ALERTA. Primera parte de “La taza de la tía”, de Carlos Márquez

ALERTA. Primera parte de “La taza de la tía”, de Carlos Márquez

Juan Freddy Armando

En el artículo anterior, prometí que hoy continuaría analizando el excelente poema “La taza de la tía” del bardo Carlos Márquez. Pero, cambié de opinión. Creo más correcto publicar el poema. Así, los lectores pueden confirmar o negar mis juicios sobre el mismo.

Como es extenso, presento el primer fragmento. En el próximo ALERTA vendrá el que completa el poema. Espero que disfruten su indudable calidad.

La taza de la tía

(primer fragmento)

No te inventé, poesía,

no te traje por los sueños

a rodar junto

a la historia.

Natural eres,

como el tiempo,

los aires,

los espacios,

los días

materiales.

Poesía,

te imagino

en los instantes

cuando los antropomorfos

seguían

parqueados

en la animalidad

y te veo

sobre las ramas

mirando para atestiguar

las horas culminantes;

aquellos momentos

en que se consumó

la Ley de la necesidad.

Te imagino

satisfecha,

viendo aquellos

seres

descender de los ramajes

a morder la carne

de los mangos,

los cajuiles,

las naranjas

y las uvas.

Pienso

que a través

de un resquicio

de los bosques,

te estrenaste

brechera poesía,

y que viste

al primer ser

salido de la animalidad

haciendo amores

casi humanos

sobre el lecho

de los sauces y las flores.

Pienso

que en aquel

espacio de la vida

conociste dinosaurios

y unicornios,

al tiempo

que avistaste

recientes hombres

rudos,

temerosos,

buscando guarecerse

en las cavernas.

No sé,

poesía,

pero,

tal vez

te hiciste truenos

y diluvios.

Entonces,

los hombres,

sin nombres

ni apellidos

intentaron conocer

tu origen lluvioso

y luminante

de estruendos.

No para

cazar la vida

pulieron

las piedras

y derramaron

hierro.

Sospecho,

que al oírte truenos,

que al verte diluvios,

quisieron desafiarte,

sin vencerte

Impotentes,

temerosamente

gestuosos,

se inclinaron

reverentes;

y te llamaron, diosa

y te soñaron con

hombres que designaron

dioses.

Y

Demogorgón se hizo leyenda

y los titanes

se adueñaron del tiempo,

de los cielos y la tierra

y los infiernos y tú,

poesía,

confirmaste tu nombre,

musa, poesía.

Así quedaste entre los seres

para verlos

sorprendidos,

ante el chispazo

del fuego

asador

de proteínas

que se aliaron

al jornal

para humanizar

los reinos de la vida.

Pienso,

que a la orilla

de tus aguas,

se erigió

el matriarcado

con sus críos

y sus grupales matrimonios.

Luego,

sin tu consentimiento,

despertó el patriarcado

y junto a él,

los excedentes

produciendo

desintegración comunitaria

y primitiva.

Esto que te digo,

que sospecho

y que imagino,

no son reproches

a tus actos, poesía,

llegó a mi mente

aquella tarde común

cuando la Tía Mercedes

me llevó de la mano

hasta su cuarto,

para leerme su Taza

milagrosa.

Sentado en el principio

de la Taza

estaba el valle nilótico

en jeroglífico;

y sobre sus tierras, nomos

y entre sus nomos, patriarcas;

y junto a sus patriarcas,

momias faraónicas

que olvidadas de matriarcas

fornicaron con pirámides

paridoras de desdichas

entre castas.

Así la zanahoria,

el mijo

y el pico,

la cebada,

los trigales,

el hombre,

la tierra,

el guisante

y las manos

del hombre;

se trocaron

propiedad

de otros hombres

Esto Hammurabi

codificado lo recuerda,

hammurabi codificado

lo recoge.

En sus leyes

la semejanza de los seres

planetarios,

el equilibrio de fortuna,

la similitud de andares

y albedríos fueron rotas

hasta el día

del Diluvio Terrenal,

portador de trompetines

socialistas

danzando sobre océanos

de pétalos democráticos.

Pero el respiro

humano

palpitaba en otros mundos

simultáneos.

En los días primeros

el Himalaya

y los mares

ocultaron drávidas

culturas y brahamanes

triturados de budismo.

En el galopar

de los días

crecían los arrozales,

las moreras y la seda

del Estado de Cliang Yin

y la Muralla Grande,

con su taoísmo

y su confucianismo

aferrados a leyes

adjetivas.

Entonces, vi

los dedos cautelosos

de la Tía

abriendo otro capítulo

en la Taza Mágica

de verdades;

donde apareció la diáspora de

un pueblo vestido

de profetas

nadando

en las gotas

del fanatismo

y lo adivino.

En su diáspora sempiterna

invocaban amor al prójimo,

o el castigo

proveniente

de un Dios

que escapó del tiempo

y los espacios,

para crear

los melones

y los días.

En una esquina de la taza

tintada de café

vi a un hombre

natural de Efeso

que dijo llamarse, Heráclito.

Pregonaba,

que el mundo siempre fue,

que no lo forjaron

Demogorgón,

 ni los titanes,

ni las parcas

tejedoras del destino

de los hombres

en los infiernos.

A seguidas,

surgieron tribus Aqueas,

y polis,

y Perícles

fomentando filosofías

y prometeos sublevados

contra los dioses.

Fue

el instante preciso

cuando divisé

una década

de campañas orientales

y elefantes

que caían en combates.

De veras,

poesía,

aún estoy

sorprendido

de la taza.

Tan testigo

me hizo

de los hechos,

que sin percibirlo

me transformaba

en personajes;

o en seguidor

de sus hazañas

bendecidas.

Recuerdo que me uní

a Eunus

 sublevado

en los montes

de Sicilia;

y al morder

los bordes

de la derrota

escapé

para aplaudir

la sesión

plebeya

sobre el monte

sacro.

Luego o í los dientes

de las parcas

crujiendo mis talones,

mientras

el tiberiano

espíritu de reformas

flotaba,

flotaba

yerto sobre el Tiber.

Y cuánto dolor

en el espacio,

cuántas nostalgias

en el tiempo temprano

de los años,

cuánto fue el llanto

de los montes,

cuánto el vuelo

y el cansancio

del plumaje

emigrando tu muerte

tiberiana

y la otra muerte.

Asomó entonces

el filo

de los cultos orientales,

Isis conquistó

paganos corazones,

Mitra hizo lo mismo.

Y pobres

y libertos en caminos

nazarenos

predicaban una sencilla

igualdad

entre los sexos

inaugurando

su fe en ultratunba.

En la unidad

del imperio primero

habíanse expresado

los contrarios.

Y cuando clérigos

y sacerdotes

vendían el cristiano

florecer de las bondades,

la cuantidad cedía

el fluido transitar

de cualidades.

En nocturnidades amargas,

en crepúsculos vulgares,

en sepulturas

marchitas,

perdíanse gladiadores

y cadenas

con sus cepos

imperiales.

Y sobre lontanales suavidades,

movidas por las castas,

arribaron al geoíde nuevos

días

Sobre la humeante extinción

de los amos,

con trompetas mundanales,

los cultos orientales

anunciaron

los albores,

de una feudal explotación

sin suavidades

A l Bárbaro llegar

derribó montañosas pesadillas

imperiales,

erigiendo

tímidas

claridades gentilicias.

La tierra rancia de nobleza

fue el botín

donde párpados hastiados de

cadenas

asentaron su habitáculo

equipado de esperanzas,

sin intuir

momentáneos albedríos

en el espacio

de los vuelos feudales,

Entre trocitos

de Instantes

los dedos cautelosos

de La Tía

cubrieron el fantástico

escenario de la Taza.

Vi entonces,

poesía,

sus pupilas

expresando reflexión,

ante el eclipse irrepetible,

de aquella Era Antigua

sepultada en los planetas.

Me miró

retirando los dedos

que abrigaban

la pantalla de la Taza,

donde sus labios

descifraron

un medioevo terrenal,

sellado de herraduras y espadas.

La brillante alianza de consonantes y vocales cantadas por la Tía

entonaron votchiras,

a ritmo de un Cáucaso

besado por los sauces.

Entre residuos de café,

La Tía

ubicó señoríos

alambrados de pirineos

celestiales.

Y el Manor anglosajón

sostenido

entre los siglos

de los siervos.

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