ALERTA. Poses y pozos en la amarga memoria de mis literatos tristes, y III

ALERTA. Poses y pozos en la amarga memoria de mis literatos tristes, y III

Juan Freddy Armando

Quienes hayan seguido estos artículos recordarán que en el primero de la serie tratamos sobre creadores tristes, pero que muestran cierta esperanza, dolor y gozo propios del humano normal. En el siguiente estudiamos aquellos con obra y biografía que los presentan ácidos y venenosos, siempre con la bandera del dolor en alto y una tendencia al suicidio.

Ahora, veremos el tercer grupo.

ESCRITORES TRILCES

Se sabe que el gran poeta peruano César Vallejo creó la palabra trilce, que significa una mezcla entre lo triste (tri) y dulce (lce). De mis lecturas, deduzco que los autores trilces son el segundo más abundante numéricamente entre los creadores del mundo. Y digo creadores porque desde el punto de vista que hablo, lo que refiero de los escritores puede aplicarse perfectamente a los artistas de otras áreas: visuales, musicales, danzarios, teatrales, cinematográficos.

Se caracterizan porque en su obra hay un cierto equilibrio entre alegría y amargura. Obviamente, las de temas y enfoques sobre el dolor abundan más que los del amor. Se imponen a los alegres en cantidad y calidad.

Examinando las biografías de estos, notamos que generalmente no son traumáticas ni tienen acontecimientos de extremo dolor, como serían la muerte a destiempo de los padres, violaciones, situaciones dramáticas, heridas, maltratos recibidos de otras personas. Tampoco han pasado por largos períodos de miseria extrema, dificultades, etc. que los hayan marcado fuertemente desde el punto de vista psicológico.

Pueden haber sido prisioneros, vivido los embates de formar parte de organizaciones que luchan por ideales, sueños, utopías. Pero administran sus vidas básicamente con el optimismo factible en un artista.

ALGORITMIA Y AZAR FABRICAN EL YO Y DECIDEN POR ÉL

Es momento de aclarar que los miembros de estas clases de creadores, en la mayoría de los casos, no son así por decisión libérrima propia, sino que les viene de una serie de factores que construyen y condicionan al humano en general. Su forma de ser está determinada por las vocaciones y capacidades de nacimiento interactuando con los ambientes y circunstancias que vivieron.

A ellos se aplica lo que he señalado en otras ocasiones: que los humanos nos vanagloriamos de nuestro yo, del albedrío; presumimos de la personalidad que el ego nos hace sentir, y de que podemos decidir libérrimamente qué hacer con nuestras vidas. Pero eso es equivocado, porque es pequeñísimo nuestro espacio para hacer lo que queramos, y la propia estructuración del mismo no lo ha determinado cada individuo sino que es producto en gran parte del azar, de gran cantidad de acontecimientos aleatorios. Por ejemplo, nadie ha decidido ser más o menos inteligente, o tener vocación para el arte, ingeniería, medicina, etc. Son aleatorias. A ellos se les suman hechos algorítmicos o lógicos, propios de la parte ordenada del universo, y que son los menos. De modo que estamos más definidos por lo casual que lo causal.

Se sabe que nadie ha podio optar en qué lugar nacer, la lengua que habla, los padres que tiene, el país del que es ciudadano, el continente donde ha sido lanzado al mundo, la raza a que pertenece, sus hermanos, tíos, sobrinos, y hasta los amigos.

El humano solo puede liberarse de estos fardos históricos aprendiendo a ser un observador alerta. ¿Cómo hacerlo?

He aquí la coincidencia histórica entre la lógica analítica de Occidente y la intuición meditativa del Oriente. Porque los maestros de las antiguas civilizaciones de Egipto, Persia, India, China, Japón, Corea, predican el silencio como fuente para encontrar la verdad del mundo. Las civilizaciones de Grecia, Roma, Francia, Inglaterra y las culturas precolombinas, postulan el razonar como camino hacia esa misma verdad.

Lo ideal es la combinación entre ambas visiones, que en el fondo coinciden cuando, por ejemplo, Marx decía que el hombre es un esclavo de la historia, y solo logra romper esas cadenas cuando tiene conciencia de que esta lo domina. La clave es salirnos mentalmente de esas grandes condicionantes diacrónicas, y verlas como objetos y herramientas de estudio que miramos desde fuera de ellas. Lo mismo dice Buda, quien propone lo mismo que el filósofo alemán para alcanzar esa liberación, pero por otro camino: a través del despertar meditativo.

Ambos ven que la única vía de liberarse de las visiones que esclavizan al ser íntimo, con el sencillo acto de hacer conciencia de su situación, en vez de intentar destruirla -lo cual es imposible- sino internalizándolas, desarrollando la capacidad de estar alerta y situarnos técnicamente fuera, y mirarlas. Es saber que tu mente es como un viento que arrastra hojas que son tus pensamientos, sentimientos, etc. El viento y las hojas no son la totalidad de ti sino una parte. Meditación y análisis aliados te llevan a percibir mente y pensamiento desde el exterior de ambos, y sentarte en un rincón a observarlos, comprenderlos y dominarlos.

He hecho estas disgresiones, para librar de culpas a los escritores de todos los grupos. Pues como se ve, su condición humana, les deja poco margen para escoger su naturaleza, sino que sus pesadísimos factores históricos determinan casi todo su existir: el acontecer determina su ser, el ambiente al individuo.

Ahora, veamos dos ejemplos paradigmáticos del grupo analizado.

CERVANTES Y SHAKESPEARE: MODELOS TRILCES.

Un examen de sus biografías nos lleva necesariamente a la conclusión de que disfrutaron la vida. Uno recorriendo su país con su gran compañía de montajes teatrales trágicas y divertidas, pero conmovedoras. El otro, aunque participó en guerras y estuvo preso, conservó el buen humor que destila con toda su riqueza en el Quijote y otras obras.

Hay muchas especulaciones sobre hechos parecidos entre los dos, pero lo cierto y verdadero es que sin conocerse coincidieron en ver ambos lados de la vida: lo trágico y lo cómico, que enseñó el divino teatro griego que ponía en el escenario la máscara de la risa y la del dolor, las máscaras del juego.

Supieron que la literatura no debe ser autoflagelación ni suicidio, sino el divertido ejercicio profesional de sus vocaciones creativas. Entendieron que se escribe para hacer feliz a la gente y serlo el propio autor a través de mezclar lo triste o amargo, lo divertido y dulce.

El genio inglés y el español demostraron que el mejor motivo de escribir es comunicar vivencias trilces. Tormentas emocionales de la mente que siendo tristes sean dulces porque conducen a las catarsis que hace del arte un goce, o siendo dulce produzcan los vacíos de ansiedad que lleven al transporte interno y externo, espiritual y físico que transportan a ese nirvana sin conciencia de lugar, hora, en esa desaparición dichosa del ser que abandona momentáneamente al yo, el ego, la memoria, los sueños, la imaginación y todo ese aparato que nos ha construido el mundo, del que todos anhelamos constantemente salir hacia la felicidad.

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