentir se le niega a quien en el fondo no sea un verdadero artista. Harold es hijo de un gran escultor, Joaquín Priego, autor de obras que ya forman parte de la cotidianidad dominicana, y nieto del gran pintor Enrique García Godoy, quien se destacó en la plástica dominicana por sus desnudos y sus retratos de pequeño formato. Las obras de arte de Harold Priego se encuentran en manos de coleccionistas de todas partes del mundo. Priego fue homenajeado en la Feria del Libro 2009”.
En los días posteriores a su muerte, escribí y publiqué lo siguiente sobre ese extraordinario artista y viejo amigo:
¡Qué desierto has dejado, querido Harold, qué desierto! No sé si hay otra palabra mejor para definir tu ausencia, amigo del alma a quien conocí hace ya muchos años en los corrillos de la publicidad, que en verdad trabajamos tantos proyectos juntos, que compartimos ideas, crítica social, buen humor.
Nunca olvido mis visitas a tu casa cuando tu hijo estaba muy pequeño (del que me dijiste: «Juan Freddy, mira, ese es mi hijo», y yo te respondí: «Harold, no tenías que decírmelo, ya yo lo sabía desde que lo ví, ¿no ves que se le están cayendo los pantalones?») y tenías aquel Camaro que tanto yo admiraba, y esa mujer cuya risa siempre brillaba pletórica de simpatía, esa risa que ahora estará cosida en lágrimas para que los dientes no puedan mostrar su blancura blanca como su corazón y como el tuyo. También cuando trabajábamos en compañía de José Gautreaux en Publicitaria Creacción, en las aventuras de los cartones animados para comerciales, los diseños e ilustraciones maravillosas que hacías, y sobre todo, lo que nos reíamos de la vida con nuestro común buen humor y amistad entrañable: César Campillo -a quien acompañas ahora por esos transparentes territorios de la muerte-, Ángela Pinales, Juan Soto (y sus únicas palabras para definir a las mujeres bellas: «Ápera, Báaaarbara»), Kiko Valenzuela, María de Lourdes, Giovanni Cuevas.
Tiene razón Leibi Ng, tú nos hacías pensar, y reir por añadidura, nos hacías reflexionar sobre las debilidades de nuestra sociedad, que tantas veces parece más una suciedad. Y tus personajes claramente lo decían: Boquechivo, la voz del pueblo llano y simple en su hondo y directo razonar. Diógenes, esa evocación del gran filósofo griego que abandonó los salones o nunca estuvo en ellos, y se fue a las calles, a los campos, a la vida, o quizás siempre estuvo en ellos, a conocer y convivir y criticar las malas mañas, la maledicencia, la falsía de esa rata erecta, como llamó Julio Cortázar a los hombres en su poema “Los dioses”. Sí, había hondura en la rápida caricatura, que en ti era un poema visual, un poema dibujado, un poema irónico con el que tu aguda flecha iba directo, como aquel viejo unguento de los anuncios, La Flecha, al lugar del dolor, al lugar de la herida.
Siempre quise que fueses a la Tertulia Jueves de la República a hablar de caricaturas, dibujo, diseño gráfico y toda la inmensidad de cosas que sabía ese filósofo del lápiz que eras. Y nos quedamos sin el libro que quería yo que hicieras con todas las caricaturas. El micrófono, la gente, las sillas, el aire quedaron esperando tu gordura, tu voz de toro manso, tu risa de niño viejo, y la agudeza de tu pensamiento serio vestido de humor.
Harold: es una pena que sean inútiles las lágrimas, y que las palabras ahora sean no más que un pequeño desierto negro, una vacua sombra, un espejismo sobre el blanco de arena y cellisca de la pantalla o la página. No sé, verdaderamente no sé, Harold, cómo podremos reconstruir el mundo destruido por tu ausencia, por la ausencia de esa alma de gigante, de ese gurú de bondad, maestro ético y catedrático de la nívea intuición que fuiste. Y mudo de ideas me pregunto, ciego de palabras me pregunto, ¿cómo será el mundo sin Harold Priego y sin su lucha diaria contra la injusticia y la mentira, la vileza y la prepotencia, los robos y el despojo, siempre indignado contra la indignidad, cómo podremos luchar por el bien sin su espada, sin su látigo, sin su foete, como Alfonso diría tan bien dicho?