Un joven escritor dominicano me confesó: “No me gusta la poesía de Rubén Darío”. Le respondí: “Léelo nuevamente, y si no cambias de opinión, lleva tu problema al psiquiatra”.
Era una nota de humor para exagerar la sorpresa que me produjo saber de alguien que no le gustara ese adorable escritor. Poeta que jugó un papel tan importante en la historia de la literatura por su innovador, delicioso y profundo estilo; sus aportes conceptuales, revoluciones a verso, rima, medidas. Al punto que los grandes bardos españoles se prosternaban ante aquel medio indígena chorotega nicaragüense que les daba lecciones creativas en el uso de su lengua.
LA DIVINA COMEDIA ME DA NÁUSEA
Ningún escritor ni lector está obligado a gustarle un autor. Son muchas las razones válidas e inválidas para una persona rechazar a un creador. Nunca olvido un ensayo de Unamuno sobre un venerable profesor de literatura, quien en su lecho de muerte llama a un sacerdote para confesarle su mayor pecado. “Pido perdón por mi grandísima culpa: por haber mentido en innumerables cátedras, derritiéndome en elogios a Alighieri. Pero no soporto a Dante. Ni su Comedia ni su Vita Nuova. Me aburre, me hastía, revuelve mi estómago, me licúa el conducto intestinal”.
¡Vamos! Lo de llamar al cura, y los problemas gástricos son inventos míos, para engordar la emoción, aprovechando que lo cito de memoria y no me da la gana de ir a mi biblioteca o a google a buscar la cita exacta.
Mis lectores saben ya de mis actitudes levantiscas, y acostumbrados a eso, me toleran mis malciadezas, ya sea por sorpresa, placer, costumbre, hábito o pena. Las hago para molestar a serios escritores, críticos disciplinados, metódicos creadores de “Nulla die sine línea”, exigentes investigadores de la escritura, que buscan hacer una obra inmortal, respetada por generaciones; que se sacrifican trabajando para edificar su nombre en el mañana.
Mis lectores saben que la engañosa inmortalidad no me mueve ni conmueve. Si no lo supieran, no vendrían a mis letras, pues los dolores de pensamiento, sentimiento y cuerpo no los dejaran nadar conmigo río arriba contra la “littera sancta” mentada.
PESAN FACTORES ARTÍSTICOS Y EXTRAARTÍSTICOS
Luego converso con una dama dominicana residente en Europa que no soporta al genial Salvador Dalí.
¿Qué factores determinan que no le guste un creador tan brillante? Muchos. Artísticos y extraartísticos: formación académica, nacionalidad, profesión, traumas psicológicos, tradiciones familiares, y hasta algo tan simple como que el nombre del autor o personajes suyos se asocien a alguna vivencia desagradable. O caprichos particulares, preferencias sexuales, religión, filosofía, deporte, etc.
Todo eso le dije a mi hermosa y educada amiga, finísima espectadora de cuyo dominio estético no dudo, ya que conozco de sus frecuentes visitas a ricos museos del mundo: Louvre, Britanic, El Prado. Conocedora de ciudades-museos como Florencia, Atenas, El Cairo, Barcelona, Kiev, Moscú. De ojos entrenados en pinacotecas y libros de crítica de arte.
¿POR QUÉ NO CANTAR EL TANGO “LA ÚLTIMA CURDA”?
Manuela Rodríguez, hermosa cantautora argentina, vivió muchos años en nuestro país. Nos deleitó regalándonos en su divina voz composiciones suyas, de su amada Argentina y otros lares del mundo. Hace un tiempo, se fue a su tierra, y nos dejó muy dentro el rumor celestial de su estilo, guitarra y pasión escénica, que ahora disfrutamos a distancia algunas veces en videos que coloca en las ciber-redes.
La traigo a colación porque siempre que se presentaba yo le pedía interpretar la bella letra y música del tango de Aníbal Troilo “La Última Curda” ella se negaba. Resbalaba, le daba de lado, íbase por la tangente, se hacía la olvidadiza para no cantarlo. Eso sí, cuando solía complacerme, era una delicia sentir lo hondo que le llegaba el drama de la pieza.
¿Por qué no quería hacerlo? Nunca le pregunté. Pero podría -conjeturo- tener algún trauma personal, un mal recuerdo, situación desagradable que le haya ocurrido en momentos en que en el fondo se oía esa melodía. O tal vez el tango le gustaba mucho a alguna persona que ofendió a un estimado familiar o allegado suyo. O, quién sabe si le recuerda a un hombre que amó y la abandonó, la golpeaba, o murió trágicamente. Esas y otras causas no artísticas pueden llevar a alguien a no gustarle una obra o autor.
El domingo próximo examinaremos otras artefobias.