ALERTA. Las peras altas del buen humor en la tercera novela de Rafael Peralta Romero, I

ALERTA. Las peras altas del buen humor en la tercera novela de Rafael Peralta Romero, I

Juan Freddy Armando

FALTAN ESTUDIOS

Los análisis profundos y serios de la novela dominicana son uno de los campos casi desiertos de esa ciencia que es la crítica literaria en nuestro país. Con la excepción de dos o tres realizados por el dominicano Bruno Rosario Candelier, los del italiano Geovanni Di Pietro, y algún otro autor más.

De ahí que, al leer estas «Memorias de Enárboles Cuentes», de Rafael Peralta Romero, y dar una vuelta atrás sobre las otras dos escritas por él -«Los Tres Entierros de Dino Bidal» y «Residuos de Sombra», sentí el pesar de no tener suficientes investigaciones totalizantes y amplias, que me hubieran servido como telón de fondo y referente en el oficio de situarlas dentro del contexto y desarrollo del género en República Dominicana.

Pero, habrá un momento en que se preste mayor atención a los estudios culturales, y que intelectuales o universidades sean encargados de hurgar en nuestras creaciones de narración larga y engendrar tratados que sirvan para tomar conciencia de la importancia de los aportes dominicanos en ese género a nivel latinoamericano y mundial.

Tal vez algunos mecenas, unos Médicis del sector privado dominicano o extranjero. se dediquen financiar el trabajo de ahondar en ese interesante campo de nuestras letras, y se descubran sus bagazos y perlas, sus entuertos y encuentros, sus carencias y virtudes.

Sería el inicio de la valoración y justiprecio de nuestros especialistas en letras, de manera que alcancemos a tener una importante crítica literaria en periódicos, revistas, universidades, colegios y escuelas. Porque algo indispensable para poder desarrollar una gran literatura es contar con buenos críticos que deslinden lo bueno de lo malo, que separen el oro del lodo, y guíen al lector y orienten al escritor. Es lo que nos muestran las naciones más cultas del mundo. Así como no hay ciencia sin científicos, tampoco hay buenas letras sin críticos.

Esos estudios, si se hacen con verdadero interés en hallar la verdad, nos librarían de la limitación que tenemos hasta ahora, al tener un solo parámetro de calidad para los escritores dominicanos: los premios obtenidos en los concursos. Los cuales, si bien han descubierto buenas obras, no es menos cierto que también han dado renombre a esperpentos que no producen placer estético ni a sus propios autores.

Es como un círculo vicioso, pues quienes darían buenos premios literarios serían los críticos, y estos no pueden formarse buenos juicios literarios si no cuentan con los recursos suficientes para comprar libros, conocer otras lenguas y literaturas, y tener tiempo y comodidad suficientes como para producir aportes que enriquezcan el trabajo de los creadores.

Mientras llegan esos añorados estudios profundos de nuestra novelística, me limitaré a esbozar las impresiones y comparaciones que me ha suscitado la lectura de las «Memorias de Enárboles Cuentes», y sus graciosas peripecias, con las que me divertí sobremanera.

DE TESTIMONIO FANTÁSTICO.

Comienzo diciendo que no la considero una novela del otro mundo, que marque un hito, que sea genial. Pero no es raro que no lo sea, ya que no conozco ninguna novela dominicana genial.
Creo simplemente que es buena novela. Seduce al lector, lo conquista y le produce la dicha creadora que se espera de la obra de arte escrita.

Una de las maravillas que viví y gocé como lector en ella, me representó sin embargo un problema en mi rol de analista: ¿Cómo deslindar el encanto que me produce la narración del texto mismo del de las fantasi-realidades de la vida del poeta Víctor Villegas?

Parece que eso ocurre con todas las novelas de testimonio, como es también el caso de la «Autobiografía del General Franco», de Manuel Vásquez Montalbán, a pesar de que tiene un mayor compromiso con la realidad, al mostrarnos desde el título su intención de pretendida verosimilitud. Algo cercano ocurre con «Bienvenida y la Noche», de Manuel Rueda, o en «La Fiesta del Chivo», de Vargas Llosa.

Sin embargo, «Memorias de Enáborles Cuentes» se diferencia por ser lo que yo llamaría una novela de testimonio fantástico, pues en vez de dedicarse a recrear la vida de una persona, fantasea con sus fantasías, se encumbra sobre ellas y nos cuenta el sueño que soñamos cuando soñamos que soñamos -valga el trabalenguas-.

Pero lo espléndido es que cada historia es más rica cuando el escritor la cuenta con su estilo propio, único y personal. Cada ocurrencia se transforma y enriquece al pasar por el tamiz de Rafael Peralta Romero.

PERSONAS HECHAS PERSONAJES Y MITOLOGÍAS INDIVIDUALES

Los conejos gigantes, elefantes enanos, el dedo que perdió el vate Pedro Mir mordido por un supuesto tiburón, las aventuras del poeta Francisco Domínguez Charro, el aprendiz de médico Carl Theodor Georg; el embarazo de los cuatrillizos misteriosamente desaparecidos de Charlot Amalie, la indignación del padre de ella, el pastor evangélico cocolo Willy; la ballena donde fue metido el Chino(mote que en su niñez y adolescencia le endilgaron sus amigos al poeta Villegas) por sus compañeros.

Todo eso se enreda en una fusión entre la realidad y ficción, sueños y hechos, vida y fantasía. Santiago LamelaGeler, Corpito Pérez, Hans El Alemán, Jorgito, Jaime, Jacobo, Dato Pagán, Eduardo Natalio, el Dr. De Windt, Gregorio Urbano Gilbert y otros muchos compañeros de vida del poeta petromarcorisano, son convertidos por Peralta en personajes literarios.
Punto este a favor del novelista, que con toda naturalidad se monta junto a Víctor Villegas en los conejos y choca con los huesos enterrados de los elefantes enanos, escucha a los extraños árboles con música por dentro y que la dejan salir cuando se les acercan, así como ha visto saltar los monos acuáticos. Todas esas excentricidades imaginativas del vate, que uno no sabe si atribuírselas a su buen humor o a falencias de sus años, si a su imaginación poética o a su burlesco sentido de la vida, de la cual ha gozado más que vivido, ha disfrutado más que pasado, ha reído más que conocido. Uno no sabe nunca a ciencia cierta cuándo el embustero es el autor y cuándo lo es el «memo-fantasioso» poeta.

Porque de no ser con un narrador tan hondamente simple, y naturalmente fluido como el autor, los acontecimientos se hubiesen tornado no creíbles, en vez de increíbles, como son.

En el próximo artículo continuaremos, tal como indica el número del título, desmadejando las gracias de esta novela del michero escritor de cuentos, poemas, ensayos, artículos periodísticos y miembro de número de la Academia Dominicana de la Lengua.

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