En la anterior entrega, copié el poema “A Kempis”, y analicé su forma y contenido. Les invito a leerla en mi muro de facebook o en el periódico Hoy Digital. Para mayor claridad en la entrega de hoy, copio aquí de nuevo “A Kempis”, ahora junto a “En Paz”:
A Kempis
Ha muchos años que busco el yermo,
ha muchos años que vivo triste,
ha muchos años que estoy enfermo,
¡y es por el libro que tú escribiste!
¡Oh Kempis, antes de leerte amaba
la luz, las vegas, el mar Océano;
mas tú dijiste que todo acaba,
que todo muere, que todo es vano!
Antes, llevado de mis antojos,
besé los labios que al beso invitan,
las rubias trenzas, los grandes ojos,
¡sin acordarme que se marchitan!
Mas como afirman doctores graves,
que tú, maestro, citas y nombras,
que el hombre pasa como las naves,
como las nubes, como las sombras…
huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra…
¡Oh Kempis, Kempis, asceta yermo,
pálido asceta, qué mal me hiciste!
¡Ha muchos años que estoy enfermo,
y es por el libro que tú escribiste!
En paz
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Evidentemente, la lectura del libro “La Imitación de Cristo”, de Tomás de Kempis produjo en Nervo dos impactos opuestos. Uno triste y otro alegre. Algo muy natural en el proceso de un ser humano.
“A Kempis” está impulsado por las energías y sueños de la mocedad en que vemos la vida como inacabable, ardiente, feliz, y nos entregamos sin pensar que esa primavera pasará, como todo.
De repente, el poeta encuentra el ofrecimiento del mundo espiritual, el reino que no es de este mundo, la incitación a imitar al barbudo de Galilea, contrario a sus ardores juveniles pasajeros, fugaces. Muestra de que somos apenas hoja suelta, polvareda, humo, que el viento lleva.
Frustración, fue la respuesta del joven Nervo, porque lo hizo despertar de su maravillosa fantasía que creía eterna. Le echó en cara que la vida es terreno de frutos resecos, pobres, insaboros y huidizos, en vez de la encantadora pasión que lo envolvía. De golpe le ha detenido y cambiado gozo por angustia. Le muestra que vive un infierno terrenal, y ofrece un paraíso celestial.
Obviamente, eso lo enfermó psicológicamente. Lo hace querer escapar de la ilusión que vive:
“huyo de todo terreno lazo,
ningún cariño mi mente alegra,
y con tu libro bajo del brazo
voy recorriendo la noche negra…”.
Segunda lectura de Kempis: el adulto nervo
“En Paz” evidencia que Nervo ha encontrado la cara de la vida que la juventud no le dejó ver en su primera lectura de Kempis. Es feliz por saber que el vivir es fugaz, inestable. Pero también gozoso, auténtico.
Con visión adulta, comprende la prédica del religioso y ve la vida como piadosa madre a la que se entrega satisfecho. Como Jesús en “La Piedad”, de Miguel Ángel, duerme dulcemente en el regazo de María aceptando el agridulce destino.
Sabe que la vida le dio penas y alegrías. En la proximidad de la muerte, como Neruda, confiesa que ha vivido. Por eso, al revés de en su “A Kempis”, comienza su “En Paz”:
“Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida…”.
Y como los jugadores de ajedrez que terminan en tablas, finaliza:
“Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”.
Estructura formal:
“En Paz” está escrito con tercetos y bicetos alejandrinos, y hemistiquios de siete toques sonoros de acentuación grave. Rima pareada en versos de iguales terminaciones, émulo de la cuadernavía, cara al gusto de Gonzalo de Berceo.
Disfruté volver a estos poemas, leídos en mi adolescencia provinciana.