En esta ocasión, hablaré sobre la aplicación a mi vida del ejercicio continuo de esa técnica para calmar la mente llamada meditación. Consiste en sentarme diariamente por 20 minutos en un lugar lo más tranquilo posible, buscando aprender a hacerme un observador del mundo que me rodea: ver pasar recuerdos, vivencias, actos, intercambios, esa memoria activa, almacén de sensaciones e informaciones que componen el yo.
Los grandes maestros dicen que se logra desarrollando poco a poco la concentración en la respiración. Ello así porque nuestro cuerpo y mente tienen conciencia de que respirar es indispensable para preservar la vida. Más que la alimentación y todo lo demás. Por ello, de todas las actividades o ideas en las que intentemos concentrarnos, la más dominante para casi todos es respirar. Oír y sentir el aire pasar por nariz y pulmones copa nuestra atención.
Se enseñan otras herramientas para concentrarnos: hacer cualquier frase un mantra que repitamos hasta que convertirla en simple sonido, sin contenido, y quedarnos solo con su efecto sonoro ocupando la mente. Puede hacerse también con un objeto físico, imaginación, recuerdo.
Cada persona escoge el que más fácilmente le permita observar y dejar pasar los demás elementos del mundo mental y físico. Ese ejercicio desarrollando el desapego. Porque enseña a observar fuera de nosotros esos pensamientos que ocupan, preocupan y quieren fijarse en la mente, los cuales constituyen el ego. Entidad que nos lleva y trae constantemente buscando en todo lo percibido nuestro beneficio o perjuicio.
NOS ENSEÑA QUE NO DECIDIMOS SER LO QUE SOMOS
La meditación reduce la sobrevaluación que nuestro ego otorga al yo, en su vano afán de dominio. Demuestra que son falaces nuestra vociferada libertad e importancia personal. Que en las causas de nuestras virtudes y desvirtudes, poco ha puesto nuestra decisión.
Nos permite saber que somos producto de un proceso de otros seres vivos, hechos y cosas. No hemos decidido lugar o fecha de nacimiento, ni idioma, costumbres, historia, ética, moral, creencias, gustos. Ni siquiera seleccionamos parejas, o amigas y amigos.
La meditación nos hace conscientes de que somos hojas que lleva el viento. No nos preguntaron si queríamos ser animales, vegetales, minerales, sólidos, líquidos o gaseosos.
Meditar nos enseña a permanecer en el ahora y aquí, y dejando pasar, fuera de nosotros todo eso que creemos ser. Al convertirnos en observadores de todo, podemos dominarlo con la simple opción de dejar pasar, como quien mira las olas desde la orilla. Para salir del mar, basta observarlo. La mejor manera de enfrentarlo es mirarlo. Porque si lo resistes, persiste.
LA MEDITACIÓN REDUCE LAS ANGUSTIAS DEL VIVIR.
Nos enseña que la mejor forma es comprender y convivir con las angustias, vanidades, sueños, ilusiones. Ayuda a no perseguir ni identificarnos con una vida dominada por ambiciones, deseos, pasiones, honores, vanidades; que son egoísmos negativos, que nos llevan a enemistarnos con la naturaleza, los demás seres vivos, las personas que nos rodean. ¿Cómo lograrlo? Observándolas en su constante cambiar, ir y venir. Saber que placer y dolor, angustia y alegría, son pasajeras caras de una moneda. Por ello, nos desapegamos. Salimos de su maraña.
EXISTEN EL EGOÍSMO POSITIVO Y EL EGOÍSMO NEGATIVO
Antes de conocer en qué consiste el egoísmo positivo que establezco como saludable producto de la práctica continua de la meditación, hablaré sobre la naturaleza de lo que conocemos como egoísmo. El cual es, a mi parecer, egoísmo negativo, contraparte del egoísmo positivo que descubro con la meditación.
Se sabe que el egoísmo es la obsesión de poner el bien propio por encima del de los demás. Nuestra condición de animales contiene instintivamente esa lucha para que prime nuestra existencia individual contra todos.
De ahí, el marcar territorios por el que pelean los animales. Esa sed de dominio la muestra el ser humano al establecer himno, bandera, escudo, historia, territorio. Hambre de imponerse unos y unas a otros y otras. De controlar a los demás animales, plantas y minerales del mundo. El egoísmo va más allá: es una condición sine qua non de todo lo que existe: animal, vegetal, mineral.
La meditación serena, con toda la objetividad que es posible a nuestra subjetividad, nos permite descubrir que es imposible dejar de ser egoístas. También nos lleva a saber que hay dos egoísmos: uno positivo y otro negativo. En todo lo escrito hasta aquí, he tratado sobre el negativo.
¿Qué es el egoísmo positivo? ¿Cómo logra la meditación desarrollar ese medio sanación y felicidad?
Trataremos de responder en la próxima entrega.