A continuación, publico el valioso comentario enviado por el poeta y cuentista dominicano Wilfredo Rijo sobre un texto de Jorge Luis Borges publicado aquí por mí. Le agradezco por leer y comentar mi columna.
Aprovecho para señalar que en su escrito Borges usa de manera impropia la palabra ética. La correcta debió ser estética. Porque esta alude a la belleza o elegancia de una obra literaria, que es el tema de su ensayo. No a la ética, que refiere a lo deontológico o valores de comportamiento humano, moral, en vez de lo hermoso o atractivo en lo escritural. A mi juicio, el artículo de Borges debió llamarse “La Supersticiosa Estética del Lector”.
Por demás, el autor argentino demuestra que, aunque un estilo propio es importante en las letras, lo principal es la eficacia emocional, buque insignia para llevar al lector al soñado goce.
AHORA, LEAMOS EL COMENTARIO DE WILFREDO RIJO
La entrega del 19 de enero de 2020, de «Alerta», la columna dominguera de don Juan F. Armando, trajo un escrito de Borges titulado: «La Supersticiosa Ética del Lector”, donde él trata de mitificar el simple acto de lectura de un texto, a partir del estilo que en cuestión, asuma el escritor para emitir su expresión.
El estilo del escritor es como su huella digital. El lector en cambio, asumirá indistintos e infinitos estilos de lectura, para acomodar e interpretar la «página escrita». Tanto así, que al releer el texto en cuestión, se descubren matices no antes vistos, pasajes con otros sentidos.
Entonces decía yo en un comentario adjunto:
«Creo que la «ética del lector» queda sentenciada por la calidad del escritor. Que es a su vez la calidad de lo que escribe.
Su temática, el tratamiento sicológico de sus personajes; los filtros establecidos con su amo y creador para que cuando interactúen con el «consumidor final», lleguen con gracia y hasta con desgracia, porque hasta lo impúdico causa placer si con maestría se maneja (Estética).
Las puntuaciones, la sintaxis, la gramática y hasta la ortografía son herramientas del discurso, no el discurso en sí.
El lector tendrá en sus manos un producto elaborado por su autor, para asustarse, llorar, reír, aprender, odiar. Hasta quedar marcado por un texto, por el cual cambiará incluso su forma de vida.
También podrá el lector tirarlo a un lado, y no ser de su gusto, aunque para otros lo sea.
El escritor blande su arma con palabras precisas y afiladas y el lector queda herido o sale ileso. Me gusta quedar mal herido.
La estética habrá quedado plasmada en el conjunto de valores abstractos de la obra, en sus calidades filosóficas.
Luego de haber leído con tanta dificultad este no se qué decir de Borges, me queda por contar, que no es coherente. Qué son muchas ideas dispersas y con poco orden.
Sin más, «La supersticiosa ética del lector», sugerida por el escritor David Pérez y publicado por Juan Freddy Armando, no la encuentro discutida dentro del discurso. Siento que se quedó en el enunciado.
BORGES RECUERDA EL FUTURO
Borges concluye diciendo o escribiendo:
«Ahora quiero acordarme del porvenir y no del pasado. Ya se practica la lectura en silencio, síntoma venturoso. Ya hay lector callado de versos. De esa capacidad sigilosa a tina escritura puramente ideográfica –directa comunicación de experiencias, no de sonidos– hay una distancia incansable, pero siempre menos dilatada que el porvenir. Releo estas negaciones y pienso: Ignoro si la música sabe desesperar de la música y si el mármol del mármol, pero la literatura es un arte que sabe profetizar aquel tiempo en que habrá enmudecido, y encarnizarse con la propia virtud y enamorarse de la propia disolución y cortejar su fin”.
Uno no puede «acordarse» del porvenir, de lo que no ha pasado; pero tendrá él la forma de acordarse que ahora está vivo y que puedo decirle, mira Jorge la literatura se encarnizó; no se enamoró de su disolución y tampoco ha cortejado su fin.
“El capitalismo lleva en su seno el germen de su propia destrucción” (K. Marx), la literatura no».
La lectura con sentido crítico, no supone de manera alguna que el lector practique algún tipo de superstición y si lo hace, entonces se estará perdiendo del «placer del texto» (Rolan Barthes).
La lectura/escritura, es en cambio divertida. El lector va gozando de la lectura mientras la va cambiando, y si una pareja pasea por el Misisipi, este lo imagina en el Hudson.
La ética subordinada a la estética. Es cuanto.