ALERTA. Inicio de la segunda parte del gran poema de Eurídice Canaán

ALERTA. Inicio de la segunda parte del gran poema de Eurídice Canaán

Juan Freddy Armando

STHEPHANI… LAS HOJAS.
SEGUNDA PARTE

Rebuznan las burras y sus hocicos están llenos del polvo del largo camino que une al Mundo con ese lugar remoto y olvidado. Vienen dos hombres y otra cosa. La noche ha caído como una fruta en ciernes y se ha abierto. Las chozas están cerradas, parece que pánico a los ruidos. Una luz de gas titubea y amarillenta el hueco de una ventana en la Parroquia. Es una covacha en donde un hombre que huele a muérdago se inclina como si estuviera llorando continuamente su destino de orante..! Alguien le da posada. Cuchichean las hendijas. Una fiesta de ojos pestañan y se interrogan. Ya no hay que buscar más
Hembras. Una ha llegado. Le dicen: ROSA.

Rosa es el centro de la Aldea. Y la Aldea parece florecida con su Rosa.
Parece como si toda la vida la Aldea estuviera revolviendo su polvo y sus pastos tiernos, por esos cabellos duramente peinados. Por esa frente inmóvil de pensamientos. Por esos ojos profundamente tristes y largos como las patas de las garzas que no se han enamorado todavía. Por esa nariz que permanece inalterable como las vigas de las fabelas. Por esa boca color aceituna. Boca de tan bermeja negra. Boca blanda y al parecer tan dura. Hermética. No ríe… No sabe reír porque jamás ha tenido tiempo para ello. Y la Rosa del cuerpo y del talaje. Cuerpo de Rosa. Entero. Firme. Intocable, casi solemne como los tronos en las antiguas Catedrales.

La Rosa extraña de los extraños Hombres de la Aldea. Promesa y culebra de las sensaciones. Tumba y aridez para los sexos ávidos. Es una montaña convertida en Rosa. Es la flor del volcán. La mujer serena y sola. SOLA. Sola de nadie. Sola de sí misma y de todos. Sola. Como si al decir SOLA… aunque estuviera rodeada de árboles y personas, se la sintiera sola. Radicalmente Sola en la Soledad que emerge de sí misma. Brutalmente callada. Mirando. Solo mirando la inmensa llanura que se extiende como tratando de
llevar lo único que parece vibrar en sus pupilas apagadas de tanto mirar y mirar y estar sola. Se dilata. Cae sobre la tierra y se expande. Se le van los suspiros y el corazón por los ojos, y cuando dice Allá…. lejos… a uno le parece que emprende con ella un viaje hacia lo último… lo profundo, lo insostenible, lo desesperadamente Allá . . .

Euriědice Canaaěn, poeta, narradora, filoěsofa dominicana

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Alguien ha pensado en Rosa y el peligro.

Sthephani.
Y como si un conato de sospechas hiciera carne la verdad, pensaron al unísono.
—Pobre Sthephani . . . cuando conozca a Rosa …
—Se volverá loco— murmuraban.
—O se volverá Rosa . . . . — consentían.
iRosa sólo pensaba en sus espinas. Sthephani se estaba enloqueciendo por los abismos.

Sthephani es un adolescente con dolor de Hombre.
Buscó los árboles. Había tanta sabiduria en aquellas cáscaras arrugadas, en los codos de las ramas, la aspereza era humana, la cadencia de las hojas era musical, el brillo joven de la tersura renovada olía fragantemente a Rosa. Y pensando en las espinas y la pequeña y diminuta melodía de los árboles, al pensar en la Hembra, quiso ser árbol. Ser árbol.

Rotundamente árbol. Terriblemente árbol para mecerse con las rabias roncas de los huracanes que cargan el fardo de las cuchillas eléctricas; verse doblegado hasta olfatear el suelo húmedo por la lluvia, verse humillado por el hacha, sentirse degollado por la ansiedad del hombre y su sed por calmar el estómago.

Renovarse, después de la caída terrible. Brotar en hojas y cánticos como los nuevos ombligos de las estrellas que ruedan y dramatizan las noches trágicas del Deseo voluptuoso por la hembra que se niega y se odia solemnemente, como si ejecutara el rito de los monstruos y lo perverso. Rosa era su pensamiento. Lo dilataba en hilos de provocaciones secretas, sin insinuaciones. Sola. Eso era la insinuación, la SOLEDAD. La profunda Soledad de la soledad de los Deseos carnales. Algo muerto, presentido y abominable. Había algo funestamente dilatado en sus carnes y sus cabellos. STHEPHANI se alegró con perfección satánica. Iría a ella como hombre, o como árbol.

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Llueve torrencialmente. Ruedan el agua y el barro juntos como si la alegría del cielo formara diluidas estatuas líquidas y rumorantes por el frenético y brutal ruido del trueno que retumba en los elementos como un cañonazo terriblemente crudo.

Un árbol muere cercenado su tronco por la bestial aguja eléctrica. Un nido flota sobre la corriente de cieno a punto de ahogar tres humedecidos pichones.
Sthephani hunde sus rodillas en el agua.
Extiende sus manos suaves y dulces.
Sus ojos mecen la ternura de las ramas y su pecho blanco y resbaladizo por el agua acoge los pichones y los acurruca.
Sonríe.
Amplio y grande.
Los besa con los ojos sin tristezas.
Sthephani siente la vida de las alas y murmura:
—Ahora es el ruido de mi corazón que se calma . Ahora son las aguas renunciantes de mis ojos que te protegen… yo soy un árbol… ámame… Si fui brutal, repréndeme; Sthephani tiene pájaros en el alma y en las manos y si acaso el amor por los hombres ha dejado en mis cáscaras una hendidura, cúralas… sáname tú, rumor de la música en la garganta, sabor del viento en los párpados, límpiame de impurezas como tus plumas, sacúdeme la carne y purifícame con tu silencio insepulto…

¡Mi lámpara… mi lámpara enciende al pecado una débil luz para que el recinto húmedo de mis brutalidades se ilumine y conduzca los desgarramientos de la pasión… por el camino de la pureza y el ritmo sosegado de la paz esencial…!

Pero Rosa era de carne.
Rosa era de carne y misterio.
El misterio iba de manos con la Noche tumultuosa y guerrera.
Afilaban sus puñales los luceros suspendidos y tránsfugas. El silbido hipnotizante de los horizontes de la lujuria perforaba la piel de Sthephani que huía de la Noche irremediable maldiciendo las estrellas túrgidas y voluptuosas, sintiendo debajo de sus plantas que la tierra húmeda y magnética se pegaba a sus huellas que retrocedía y le conducían a la Aldea. Ese nidal humano lleno de gorriones voluptuosos y jaulas libertinas en donde la música de las manos y las guitarras eran cautivantes, como tratando de consagrar templos profanos a los árboles y a la Carne que temblaba. Y lirios de otros mundos terriblemente
blancos y brazos horriblemente dulces le llamaban: Ven… ofrendamos al Hombre y a la Mujer un holocausto de impurezas… Sthephani gemía.
Gemía frente a la silueta pecadora de la Aldea.
Apretaba contra sí los gorriones.
Algo de pájaro y verde había en sus entrañas.
Murmuraba la canción de lo increado.
Balbucía las oraciones que apartaban al hombre del piélago abismal de la carne y sus servidores nocturnos. Y en la desnuda calle, Rosa y Sthephani se encontraron. Entre el fragante templo de un cuerpo de mujer ansioso, los híbridos rayos de tristeza que interponía Sthephani entre los nidos y los pichones ya encendidos por el efluvio de volar hacia el humeante lecho de las constelaciones bestiales que tienden a las alas su polvoriento mar de cenizas trepidantes.

Rosa abrió las manos entregando la simulada ofrenda de unas rosas delirantes. Sthephani cerró los ojos y sintió el quejido casi estrepitoso de sus cristales íntimos, cayendo horripilantes y graves, casi alegres y frenéticos por la masacre de renunciaciones. Junto a las vestiduras de Rosa, cayeron las hilachas que cubrían la carne núbil de Sthephani y los gorriones muertos por el horrendo abrazo del Hombre que sentía aquel deslumbramiento de la bestia humana que lamía sus entrañas y las llenaba de espinas, estrellas, pétalos y nidos, en el asesinato Sagrado de las pasiones amamantadas por un festín lleno de limo y muérdago, piedras, tierra, saliva vegetal, rosas y espasmos…! Y frente al cataclismo consagrado al Deseo, algo de odio y ternura gorgojeaba frente al combate de los cuerpos y los cautivantes perfumes del Delirio…! ¡Se consagró el olor masculino y a ella le brotaron espinas doradas como el trigo para completar su armonía trágica de Rosa de carne y locura!

Fue un jardín devastado por el ritual diabólico de sus maestrías. Fue un deambular por los resbalosos laberintos y encontrar en las grutas rosadas de las pulpas en ciernes el taciturno alimento irreal que fluyó de lo inmortal como una gigantesca bofetada de estrellas…

Así tenía que ser el grito de los Conquistadores. ¡Grito honesto y anunciación de cosas desconocidas… ¡Ardían las fogatas del misterio, y la frase: Te amo parecía doblegarse ante la guarida de un cuerpo varonil sacrificado ante las garras de una pantera. Taciturna y ebria lo arrastró hacia su cueva. Sthephani era un árbol irremediable con la fronda de unos ojos lustrosos por la bestial alegría de saberse destruido. ¡Era la musculatura del júbilo que jaspeaba de triunfo su sangre llena de manchas verdes…!

El próximo domingo, presentaré el fin de la segunda parte del poema.