ADRIÁN JAVIER: “¿QUÉ TE MOTIVA A ESCRIBIR?”
Recuerdo que mi fenecido amigo poeta Adrián Javier publicaba una columna en un periódico, y para darlo a conocer a través de la misma, realizó un sondeo entre escritores con la pregunta siguiente: “¿Qué te motiva a hacer literatura?”. Cada uno de los entrevistados dio una respuesta acorde a sus gustos, concepción del mundo, estado psicológico, propósitos de vida.
Cuando me interrogó, se asombró ante lo que le dije: “Lo hago cuando por mi mente pasa una emoción diferente a lo común, fuera de serie, y la gozo tanto que no quiero olvidarla, me place volver sobre ella, tener un lugar donde encontrarla de nuevo y disfrutarla. Como me parece que nadie la ha plasmado, pintado, musicado o bailado, y no quiero dejar que se pierda en la fugacidad del instante, la escribo para tener el gusto de releerla. La publico porque me hace feliz darle a la gente la oportunidad de serlo con mis letras. Además, sé que otras personas habrán vivido esa emoción, pero no han hecho conciencia de ella, y mi escrito se lo permite. Porque, como he dicho en otras ocasiones, cuando a un lector le gusta el texto es porque contiene esa experiencia, la vivencia que ha tenido pero que no había podido, concienciar, verbalizar. Es decir, lo sabía, pero no sabía que lo sabía”.
JUAN RULFO: “NO LA ENCONTRÉ EN MI BIBLIOTECA”
Después, en mis aventuras de lector, oídor y vedor de temas artísticos, me encontré con la publicación de un diálogo del periodista Juan Cruz, del famoso periódico español El País, con Juan Rulfo, escritor mexicano muy poco dado a conceder entrevistas, quizás por su voz fea, más fea que la de Borges -que es mucho decir- o tal vez por su poca habilidad verbal oral, pues a pesar de su enciclopédica cultura artística, al hablar sonaba como un campesino mexicano o un náhuatl de los intrincados montes del país azteca.
El comunicador le preguntó ¿qué lo motivó a inventar Pedro Páramo? Sin pensarlo dos veces, el genial Rulfo respondió algo parecido lo que años antes yo había dicho a Adrián Javier, solo que mejor sintetizada, en forma creativa: “No podía encontrar en la biblioteca el libro que estaba buscando y que necesitaba leer. Tenía una vaga idea de lo que debía ser, pero no lo hallaba entre los libros. Entonces decidí escribir Pedro Páramo”.
Es decir, -que era muy sincero y nunca hablaba para poses o satisfacer el gusto de la gente o quedar como muy sabio y otras puerilidades propias de autores vanidosos- se le ocurrió la idea de una novela tan original, graciosa y seductora como esa, y quería leerla, pero como no la habían escrito. Por ello, la creó para satisfacer su gusto de lector.
Puede haber muchos motivos válidos para hacer literatura. Cada uno tiene el suyo, y buscará mil maneras de justificarlo. Yo tengo el mío, que es el mismo del autor de El Llano en Llamas. El que justifico. Me parece el motivo más auténtico y vitalmente útil para escribir, porque garantiza una dicha que no depende de los vaivenes de la vida ni de la veleidosa opinión de los humanos, que tanto cambian de opinión, de intereses y de preferencias.
Es una felicidad fundamentada en nuestro gusto y albedrío, absolutamente bajo el dominio individual y absolutamente autónomo, en el que somos el mejor jurado, el mejor crítico, el mejor público, equivalente al más ganancioso dinero, pues la personal satisfacción, aprecio y alegría por el propio hacer es la moneda de mayor valor, cantidad y cualidad que podemos obtener, ya que no depende del rasero subjetivo de los demás sino del de cada uno.
¿EL AUTODESPRECIO DE OLIVERIO GIRONDO ES MÁS SALUDABLE
QUE LA GRAN AUTOESTIMA DE MARÍA LUISA BOMBAL?
A este respecto, me dan pena esos pobres autores que dicen no gustarle lo que crean, que los aburre. ¿Entonces, para qué maltratarse, autoflagelarse, realizando algo que ellos mismos desprecian? Obviamente, estas actitudes no tienen nada qué ver con la calidad de lo escrito. La persona puede ser excelente en el oficio de la literatura, pero el cierto o fingido desprecio y duda sobre su obra es una forma de amargura que envenena la vida, y quien sabe vivir no se dedica a algo que lo haga sentirse constantemente enfermo de pesar. Un efecto vital contrario causa la conciencia de valoración propia por lo que se ejerce. Produce la felicidad, que debe ser el principal motivo y sentido de la vida.
Comparemos, por ejemplo, la actitud del exquisito poeta argentino Oliverio Girondo con la de la maravillosa narradora chilena María Luisa Bombal, referidas por José Bianco en el prólogo de la novela de ella: “…leía Gone With the Wind, y al día siguiente, ya entrada la mañana, comentábamos por teléfono con María Luisa las aventuras de Rett Butler y de Scarlet O ́Hara. ‘Esa sí es una novela formidable -decía María Luisa- y no las leseras que yo escribo. Sin embargo no tengo menos talento que Margaret Mitchell. Pero, qué le vamos a hacer, tengo un talento de otra clase. Soy un poeta en prosa’. ….. Debo decir que María Luisa nunca dudó de su talento. Una vez, estando yo presente, Oliverio Girondo repitió los eternos lugares comunes de los escritores. Dijo que le daba vergüenza releer cualquier libro que hubiera escrito. «Pues a mí me pasa lo contrario – dijo María Luisa Bombal-. Algunas noches, cuando tomo La Amortajada, quedo llena de alegría. Pienso: ¡Qué inteligente soy! ¡Cómo he podido escribir un libro tan bueno!».
GOZO Y SOY FELIZ CON LO QUE ESCRIBO Y LEO
Esa autoestima y entusiasmo por lo que se crea es fundamental para la dicha del ser humano. Y digo lo mismo: puedo encontrar –los hallo constantemente- errores en mis letras, pero indudablemente me encanta, pues si cuando me siento a hacerlo no siento placer de ello ni albergo la esperanza de realizar algo valioso, no perdiera tiempo, recursos y energía en eso. Sinceramente, podrá parecer vanidad (es positiva y estimulante vanidad, egoísmo del bueno, saludable petulancia), pero veces releo mi poema Llantos a Mi muerta Viva o mis cuentos La Bella Oscuridad o La Casa Solariega, olvidando que soy el autor, y gozo como lector el reencuentro con sus imágenes, situaciones, acontecimientos. Si no viviera eso, no los hubiese hecho. Como tampoco leyera a esos amigos –que no son escritores reconocidos ni famosos ni aprobados los críticos ni premiados- que me dan textos a leer, algunos de los cuales son mis favoritos, y agradezco haberme llevado tantas veces de la mano al paraíso del placer.
En el próximo artículo, me referiré a otros aspectos y ejemplos sobre este tan importante tema para quien se dedique a escribir o a cualquier otro oficio, siempre a partir de una adecuada respuesta a la pregunta más importante que pueda hacerse cualquier persona: ¿Cómo logro dedicarme a algo cuyo ejercicio me permita alcanzar lo que busca cada ser humano en la vida: ser feliz?