En la parte final de la entrega anterior, empecé a analizar los logros formales de los “Cincuenta Sonetos…”. Ahora concluiré el análisis de dos de sus más valiosas cualidades -armonía y coherencia- para luego abordar otros aspectos.
Están presentes en la elaboración de los cuartetos y tercetos. En los primeros, hay una constante recurrencia a la combinación clásica del primer verso con el cuarto y el segundo con el tercero. En los segundos, combinan el primer verso de uno con el primero del otro, el segundo con segundo y tercero con tercero. Es una de las dos fórmulas clásicas del soneto. La otra es la alternabilidad en la rima, poco frecuente en el autor.
Otro elemento formal es que casi nunca emplea el corte de la oración en su sujeto y complemento, quebrando la composición para forzar metro y medida, como ocurre con parte de los sonetos de Quevedo y Góngora, costumbre que Borges siguen con frecuencia, y David en raras ocasiones. Claro, es un recurso en que el poeta se ve o finge verse en la obligación de fragmentar el concepto comunicacional y a veces hasta cortar una palabra.
Casi en toda la obra, se ha mantenido la fluidez de la oración, y exactitud de los hemistiquios, y así el efecto sonoro da mejor impresión, pues conduce al lector a la sublimación poética con mayor fuerza, ya que el ritmo conceptual y el musical van simultáneamente.
ESTRUCTURA CLÁSICA: VIRTUD Y DEFECTO
Veamos una tercera característica formal. Esta es similar a la que encontró Federico Engels en los pensadores de la antigua Grecia. Señala el sabio alemán que la mayor virtud de los pensadores griegos era su gran capacidad para generalizar, pero la califica como su peor defecto.
Así, uno de los principales logros de los sonetos de León David es que están hechos por el librito clásico, lo cual es una virtud por un lado y un defecto por otro. Son tan exactos en ese sentido que si los manes de los grandes sonetistas –Petrarca, Lope, Quevedo, Góngora, Shakespeare, Hugo- hicieran una fantástica visita al estudio de León David, lo felicitarían diciéndole: “!Estos sonetos son perfectos!”. Porque el autor ha sido meticuloso en alcanzar a plenitud las exigencias metódicas del género en sus detalles técnicos más menudos. Esa virtud por conseguir dominar plenamente la elegante fórmula que agrada tanto al oído y ojo acostumbrados al soneto. Pero es defecto porque no incursiona en nuevas medidas, acentos, hemistiquios, etc., como hizo Rubén Darío, por ejemplo.
O Neruda en sus “Cien Sonetos de Amor”, que solo lo son en el ritmo, en versos blancos, sin rima, principalmente en endecasílabos y alejandrinos. O Baudelaire, caprichoso en sus rimas consonantes y asonantes, versos de rima pareada y terminaciones esdrújulas. Vallejo con su impetuoso juego con ritmo y rima. Lezama Lima, quien libremente sale y entra a las medidas silábicas del soneto, en su ya clásico método de apariencia anárquica, que me atrevo a calificar como poesía del absurdo.
La virtud y desvirtud al mismo tiempo en estos autores deriva de que han hecho el soneto a su manera, a su medalaganario modo, diríamos. Cosa que no agradaría a los autores respetuosos de la tradición en esta forma poética.
León David es un maestro del clásico soneto, por su ritmo y rima precisos y pertinentes, por esa acentuación grave en el segundo hemistiquio, cara a esta hermosa lengua que nos regalara España.
Evidentemente, podría hacer otros muchos señalamientos formales al libro que estudio, pero no quiero que ustedes se me duerman en el enjambre de los detalles íntimos de la naturaleza de estos versos, en algo que ya sería propio de un largo y concienzudo estudio, que no es por ahora el objetivo.
VALORES DE CONTENIDO
Suelo separar fondo y forma solo como un recurso abstracto para poder hurgar en los distintos modos de ver los textos, pues en realidad, en el arte, van enlazados de manera indisoluble. Solo pueden aislarse como procedimiento de análisis, tal cual el médico disecciona corazón y cuerpo provisionalmente mientras investiga y cura las arterias y otras partes, consciente de que la separación durará apenas el tiempo de la operación. Fondo y forma son en arte como materia y espíritu en filosofía: expresiones de una única esencia, de un mismo inseparable ontos o logos, como dirían los filósofos, aunque nuestras imaginarias abstracciones puedan dividirlos.
El tema central aquí es la muerte. Hay algunos casos nuestro autor entra en otros tópicos, pero sin obviar el tema guía, porque son de alguna manera formas de amansar a esa simpática y escalofriante dama que junto a su marido Caronte nos lleva a barca de salida, a esas oscuridades donde solo ellos pueden ver.
A lo largo de la historia de la literatura, dos temas se han batido a capa y espada por los dominios mentales de lectores y escritores: muerte y amor. Son los extremos en los que oscila ese péndulo que es la vida humana. La unidad y lucha de ambos: en eso consiste la historia del universo, como lo muestra y demuestra el excelentísimo poema de Lucrecio (De la Naturaleza de las Cosas): Venus engendra todo desde los restos de la muerte, y Marte mata todo para multiplicar la vida desde lo pequeño. Se cortan y curan desde un solo ser. Símil de Vishnú (constructor) Shiva (destructor) y Brahma (preservador) en la trinidad del induísmo –al que no veo el sentido de escribirlo con H si viene de India, que no la lleva-.
Por el amor las cosas se unen y crecen. Por la muerte se fragmentan y reducen. Es evidente que al principio gana uno la batalla, y la otra al final. Porque el dolor marca más que el amor. Matar es más fácil. Morir es la tendencia. Porque la inercia es el destino del movimiento. La poesía, desde su comienzo con los aedas que iban de pueblo en pueblo con su lira narrando los acontecimientos, informaba ante todo de batallas, guerras, victorias y derrotas. Ahí la muerte era protagonista. Y lo fue previo a la poesía, pues el hombre primitivo antes de hablar temió morir y murió. De aquí que la muerte es una constante de la vida.
EL HUMANO ES TRISTE COMO SU ARTE
Además, a kilómetros y kilómetros puede olerse la sangre de los muertos de las batallas. Mas el olor una fiesta de los vivos, el humor de una ciudad, no llegan tan lejos. Por ello, los artistas y el ser humano común hablan más de la muerte que del amor, más de lo triste que de lo alegre. Creador y receptor son tristes por antonomasia. Disfrutan más lo masoquista que lo hedonista. Lo sádico más que lo gozoso. La tragedia más que la comedia. La mejor comedia es en que alguien o algo sufre y o es burlado.
Poetas como Borges o Vallejo, que se dieron el lujo de casi obviar el tema amoroso en su obra, no pudieron, empero, renunciar a su pasión por la muerte.
De modo que nuestro poeta ha escogido el tema por excelencia. Muy visitado por él en sus libros anteriores, fijación que anda por buena parte de su producción, unas veces como el fantasma del otro León David, que al transformarse perennemente muere y nace, se transparenta, escapa y marcha a su lado como invisible sombra, o enigma filosófico y social de su ser.
En el artículo que viene, nos internaremos en su original, gracioso y extraordinario tratamiento de la muerte.