En torno al ensayo no se ha escrito tanto como sobre poesía, cuento, novela, teatro y otros géneros literarios, de los cuales contamos con una bibliografía de millones de páginas. Y como este es un escrito que está llamado a no ser muy amplio, exploraré las ideas de algunos autores sobre el tema y luego expondré la mía. Veamos.
Conozco las ideas, por ejemplo, de Basilio Belliard sobre este tópico, que es la misma del gran ensayista mexicano Alfonso Reyes, quien lo ve como el centauro de los géneros literarios, ya que linda con el poema, el cuento, la ciencia, la filosofía, etc.
También sé de lo pensado por Manuel Núñez, quien asume la idea de que se trata de un análisis, una exposición organizada, investigada, profundizada, sobre un tema y expuesto con elegante escritura. Esta definición apenas se diferencia de las exposiciones científicas propiamente dichas. Tal vez por esa belleza expositiva, además de que en estas habría -según Núñez- que extenderse un mayor número de páginas, y tener una más detallada bibliografía. Es ese punto de vista el que asume nuestro gran lingüista y crítico literario Pedro Henríquez Ureña, al titular su libro Seis ensayos en busca de nuestra expresión, e igual el sociólogo y político peruano José Carlos Mariátegui al nombrar el suyo Siete ensayos acerca de la realidad peruana.
En cambio, para Federico Henríquez Gratereaux, reconocido ensayista y crítico literario, el ensayo es lo que ha explicado el inventor de ese género y maestro en el mismo, Jacques Montaigne. Es decir, que se trata de una exposición escrita en que el autor se place en verter sus opiniones personales sobre un asunto, con fines de compartir con los lectores el deleite de razonar en torno a lo que considera ciertas graciosas y valiosas verdades de la vida, al tiempo disfrutando el bello escribir.
En este contexto, el ensayo podría tener –y a menundo lo tiene- fines tangencialmente orientadores o didácticos, científicos, filosóficos, históricos, etc., y aunque su enfoque pueda acercarse al análisis, a la discusión de conceptos, no deja de ser ante todo y sobre todo un divertimento.
OPINA EL INVENTOR DEL GÉNERO: MONTAIGNE
Veamos las palabras textuales con que Montaigne lo define en la entrada a su libro de ensayos:
«Este es un libro de buena fe, lector. Desde el comienzo te advertiré que con él no persigo ningún fin trascendental, sino solo privado y familiar; tampoco me propongo con mi obra prestarte ningún servicio, ni con ella trabajo para mi gloria, que mis fuerzas no alcanzan al logro de tal designio. Lo consagro a la comodidad particular de mis parientes y amigos para que, cuando yo muera (lo que acontecerá pronto), puedan encontrar en él algunos rasgos de mi condición y humor, y por este medio conserven más completo y más vivo el conocimiento que de mí tuvieron. Si mi objetivo hubiera sido buscar el favor del mundo, habría echado mano de adornos prestados; pero no, quiero solo mostrarme en mi manera de ser sencilla, natural y ordinaria, sin estudio ni artificio, porque soy yo mismo a quien pinto. Mis defectos se reflejarán a lo vivo: mis imperfecciones y mi manera de ser ingenua, en tanto que la reverencia pública lo consienta. Si hubiera yo pertenecido a esas naciones que se dice que viven todavía bajo la dulce libertad de las primitivas leyes de la naturaleza, te aseguro que me hubiese pintado bien de mi grado de cuerpo entero y completamente desnudo. Así, lector, sabe que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no es razón para que emplees tu vagar en un asunto tan frívolo y tan baladí».
Obviamente, no vamos pretender ceñirnos estrictamente a lo planteado por Montaigne porque los conceptos, como todo, evolucionan. Pero su escrito contiene el elemento esencial que ha definido al ensayo durante su decurso en el tiempo, y que lo ubica como una variante literaria y no científica: ser un divertimento, un solazamiento personal para deleite del lector.
PARA GRANDES ENSAYISTAS, ES DIVERTIMENTO
En el andar de los más brillantes autores de hoy por los territorios del mismo, no se ciñen ni limitan a este aserto del maestro francés, pero al leer sus piezas ensayísticas notamos que se mantiene la esencia de ello. O sea, conservan como lo principal del género el concepto del arte de jugar a razonar intuitiva y artísticamente sobre un asunto, sin dejar por ello de aportar útiles reflexiones. Es lo que vivimos en los escritos de George Santayana, Jorge Luis Borges, José Ortega y Gasett, Octavio Paz, Italo Calvino, Mario Vargas Llosa, Eduardo Mallea, José Lezama Lima, Miguel de Unamuno, Paul Valéry, Enriquillo Sánchez, Antonio Zaglul, Manuel Valldeperes, Pedro Mir, Germán Arciniegas, Federico Henríquez Gratereaux, Cintio Vitier, Julio Cortázar, Gregorio Marañon, André Maurois y otros emblemáticos practicantes de esta variante literaria.
Obviamente, sea cual sea el objetivo del ensayista -simple divertimento o explicar de forma ligera y hermosa una idea o discutir algún tema con los lectores- su contenido puede servir a los estudiosos de distintas materias científicas y especialidades como fuente de información y análisis.
En los debates sobre definiciones de categorías científicas (y de eso se trata, pues el ensayo es una categoría que se estudia la Crítica Literaria), la opinión del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE) no es la última palabra, pero nos ayuda. Por ello cito la definición del DRAE: “Escrito en el cual el autor desarrolla sus ideas sin necesidad de mostrar aparato erudito”.
Ciertamente, cuando se habla de que en el ensayo no hay que “mostrar aparato erudito”, se quiere indicar que el autor no perseguirá hacer ciencia, investigación, pieza erudita, estudio, tratado, etc. Sino que en su condición de auténtica forma literaria, habrá de expresar su verdad poniendo en primer lugar la belleza, el buen decir, las palabras convertidas en arte. Lo mismo que en poesía, el cuento, novela, teatro, y los demás géneros oficiantes del lado estético de la palabra.
ROZA LA CIENCIA SIN SER CIENCIA
Claro, por el camino habrá de tocar investigación, erudición, hondura, ciencia, pero ese no es, generalmente, su propósito básico y definitorio. Son consecuencias colaterales al fin buscado, parte del campo magnético en que se cruzan todas las cosas que existen, de las cuales ninguna es química ni físicamente pura, sino que en su interior hay siempre mayores o menores porcentajes de otras afines, e incluso contrarias.
Por eso, estoy de acuerdo con lo establecido por Montaigne y seguido por el DRAE y por muchos grandes maestros universales en la práctica del mismo. Es un género literario caracterizado por ser una exposición escrita en que el autor se deleita en la belleza del razonar o fingir razonar, la seducción del juego con los hechos e ideas de la ciencia, las categorías la filosofía, las visiones de la religión, recursos de la técnica, las visiones de la fantasía y los sueños de la imaginación, y, en fin, de todo lo perceptible y pensable visto como diversión verbal, como acertijo, como atisbo intuitivo, como otro camino –el estético- hacia la verdad, pero sin la meticulosidad y el don del detalle y la rigurosidad del filósofo al desarrollar sus ideas ni la precisión del científico al comunicar sus experimentos.
Es, en dos palabras, la pasión por la búsqueda de una realidad marchando de la mano con el bel escrito. Y la diferencia entre un ensayista y otro, viene dada por qué aspecto o enfoque privilegie más, el que más cargue su estilo en el camino: búsqueda de la verdad, diversión, humor, sobriedad, paradoja u otros recursos o caminos en la exploracion verbal de la belleza.
Todo ello significa que la respuesta a la pregunta con que encabezamo este escrito es: El ensayo no es un género científico. Es solo literario.
¿Por qué se lo confunde con el estudio, el tratado, el artículo y otras formas pertenecientes a ciencias, técnicas, periodismo, etc.? ¿Por qué se cae en el error de afirmar que hay ensayos históricos, médicos, económicos, tecnológicos, sociológicos, antropológicos, etc.?
Lo responderemos en un próximo artículo.