ALERTA. Notas sobre “Historias Para un Buen Día”, de Manuel Salvador Gautier, II

ALERTA. Notas sobre “Historias Para un Buen Día”, de Manuel Salvador Gautier, II

Juan Freddy Armando.

LA ROSA ES MÁS QUE LA PALABRA ROSA

Una concepción de la literatura en la que las palabras tienen más importancia que las ideas convertidas en emoción, que son la verdadera esencia de esta, tiene consecuencias en los resultados de la lectura.
Es decir, cuando el receptor llega al jardín, sus ojos pueden ver pétalos, estambres, pistilos, tallos, polen, y con dificultad su olor, pero jamás podrán ver y vivir la rosa ni las emociones que provoca, y sus conjuntos. Sus ojos cegados por las letras, fórmulas y preceptivas, jamás podrán entrar a ese misterio insondable por el que cuando la rosa de Franklin Mieses Burgos muere deja un hueco en el aire que no lo llena nada; o descubrir con Huidobro -tal vez sin usar los ojos- que lo importante no es hablar de la rosa sino hacerla florecer en el poema; o Borges, que estando ciego desde muy joven pudo ver a los 70 que una de las hermosas señales del valor de la vida está en que la rosa prodiga color y no lo ve.
Solo aquellos verdaderos poetas, que conocen las raíces de ella, que han viajado a lo eterno y traído a nuestra mente sus secretos, escriben una poesía digna de ser buscada y leída por la humana especie, y requerida por los humanos de todos los tiempos y culturas.
La poesía fuera requerida y gozada en el libro de la misma forma que se goza en la declamación o cuando interna su lirismo en los montes del cuento, en las alcobas de la novela o los juegos conceptuales del ensayo.
La vida que en sí misma debería de tener la poesía, la ha perdido por culpa de la mala imagen que le han dado los que han dominado los cenáculos y los tabernáculos de las letras, por presumir de que la buena poesía ha de ser difícil de entender, críptica, de logia, de zona prohibida al ojo sencillo del mortal que pueda aprovecharla mientras espera en un consultorio del médico, o hace fila en un banco, o descansa una prima noche luego de regresar el trabajo.
Esa enfermedad ha llegado al cuento, el teatro y el ensayo. Los han sacralizado, divinizado, y llevado a la ciudad prohibida, y los lectores, que hasta los años 70 eran asiduos al cuento, fueron alejándose en la medida en que este se internaba en laberintos. Fueron abandonando el terreno en tanto se hacía intransitable, pues les dañaba las gomas del pensar, hacía patinar los sentimientos en un resbaladizos lodos abstractos que convertían el camino. La lectura se convirtió en un dolor de cabeza en vez del divertimento que fue siempre.

SALVADOR GAUTIER SALVA AL CUENTO.

Pero autores como Manuel Salvador Gautier rompen estas limitaciones del tránsito por la lectura. Por sus cuentos, el ojo rueda como goma en pista fina, sin riesgos de accidentes de aburrimiento somníferos, tanto en el sentido de sentirse burro como en el de recostarse en la dejadez y la caída del libro de sus manos o la pantalla enfrente causado por la sustracción del interés por lo escrito. Al contrario, Gautier nos conduce a un rapto no de pasión y catarsis lectoral.
Estos cuentos de «Historia para un buen día», reivindican la imagen del género. Lo hacen volver a sus cauces en los que el lector espectador a la hora de escribir. Porque sus 7 historias responden al buen gusto, hurgan en la psicología del lector y le encuentran el secreto a su gusto. No porque el autor busque acomodarse a determinados cánones para ser leído o vendido, que ese no ha sido el propósito de Gautier –pues este autor no vive de sus libros- sino que como todo buen escritor, al escribir se siente lector.
Lo ha hecho a la manera de lo que decían los viejos textos de management, al señalar que quien no sabe obedecer no sabe mandar. Quien no es buen lector no es buen escritor. Quien no ha vibrado una noche entera sin poder soltar un gran libro de cuentos, de poemas o novela o ensayo de un maestro de las letras de cualquier tiempo, sin afán de lucirse en público, sino en auténtico gozo íntimo, no sabrá nunca tocar sus fibras esenciales de los lectores. Porque su pensamiento no ha sido amarrado al libro por las sogas de pasión y encanto, que no varían en el tiempo, pues lo que cambia es la forma y enfoque de los temas básicos que conmueven al humano.
Por eso, cuando uno lee a los escritores verdaderamente valiosos, se nota cómo han leído a los otros grandes, cómo han bebido su pócima creadora que los ha hecho temblar. Los ha congelado el frío de Dostoieski o les han caído las flores de la primavera de Pasternak, para poner sólo dos ejemplos de la vieja Rusia.

LAS MÁS ALTAS NOTAS

La primera nota interesante de esta obra viene dada cuando terminamos de leerla. Porque un libro de cuentos debe ser un manojo de textos unidos no sólo por el papel, la costura, la tipografía, el diseño. No. Deben tener un cierto sentido de conjunto formal o temático, de enfoque o estilo, de atmósfera complementaria que haga al espíritu no chocar con cambios bruscos de temperatura literaria que produzcan una especie de gripe del gusto o el efecto de ceguera repentina que sufrimos cuando saltamos repentinamente de la oscuridad a la luz.
Hay una temporalidad en ellos, que los cohesiona, y unos personajes y épocas que nos hacen sentir por momentos que una historia es continuación de la otra, que está empalmada por lugares, personajes, ambientes, cuadros de carácter y vicios de personalidades. Como una novela que podamos comenzar a leer por cualquier capítulo, pues cada uno tiene vida propia.
La segunda nota que vemos en estos textos es su «historicidad», que es de las señales más valiosas de un texto. Es decir, consigue ser verosímil, capaz de hacernos creer que ocurrió, que fue así, que no es un cuento sino un hecho sin que dejemos de saber que es creación.
Y en este aspecto, yo diría que así como Neruda en su «Canto general» hace avanzar la poesía del mundo al reenfocar la epopeya e inventar lo que yo llamaría la poesía histórica, Manuel Salvador Gautier muestra su particular enfoque del desarollando el cuento histórico, tal como hace con la novela del mismo tipo.
Nuestros viejos caudillos -Santana, Lilís, Báez, Trujillo- reviven en la punta de los dedos y el teclado de Gautier, no como fueron sino como el autor nos lo pinta, dándoles rasgos de carácter acordes con la trama de sus historias sin que se desnaturalicen, dejando de ser ellos para regresar desde ese espejo cóncavo o convexo a ser otra vez ellos, rehechos a mano por el autor.
De esta manera maneja también a los personajes populares de los tiempos de concho primo, logrando traspasar su espíritu hacia ellos de forma tan magistral que no podemos dejar de sentir que verdaderamente el ordenanza Andújar y el alférez Félix Manuel son seres de carne, hueso y pensamiento, que existieron y actuaron en la política vernácula del pasado.
EN LA PRÓXIMA ENTREGA
Continuaremos señalando las otras características notables del libro que comentamos.