ALERTA. Solo la humildad lleva al estado mental 0 para aprender

ALERTA. Solo la humildad lleva al estado mental 0 para aprender

Juan Freddy Armando

ES VIVENCIAR EL “SOLO SÉ QUE NO SÉ NADA” SOCRÁTICO

Debo comenzar explicando a qué cosa llamo “estado mental 0”, para conseguir que entre ustedes mis lectores y yo armemos un idioma en que las palabras que escribo se perciban con igual significado (o aproximadamente, porque es imposible para dos mentes imaginar con exacta identidad) y así entrar en comunión, de esta a la comunicación que da el entendimiento. Veamos.

En el Occidente, Sócrates introdujo clave de del estado 0 con su mayéutica o arte de preguntar y preguntarse. Sabio de sabios, dio clases en el liceo al genio de Platón, quien a su vez la transmitió esto a Aristóteles, quien con el tiempo engendraría su precisión y lógica de la que habla mi amigo el filósofo Alejandro Arvelo. Ella conduciría posteriormente a los cuestionamientos de Bacon y la duda metódica de Descartes. Bases de la dialéctica hegeliana y marxista. Todo parte del  “Solo sé que no sé nada” socrático. Símbolo de la humildad extrema, y parecería una ironía de quien, como hemos visto, tanto sabía.

El estado 0 de la mente es a lo que nos invita Sócrates con su frase. A dejar la mente en estado de plena escucha. Es decir, adoptar la posición de que no se sabe nada, y dejar así un amplio espacio para que puedan entrar las ideas de quien nos habla.

Esto es crear la atmósfera fresca y transparente que nos permite captar lo que nos dicen en su exacta verdad, al limpiar el “cristal con que se mira”, parafraseando un verso de Campoamor.

¿CÓMO LOGRAMOS ESCALAR A ESA LIMPIEZA MENTAL?

Solo a través de una suma humildad, que nos lleve a alcanzar el inocente estado de curiosidad perenne del niño, que no es fanático de nada sino que está conociendo constantemente, asombrándose sin parar, como quería Platón, que consideraba al asombro como el origen del conocimiento y la poiesis. Es difícil de conseguir en los animales, y especialmente en los más inteligentes, de memoria e imaginación más ricas.

Entre todos los animales, al que más cuesta arriba se le hace esto es al más desarrollado: el humano. Porque tiene más habitada su mente de percepciones, imágenes, pensamientos, sentimientos, intuiciones, miedos, egos, pasiones, aspiraciones, sueños, heridas, victorias, derrotas. Todo un cúmulo de datos hechos emociones, conformadores de esos monstruos llamados consciente, inconsciente y subconsciente. Indispensables componentes del yo, pero que no son nuestro yo.

NO SOMOS NUESTRA MENTE, Y PODEMOS ADMINISTRARLA

Los maestros orientales nos enseñan que la memoria es un almacén de informaciones que podemos aprender a administrar, si aprendemos a controlar nuestra voluntad. Las ideas y percepciones que albergan en nuestra mente no son más que un conjunto de materiales de trabajo de los que nuestra conciencia puede aprender a apartarse, desapegarse y observar, y disponer sobre ellos.

Así como no se nos ocurre pensar que somos el papel o computadora, automóvil, plato o casa que usamos, tampoco se nos debe ocurrir que somos lo que pensamos o recordamos. Son útiles que podemos manejar a voluntad.

Es posible dejar de identificar nuestro yo con el conocimiento, y hacerlo pasar a ser objeto de utilidad, incluso desechable en ocasiones. Podemos dejar de creer que somos nuestros ideales, sueños, utopías, saberes, pasiones, y dejar de aferrarnos a ellos con la desesperación de que si los perdemos nos perdemos. Al contrario, con la disposición de perderlos, ganamos.

Nuestra mente atesora convicciones, profesiones, ideas, roles sociales, fanatismos, tan fuertemente que las confunde con nuestro yo. Llegamos a pensar que si, por ejemplo, dejamos de ser católicos (o mahometanos, marxistas, escritores, dominicanos, chinos)  cesamos de existir.

Nuestra vida demuestra que pensar así es un error. Porque, sin darnos cuenta, hemos ido muriendo, perdiendo y cambiando nuestro yo de forma constante y contrastantemente. Si a los 14 años nos preguntan sobre nuestros juegos a los 5, nos reiríamos de ese difunto niño inocente.

A los 32 lo que lo nos cuestionan sobre lo hecho a los 15, y nos burlaremos de ese perdido yo. Igual, a los 65 sobre la conducta a los 24. Aceptémoslo: son yos muertos en nosotros, aunque queden huellas.

Consumar este salto salto al vacío del saber y el ser es el estado que buscan los grandes maestros de la meditación con un largo entrenamiento en auto-observación y desapego como camino a la felicidad.

En próximas entregas, seguiremos los caminos el estado mental 0.

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