ALERTA. Primera visita a la “Ciudad Interior” de Carlos Sánchez

ALERTA. Primera visita a la “Ciudad Interior” de Carlos Sánchez

Juan Freddy Armando

De este lunes en 8, (específicamente el 12 de julio a las 10:00 A. M.) pondremos a circular en la Biblioteca Nacional el poemario “Ciudad Interior”, de Carlos Sánchez, ex Comisionado Dominicano de Cultura en los Estados Unidos, donde hizo una excelente labor de promoción de las artes y ciencias de nuestro país.

En esta primera exploración por la “Ciudad Interior” nos encontraremos a Carlos Sánchez junto a los maestros que han incidido en su poetizar. Lo veremos tomando vino con Whitman, café con la Dickinson, whisky con Frost.

En el segundo viaje, compartiremos solo con Carlos Sánchez y las señales particulares que distinguen su poesía y la hacen digna de admiración. Empecemos.

Todo lo que existe es, de alguna manera y en algún grado, una esponja que absorbe del ambiente que lo rodea, con el que interactúa y se transforma y lo transforma. Del mismo modo, los seres humanos, y más los poetas, captan y hacen suyos los elementos creativos que los circundan. De aquí que las letras de nuestro poeta estén tamizadas por estos elementos que constituyen inevitablemente su modus vivendi cotidiano.

Carlos Sánchez no deja de sentirse dominicano en su escribir y ser (ama el sancocho y el mangú, bachata y merengue), pero sus años de residencia en Estados Unidos, y especialmente en una ciudad, una lengua y una literatura que lo envuelven como un enjambre de inevitable presencia – New York, el inglés y su poesía- de alguna manera lo absorben en cuerpo y espíritu.

IMAGINISMO EN LA IMAGINACIÓN PROPIA DE CARLOS SÁNCHEZ

Los poemas de la primera parte de este libro suyo tienen la fuerza literaria que les da haber bebido de ese rico movimiento creativo anglo-norteamericano llamado imaginismo. Esa escuela que considera el poema como una pequeña historia en la que simbólicamente el poeta se expresa, a la manera de parábolas, fábulas o mitos. Le provino de lo que nos enseñó, ante todo, la poesía de la India, y luego Jesucristo en sus hermosas enseñanzas (que aun sin ser cristianos, y hasta siendo ateos, nos seducen) y más tarde el riquísimo romancero popular español.

Los ingleses aprehendieron y aprendieron de esa tradición y la transformaron de historias pacíficas y sublimes del Oriente a las dramáticas y góticas del Occidente. Es el aprendizaje que la poesía inglesa a su vez dio a la de los Estados Unidos.

Después de Whitman (emulado por Carl Sandburg) y Pound (maestro de Amy Lowell), los dos grandes estremecedores que fundaron la poética norteamericana, vinieron Robert Frost, William Carlos Williams, Wallace Stevens, Archivald MacLeish, Teodoro Samuel Eliot, quienes le dieron su impronta personal en una especie de renacimiento que los asemejó a los antiquísimos orígenes indios.

A la par con ellos, sus excelentes mujeres poetas: la grandiosa y genial Emily Dickinson, sobriamente seca, filosófica y ácida. Crudas, supercreativas y suicidas, las muy originales Sylvia Plath y Anne Sexton, versiones en Norteamérica de lo que en Sudamérica fueron Alejandra Pizarnik y Alfonsina Storni.

La poesía de Carlos Sánchez, abreva en todos ellos, pero sobre todo en Frost y Williams, muy especialmente en la primera parte de este libro. Mientras en la segunda, los poemas se vuelven más dialogadores, más conversacionales, más cercanos a Benedetti, quien lo practica en forma sutil, o Galeano, en el cual el diálogo es más dramático, social y denunciante, además de contener mayores experimentos verbales y atrevimientos formales y semánticos.

Por otra parte, aunque en mucho menor proporción, en alguno que otro poema puede el autor mostrar ciertos atisbos de barroquismo, pero es cuantitativa y cualitativamente muy secundario dentro de su estilo.

Pero el gran referente verbal de esta valiosa cosecha poética, a mi juicio, ha sido la revolucionaria forma llamada imaginismo anglonorteamericano antes referido.  Amy Lowell (quien lideró el movimiento junto a Ezra Pound) lo definió así: “El imaginismo es una poética que abandona las convencionales formas materiales y de versificación, libre de elegir cualquier tema, crear su propio ritmo y utilizar el lenguaje común. La imagen del poema, en ese sentido, era una representación (descripción) sensorial de la experiencia vivida”.

Quizás los lectores, al leer este escrito mío, se pregunten: ¿Pero dónde está el sello de Carlos Sánchez? ¿Es solo el remedo de esos monstruos de las letras? ¿Cuáles son sus aportes a la construcción del propio edificio de letras?

Obviamente, Carlos Sánchez posee sus elementos propios vertidos en esta “Ciudad” que vive en su “Interior”.

De esa impronta personal en la poética del autor, que hace admirable este libro, hablaremos el próximo domingo.

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