Tal como prometí en la entrega anterior, continuaré abordando la obra renérodríguezoriánica, y excúsenme por inventar una palabra con tres tildes. Ahora me detendré en el microcuento “Buzón de sal”, buen ejemplo para conocer el estilo del autor.
Advertencia: Es posible que mi interpretación no sea la de muchos. Porque estoy convencido de que el 50% del arte está en el creador: un yo condicionado por el hecho de ser un aleatorio-algorítmico almacén de percepciones producto de ese desordenado orden que es la vida. El otro 50% lo aporta el yo del lector, condicionado igualmente en su visión, por percepciones de su historia personal. En consecuencia, cada receptor asimilará la obra de arte como aquello que sus miedos, fantasías y pasiones le permitan interpretar.
Es decir, que verteré aquí mi punto de vista sobre la pieza. Con todo respeto a las opiniones e impresiones de los demás, como espero sea tratada la mía.
Había leído este cuento, pero lo que me motivó a comentarlo fue la publicación que del mismo hizo la esposa del autor, Carmen Polanco Morales, en la página de internet con la que honra su memoria. Allí leí también comentarios del público.
Aprovecho la brevedad del texto para presentarlo. Ahí les va:
BUZÓN DE SAL:
A LAS TRES Y TREINTA DE LA TARDE, como cada jueves, él recibe su correspondencia. La mira. La mima. Vuelve tras sus pasos hasta la terraza de su vieja casa solariega. Apoltronado, manso y tranquilo en su ajustada mecedora, espera que llegue ella, como cada jueves a esta hora, su fiel y antigua servidora, doña Luz, calientito, aromoso, tetera humeante, taza de azul y clásico diseño, de manzanilla tierna, por supuesto, y él abre el sobre y como si leyera una comunicación de siglos, vierte en la humeante taza de té el contenido de ese sobre que por milenios y milenios ha recibido en su buzón, como cada jueves, de remitente desconocido, pero siempre dirigida a Lot, el único que conozco. ( 2003).
Este excelente texto parte una rama del gran árbol bíblico: el mito de la estatua de sal en que fue convertida la mujer del Lot. Desde el título, sabemos que es su esposa la “desconocida” quien le “escribe” un sobre semanal a la misma hora y día.
Es un buzón de sal porque eso contiene cada envío, un poco de sal la estatua. Para que “endulce” el té con una fracción de su cuerpo, que va entregándose jueves tras jueves, sobre tras sobre. Y la recibe como lo que ella es para él; lo expresado por Jesucristo a sus apóstoles: “… la sal de la tierra”.
La Biblia no dice cómo se llama esta mujer. Es decir, por mirar hacia atrás fue castigada también con la muerte civil: prohibir su nombre, borrarlo de la historia. Pagó caro su atrevida curiosidad.
NO HA CONOCIDO OTRO HOMBRE
Es ella la voz que narra esta historia milenaria. Y persiste en su amor por Lot al finalizarla diciendo que él es «…el único que conozco». Esto significa que no se ha unido a otro hombre, pues antiguamente se decía que una mujer “conoció a un hombre” cuando tenían relaciones íntimas. Con ello, niega que muriera, y quizás se libró del encantamiento, y es ciertamente sal, pero sal viva.
Lot permanece también atado a ese amor-castigo de su dios, recordándola en el rito del té de cada jueves, solitario en su casa solariega, como si la esperara vertiendo y tomando el salado sobre que le envía su conocida desconocida. No tiene otra mujer, pues quien le trae la bebida es una servidora doméstica.
Obviamente, lo de convertir a la mujer en estatua y no nombrarla es un ejemplo de lo que constituye la base fundamental de toda religión: exige fe ciega, sin permitir al devoto mirar hacia otra parte, y hacerlo interpretar la escritura sagrada de una sola manera, al estilo de las ojeras colocadas a los caballos para que solo vean a un lado y se concentren en su misión: correr hacia adonde quiere el dios-hombre que va en su lomo.
Es ingenioso cómo René Rodríguez Soriano logra decir tanto en tan pocas palabras.
Muy sintomático el hecho de que haya sido una mujer, y precisamente la mujer del discípulo, quien ha osado dudar de la historia sagrada con su mirar motivado por la duda, tal vez para comprobar si era mentira o verdad lo de la sodomía en las ciudades de Sodoma y Gomorra, y si ciertamente ardían, en castigo por contrariar al Jehová de los ejércitos. Igual ocurre con Eva “desobediente” y Adán “inocente”, otro índice del prejuicio contra la mujer en algunos escritores bíblicos. Son hombres, y obviamente, “cada cual en este mundo cuenta el cuento a su manera” como dice la canción de Tite Curet Alonso en la rebelde voz de La Lupe.
Este microcuento es de los mejores de la literatura dominicana. Labrado en forma sugestiva, con una ingeniosa ingenuidad tras la cual hay toda una simbólica significación en la que el autor hace un uso innovador del realismo mágico. Recurre con belleza conmovedora y seductora a los mitos que guardan las mentes de quienes hemos sido educados en las tradición religiosa judeocristiana, conocida por todos.
El domingo, veremos otra cara de la obra de René.