ALERTA. Presentaciología o 7 formas malditas y 1 bendita de presentar un libro

ALERTA. Presentaciología o 7 formas malditas y 1 bendita de presentar un libro

Juan Freddy Armando.

He inventado la palabra presentaciología para encontrar mi propia definición de los vericuetos que implica presentar un libro en un acto público o por escrito. En el desarrollo del tema, me referiré específicamente al fenómeno En República Dominicana.
Hay 6 formas malditas y 1 bendita. Pueden ser graciosas y odiosas, sólo odiosas, o solo graciosas. Retratémoslas.

VEAMOS A LOS 6 MALDITOS

El primero es de los petulantes que acostumbran a hacerlo con un análisis supuesta o pretendidamente profundo de los contenidos, formas, elementos que ubican en determinada escuela literaria, filosófica, religiosa, etc. Pero si les preguntaran a los asistentes qué ellos esperan de la presentación de un libro, tendrían que despertar del sueño que les produce este sujeto para poder responder.
Un segundo tipo esperpento comienza diciendo que el autor le pidió presentar el libro, y eso lo sorprendió, y por ello no ha podido hurgar en las profundidades del mismo debido a que se lo informó muy tarde. Alega que por ello no podrá hacer un análisis sopesado. Dirá entonces dos o tres superficialidades. Y el resto del tiempo lo dedicará a elogiarse él mismo, referir sus creaciones propias, y del autor y el libro, nadita de nada. Esta forma, ridiculiza al autor, que pasa la vergüenza de aparecer ante su público rogando a alguien que le presentara lo que escribió, y por si fuera poco se lo dijo tarde, como si no tuviese suficientes méritos para hallar a alguien que se ofreciera a hacerlo.
La tercera caricatura de presentador es aquel deshonesto, que sabe que el libro no le gusta. Que se considera mejor autor. Entonces, esconde su deshonestidad desarrollando una perorata de tal vez unos 55 minutos, hablando de su sapiencia sobre el tema, de sus viajes, conferencias, estudios, escritos.
Cuando faltan 4 o 5 minutos para completar una hora, y ya hasta la mesa de honor anda buscando guantes, para no darle con los puños a secas, él se acuerda de que está supuestamente presentando una obra. Dice que el libro en cuestión, del autor de marras –todo eso porque no se acuerda del nombre de ninguno de los dos- es muy interesante. Obviamente, interesante no es un juicio de valor bueno ni malo. Tan interesante es lo que dice un ignorante -porque nos permite conocer la naturaleza de sus deficiencias- como lo que señala un sabio –pues así conocemos más del tema que trata y comprobamos su conocimiento-. Por ello, ese calificativo no motiva a leer la obra presentada.
El cuarto fariseo solo cita otros autores que hayan hablado del libro, para no emitir un juicio propio que lo comprometa. Lee fragmentos del libro mismo que “presenta”. Con todo esto busca cumplir el compromiso con el amigo, y dejar limpia su página como literato, de modo que cuando pasen los años no aparezca ningún escrito donde él elogiara a un libro que en el fondo de su alma considera mediocre, cuartocre, decimócre y hasta centecimócre (valgan las invenciones de vocablos).
También estos subterfugios a que apela pueden deberse puede a que no ha leído el libro y está improvisando para salir del paso.
El quinto es el más indecente de todos estos personajillos. Es secretamente enemigo del autor. Este lo ha buscado para presentador porque es famoso, autoridad en la materia, busca darse ese lujo. Pero el lujo le sale caro y falso. Porque la supuesta autoridad en la materia es necio, indecente, envidioso, sin principios, escaso de alma e impotente de cuerpo, pues dice una serie de barbaridades sobre creador y texto. Algunas veces de forma indirecta, otras directa y brutalmente. Es casi siempre perdonado por la decencia del autor, quien se traga su amargura, consciente de que el principal culpable fue él por invitarlo, por escogerlo como presentador.
El sexto es el más sádico de todos. Conspirador de ausencias. Dice que va a presentar el libro, pero desde antes de iniciar esa promesa, empieza a incumplirla. Sabe que no le gusta el libro. O que no va a tener tiempo de leerlo. O que tiene algo contra el autor: desprecio, rencor guardado, envidia, prejuicios. Pero es un diplomático de la más baja escuela del engaño. Dice que sí sabiendo que es no. El día de nona, no aparece ni en los centros materialistas, y no digamos espiritistas. Deja al autor como perico en la estaca, esperándolo inútilmente por un buen tiempo. Lo salva un buen amigo que, en homenaje a la amistad, el decoro y respeto a los presentes, improvisa unas palabras que por más mal dichas que fuesen, están muy bien, porque vienen del amor, superior a sabiduría y diplomacia.

ABRACEMOS AL ÚNICO BENDITO

El séptimo presentador-número de la suerte, por ventura, existe. No vayan a creer que todos son sabihondos, estúpidos, indecentes, ignorantes, irresponsables, fariseos o sádicos. No. También los hay como yo. Que no tenemos ínfulas de sabios ni buscamos salidas hipócritas -porque si el libro no nos gusta le decimos que no al creador sin ofenderlo. No cometemos la indelicadeza de usar la coronación del rey para tirarle lodo o echarle jabón a su sancocho. Amamos el arte de escribir tanto como el de leer. Por ello, para nosotros la lectura no es un trabajo. Es un placer. No leemos para dárnosla de públicamente de haber leído tal o cual libro famoso, sino para disfrutar el momento, y llevarnos en nuestra caja de muerte todos los goces que tuvimos con las obras, y que las llevamos grabadas en las neuronas que se van con nosotros todos los goces disfrutados con ver a nuestros ojos caminar sobre letras. Tal como nos holgamos con dormir, sexo y comida sexo, gozamos el gusto de que nuestra mente reescriba y recree lo creado. Nos consideramos coautores. cogozadores, codisfrutadores, coinspirados, copartícipes en lo escrito.
Nosotros sí sabemos cómo se presenta un libro. Invitando al lector a su paraíso, a reconstruir la experiencia de nuestro viaje, con recursos intelectuales, pero ante todo con las motivaciones humanas del que va junto a lector por los pasadizos del libro, deteniéndonos en los paisajes más bellos, mostrándole los más complejos, de modo que vea incluso las partes más intrincadas como un disfrute. Haciéndo al lector compartir con los personajes sus discusiones, pleitos, conflictos, comidas, viajes, sueños, ansias, aspiraciones, psicopatías. Los hacemos acostarse con ellos y acariciarlos, odiarlos, siguiendo sus jadeos, gritos de placer o dolor, y quedar exhaustos cuando terminan sus jornadas sexuales. Tememos junto al lector a los disparos descritos en el libro, las cuchilladas, el suspenso de los que acechan, pues estamos en su ropa, nos hieren los tiros que matan al que fusilan y morimos con él y simultáneamente somos quien da la orden al pelotón asesino, y somos el pelotón.
Pero en todo ese goce que comunicamos a los lectores presentes en la puesta en circulación, dejamos unas zonas oscuras, algunos paisajes a medio describir, unos que otros pechos insinuados, este pubis escondido en nuestras sospechosas manos; aquella batalla o la otra de la guerra pendiente de sus detalles. Dramas en suspenso. Todo ello para que el lector compre el libro, lo pague y entre a él a buscarlos, a hacer su propio viaje como coprotagonista de las peripecias, y finalmente, sea el Odiseo, viviendo las peripecias del regreso.
Es el presentador ideal, que deja satisfecho a autor y público, lectores y personajes. Espero que este escrito sirva de consejo a los escritores a la hora de seleccionar al presentador de sus libros.

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