A continuación, publico la segunda y última parte del epílogo que escribí para el mencionado libro del filósofo Luis Oscar Brea Franco. Cabe anotar que al releerlo y convertirlos en artículos para mi columna, le hago cambios que mejoran su escritura y les dan mayor efectividad comunicativa, creativa y formal.
Este libro está compuesto por una selecta colección de ensayos breves -algunas veces no tan breves- profundamente imbricada en su época sin dejar de ser eterna. Es como un árbol que tiene su raíz en el presente y sus flores en el mañana, pues si pienso en el hombre y la mujer del lejano siglo XXII, los veo leyendo estos textos como suyos, porque los temas que andan en ellos están arraigados, como el arte en la esencia humana, condición que los hace de interés permanente en el tiempo. Además, ¿quién ha dicho que pensar y exponer el pensamiento no es un arte?
En efecto, a nuestro filósofo le interesa eso, que su reflexionar no perezca, pero, eso sí, sin subir y encerrarse en la Torre de Marfil de que hablaba Rubén Darío, no evadir los candentes y acuciantes problema del momento, como son: los del patrimonio subacuático y las joyas y tesoros que se recuperan del mar; el dominio cultural estadounidense sobre el mundo, a través del alto porcentaje de distribución de películas, videos y otros materiales; la fatídica administración del último gobierno perredeísta; la violencia que nos acecha en calles y resquicios y hasta en los hogares; la discriminación y el hambre; las dificultades de la educación en nuestros países. Todos esos temas nos llegan desde el pensamiento de Luis O. Brea Franco, como filósofo que reflexiona y nos hace reflexionar, que propone soluciones y nos invita a proponer las nuestras.
Ello, sin olvidarse de los clásicos y siempre vigentes temas del quehacer filosófico, de los grandes problemas que preocuparon a Parménides y Zenón de Elea, a Santo Tomás y Leonardo Da Vinci, a Protágoras y Gorgias, a Dante y Petrarca. Por eso, he ahí su viaje por la idea del movimiento, por la categoría de libertad, por el concepto del ser como como núcleo y conjunto universal, por la posibilidad de percibir o no la verdad que negaron los agnósticos como Russell y Bergson o dificultaban pesimistas como Kierkegaard y Berkeley y afirmaban Hegel y Marx.
El autor ha referido el título y contenido de su trabajo a dos maneras de ver la cultura.
La primera articula desde el punto de vista del espejo de Babel, a partir de su visión sobre los problemas que acogotan la sociedad de hoy.
Porque la torre de Babel fue un hecho cultural, tradición fantástica, mitológica del pueblo hebreo y otras comunidades antiquísimas, y de la que la humanidad se ha apropiado. Y cuando Luis Brea vuelve a ella, lo hace de una manera excelente, porque no regresa a la torre sino a su espejo, no al monumento sino a su imagen.
Se refiere a su visión como sueño de perfección del hombre al querer llegar al cielo del saber, en una escala infinita que busca alcanzar las cimas de la plenitud, el paraíso del ser, el dorado que añoraron los conquistadores de América, las minas de oro del rey Salomón, en una palabra.
También es muestra de la multiplicación de lenguajes y formas necesarios para entendernos con un universo cuya principal característica es la diversidad en que vivimos en nuestra Babel informatica: de culturas, costumbres, visiones del mundo, sueños mezclados como los metales al crisol del fuego social y personal.
La segunda manera de enfocar lo cultural queda vista en el subtítulo. Si hay un tema que inquieta a nuestro pensador, es el cultural, tanto enfocado en su sentido lato de ser todo lo que hace el humano como respuesta a las necesidades y retos de la vida. También desde el punto de vista estricto de la cultura identificada como manifestación creativa, artística, inventiva, descubridora y recreadora del mundo. Destacando la visión del mundo a través de la perfección de la fantasía, que es el arte en su rica gama sintetizadora de las aspiraciones del hombre y la mujer de todos los tiempos.
Porque Luis O. Brea Franco no es solo estudioso observador del tema cultural, sino también actor, puesto que este libro mismo y su quehacer como catedrático y sus noches de reflexiones, son muestra de sus actividades culturales. Y no se queda ahí. El autor ha sido incluso protagonista del diseño de políticas culturales desde el poder, pues fue miembro y presidente del Consejo Presidencial de Cultura, entidad que creó las condiciones y elaboró la ley que creó el Ministerio de Cultura. De modo que, parafraseando a Martí, podemos decir que conoce ese mundo porque ha vivido en sus entrañas.
Y sabe que uno de los caminos para salir del subdesarrollo es la cultura como bandera de identidad de nuestros pueblos, como estandarte que eleve la imagen y la autoconciencia de nuestras naciones, visualizadas en el mundo solamente por vía de hechos y situaciones que las denigran. La cultura es, además, bien de mercado en una época donde el desarrollo de las industrias culturales o creativas es uno de los dominios fundamentales que necesitan implementar nuestros pueblos no únicamente para fortalecer su identidad y mantener en alto los valores de su historia y de su arte, sino sobre todo como armas de negocio en el concierto de las naciones.
Muestra, reitero, nuestro autor, que el pensar no es una peregrina forma solitaria de perder el tiempo analizando la inmortalidad del cangrejo sino un arma útil, indispensable en las manos mentales del lector y lectora modernos, como lámpara de Diógenes para andar en esta todavía oscura y confusa, para los más, Sociedad del Conocimiento en que tenemos que aprender a vivir.
A este respecto, este libro nos permite comprender que la cultura más que un simple valor simbólico o de solaz en la vida del humano, tiene valor utilitario como respuesta a nuestros grandes problemas y necesidades económicas.
Quiero destacar que los dominicanos podemos mostrar este libro -El Espejo de Babel-como un ejemplo de que el oficio de pensar es altamente necesario como instrumento indispensable para el ser humano enfrentar sus urgencias en los diversos campos de la vida.
También muestra que la filosofía ha echado sólidas raíces en la República Dominicana. Que nuestra cultura también da sus excelentes frutos, como lo es el autor mismo, en su vida concreta como pensador y activo interlocutor en el público debate con miras a vislumbrar caminos y cambios factibles para consolidar en nuestro país una sociedad acorde con las demandas del siglo XXI que vivimos.
Alegres y satisfechos hemos de estar con el hecho de contar con un pensador de su estatura, un analista de su prosapia, un estudioso de su alta formación y agudeza, escritor de tan elegante manejo del discurso y el concepto. Eso es Luis Oscar Brea Franco.
Saludamos este gran libro, que se une a otros que le anteceden y le sucederán en su rico devenir de aportes a nuestra República Dominicana.