Tercera y última parte del enjundioso artículo-prólogo de mi amigo escritor José Bobadilla, en el que defiende las actuaciones de su ascendiente Tomás Bobadilla. El título es mío. Gracias por permitirme publicarlo.
“Las ciclópeas diferencias entre un Duarte, padre indiscutible de una patria, y Bobadilla, el rival secuestrado para la memoria de su pueblo, son tan severas que únicamente pueden medirse gracias al desdén victorioso de historiadores que mienten al callar, que hacen gala de una falta de seriedad para la investigación que busque el compromiso de establecer la demasiadas veces esquiva verdad de aquello que ciertamente fue. Tal conducta se explica gracias a la cobardía que le dio vida y vigor a falsedades e incoherencias que se han hecho dueñas de un modo torcido de ver y discernir convertido en peso y medida en el chantaje que responde al nombre de «la tradición».
El individuo siempre quiere el amor, la aceptación de la colectividad a la que pertenece. Una vez establecida una mentira como razón social, la camisa de fuerza de la costumbre hace de lo falso una inconmovible verdad. Por eso los cobardes con su actitud se traicionan a sí mismos al justificarse y se consuman como verdugos de ocasión al traicionar sin reparos a los demás. Con ello y por ello la naturaleza de un héroe genuino es el sufrimiento pues todo lo que suma como su acción de vida se basamenta en la contradicción que desafía de frente lo uniforme en la mediocridad.
“Así, de esta guisa, tenemos a un Juan Pablo Duarte que es una superstición nacional. Si nada o muy poco se sabe a ciencia cierta de él es simple y llanamente porque no hizo nada con lo que ni él mismo entendía que era, que fue él. Y lo poco, por bueno que fuese de lo que logró en una vida tristemente fracasada, le correspondió darle cima, cada uno en su justo lugar, a hombres del valor y entrega a las borrascas de la vida del mismo Tomás Bobadilla, del catastrófico Pedro Santana, de un Francisco del Rosario Sánchez, de un Gaspar Polanco o de un Gregorio Luperón.
“No creo de ninguna manera que el pragmatismo, mejor decir oportunismo, pueda ser defendido como un valor al que nadie pueda aspirar. Pero este repudio por la gravedad de una cara nos impide ver con serenidad todas las faces restantes, sobre todo cuando hay que enfrentar el reto de concluir sobre la persona con méritos indiscutibles que lo hacen acreedor de un sitial que ningún silencio puede ocultar.
“Escribe (hay discusiones baldías) el Manifiesto del 16 de enero; convoca, encabeza y proclama en la Puerta de la Misericordia o en el Baluarte de El Conde esa noche primera a la nueva República (no fue Ramón Matías Mella Castillo); su protagonismo es decisivo, fundamentalísimo, en la hechura de nuestra primera constitución; en su breve gobierno, bajo su mandato, se producen las batallas del 19 y el 30 de marzo, decisivas para la independencia del país. ¿Y no es, desconociendo todo derecho, tan Padre de la Patria como el que más?
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“Debo ser comprensivo con las aprehensiones de quienes puedan enrostrarme los intereses naturales de un nieto directo que procura honrar una deuda particular y claramente interesada con un ancestro del que desciende como una piedra hacia las entrañas de ese demencial abismo que siempre es el presente. Pero como dominicano que no admite ausencias a la hora de que sea mostrado el escenario con todos sus actores fundamentales que forjaron el principio de su nación; desde luego que NO. Simplemente me niego, pues quiero, demando, necesito la verdad. Para lo único que ha servido mi sustancial lazo de sangre es como detonador. Algo tenía que pasar, y en mi caso, estoy convencido de que nadie, en su sano juicio, se atreverá a negarme capacidades para la tarea de mostrar ante el debate más amplio y mejor informado la figura de un hombre inmenso, quizá tan sólo singular, que hizo un aporte de vida nada desdeñable de ese instante primigenio en el cual surgimos como nación.
“Conocer, no digo en modo alguno honrar, a Don Tomás Bobadilla y Briones, es completar la visión que intereses de entonces que tuvieron la suerte de perpetuarse con impunidad necesitamos los dominicanos actuales para entender el hecho presente de lo que hoy ha sido y significa nuestro país.
“Todo lo expuesto aquí en la tesitura de préstamos esbozados con la urgencia de veloces pinceladas, hay que demostrarlo. De eso trata y explica precisamente este libro. Este prólogo plantea el desafío necesario que entraña cualquier declaración de principios. Veamos de inmediato con detalle lo que le da sustento a la tesis implícita en un primer e inevitable encuentro con la mera curiosidad o interés más comprometido de mi lector.
“(1) – Fue ennoblecido por Isabel II con el título premial de Comendador Ordinario de la Real Orden de Isabel La Católica. Por igual su esposa, Marie VirgineDesmier-D’Olbrusse, descendiente directa de una noble y antigua propapia de Francia. Por eso el «Don», como Lord o Sir, para los ingleses, que en España para su uso formal público es título que confiere el Rey y exige su tratamiento usual. Su nieto, Mons. Nouel (una acotación) también fue ennoblecido por el papa Benedicto XV con el título de Conde Romano, entre otras distinciones.
“(2) – Tomás Bobadilla se inició como funcionario público en 1809 (¿1811?) Cuando Francia abandonó la isla, hasta 1868, en los gobiernos de José María Cabral.
“(3) – Decididamente su formación profesional fue autodidacta. Es sabido que las precarias circunstancias que rodearon su temprana estancia en Puerto Rico lo obligaron a emplearse en una escribanía pública donde comenzó su adiestramiento como abogado. Esto era normal e incluso corriente sin menoscabo alguno para las calidades esperadas por una clientela que le reconocía un amplio y cabal conocimiento de su oficio. Pero sus saberes y ejercicio profesional fueron reconocidos oficialmente por todas las autoridades que rigieron el país e incluso tuvo un destacado rol como docente del más alto nivel profesoral.
“(4) – Es bueno dejar sentado algo que jamás se ha dicho. El propósito del Gral. Santana al declarar traidor a Juan Pablo Duarte fue el de eliminarlo físicamente (fusilarlo). Pedro Santana era un asesino básico, elemental. Está más que claro que ante su total incapacidad de argumentar ante cualquier disensión, el paredón fue su procedimiento preferido y que en él se hizo habitual.
Terminó, entre otros, con la vida de María Trinidad Sánchez y con la de su hermano, Francisco del Rosario. Bobadilla, hombre de visión y luces de las que por completo carecía ese «mal necesario» llamado Pedro Santana (la política como ejercicio debe ser siempre fría objetividad), tal vez generoso y desde luego prudente, por carecer de resentimiento alguno, optó por poner todo su esfuerzo en desterrarlo, lo que salvó su vida.
Y tuvo razón, como político avezado y como hombre apegado a un determinante prurito moral. Juan Pablo Duarte jamás, en los años que completaron la oscura ruta de su vida, sirvió para nada más. Un triste y miserable destino personal. Tomás Bobadilla, como Joaquín Balaguer (este último no tuvo opciones, ya sometido a los poderes fácticos), preferían casi supersticiosamente eludir la sangre, tal vez confiados en la naturaleza de los hombres a quienes casi siempre se les podía comprar.
“(5) – El Estado Dominicano, en su primer momento, no usó para el Jefe de Gobierno el título posterior de Presidente de la República sino el de Presidente de la Junta Central Gubernativa. Lo de presidente a secas vino después, con la primera constitución (con mucho también obra suya), que sin duda alguna lo tomó como préstamo adecuado de los Estados Unidos, único referente posible en su contexto histórico.
“(6) – Merece en justicia hacer constar que una vez desalojado del primer lugar en la jerarquía del bando conservador, Tomás Bobadilla sí tuvo que ver como activista político de nuestro primer dictador, el Gral. Pedro Santana, y en consecuencia a todo lo que se sindicara como santanismo en los hechos y en las ideas. Pero la evidencia histórica demuestra que en realidad si Tomas Bobadilla en su momento fue un decidido militante conservador, si vocación era que el conservatismo se limitara a ser el rector de una sociedad debidamente institucionalizada de la que se pudiera hablar de un Estado de Derecho según los modelos existentes en Estados Unidos y su amada Francia, entonces con mucho el referente de una nación actual y civilizada.”