El poeta dominicano Andrés Toribio ha publicado un libro titulado Amores en el Metro. Me ha motivado unas reflexiones que ahora publico.
Los medios de transporte colectivo siempre han sido un punto donde se producen frecuentes encuentros aleatorios que cambian la existencia de las personas, y dan un giro muchas veces copernicano a su vivir y destino. Ello, desde las viejísimas caravanas comerciales de los fenicios por mares, bosques y desiertos en la antigüedad hasta los modernos medios de comunicación terrestres, aéreos y marítimos.
Muchos de los grandes amores han nacido casualmente en los buses, metros, aviones, barcos y otras formas colectivas de viajar. En un bus de Cuba se conocieron Juan Bosch y Carmen Quidiello, y compartieron toda una vida.
LA CANCIÓN DE ANTHONY
La primera canción de Anthony Ríos que logró impactar al público es la titulada Fatalidad, y está referida a unos amores surgidos en un metro. Dice:
“En el tren que yo viajaba,
encontré una chica triste.
Me contó toda su vida,
ansiedades y tristeza.
estaba abandonada
como yo”,
con la que logró empatía, amor, cariño, seducción, aunque
“un enojo sin motivo
destruyó nuestra alegría,
y me hizo volver solo sin su amor”,quedando ella como el frustrado sueño de pareja del personaje de la balada.
El Metro de París, el de New York, son famosos por ser receptáculos de pasiones que revuelven el devenir de notables personalidades y de cientos de anónimos hombres y mujeres, cuyas uniones nacieron de una mirada furtiva, una señal atracción, del roce suave del pantalón con el vestido, de blusa con camisa, piel con piel en esos viajes largos donde estos duermen, aquellos miran el paisaje o leen, mientras otros sueñan el drama de sus vidas en conversación con el vecino o vecina de asiento, que de repente se confiesan sus pasiones y llegan a un tórrido romance que los hace pasarse de la parada prevista.
Incluso, los pasillos de buses y trenes se convierten en motivos de húmedas y líquidas secreciones causadas por el calentamiento climático corporal de apretujadas filas en que unos eróticos traseros son llevados por el movimiento a rozarse con un miembro o unos pechos de mujer aprietan suavemente sus tibios pezones con la espalda del excitado hombre cercano. O el ir y venir del vehículo de transporte masivo, que al frenar, tomar una curva o acelerar provoca un mecimiento y estremecimiento e impulsa al cuerpo masculino sobre uno femenino y viceversa, provocando en ambos pensamientos libidinosos, que sacan de quicio y los hacen temblar, hasta que la lujuria llega al orgasmo de ambos.
SONIA BRAGA EN UN TUBO DEL BUS
No olvido la película brasileña Yo Te Amo, donde la increíblemente bella actriz Sonia Braga va sostenida por sus manos en un tubo del bus, apelotonada por hombres a los que enloquece, hasta que finalmente el conductor, que ve por los espejos el esplendor de su cuerpo, le pide al ayudante que baje a todo el mundo del bus, alegando su invento de que un neumático se ha dañado. Entonces, cuando el bus ha quedado sin pasajero, le dice que baje a comprobar el daño. Acto que aprovecha para arrancar el bus, dejar al ayudante y quedar solo con ella,… Lo demás, no hay que contarlo.
Sublimar estas situaciones amorosas, las madejas de diversas relaciones que se producen en el Metro de Santo Domingo, es el tema que ha tomado el poeta Andrés Toribio como punto de partida para brindarnos un exquisito manojo de poemas que trascienden el hecho causal del amor en los vagones del tren para convertirse en un motivo de emocionales deleites del lector.
El hecho de que al autor se le haya ocurrido escribir un libro de poemas enlazados casi todos por este enfoque, por esta visión, es ya un buen principio, pues muestra una manera poco convencional de enfocar el proceso poético erótico-amoroso, al combinarlo con ese cotidiano acto que multitud de personas practican diariamente en todos los países del mundo.
OBSERVACIÓN, VIVENCIA, INVENTO
El poeta trabaja con la imaginación y la realidad, armando con ello una argamasa textual en que todo vive como cierto. Todo palpita lleno de vivencias a las que el cuerpo responde sin diferenciar si lo que lo excita o motiva es un hecho o una imagen, un sonido o la idea de él, si la mano que acaricia es cierta o es supuesta. Y en ese sentido, Andrés Toribio, autor del libro, ha viajado en el Metro de Santo Domingo, y tal vez se ha enamorado en él.
O quizás solo ha sido el observador estudioso de situaciones, cuerpos, rostros, piernas, pechos, cinturas, glúteos, ojos y cabellos que hace volar el viento, y se ha pensado a sí mismo abrazado a esas mujeres salidas del encuentro casual, las ha imaginado entre sus brazos y sentido como suyas. C iertamente lo han sido, pues con el solo hecho de un hombre pensar con intensidad y pasión que una mujer es suya, ha sido real-simbólicamente suya, aunque ella no lo sepa.
El resultado de esa aventura vital donde ha habido realidad y mito, ficción y hechos, intención y acción, es el libro Amores en el Metro, rosario de intensos y compactos poemas, ideales para ser leídos cuando somos llevados por el fugaz y raudo movimiento del Metro de Santo Domingo -esa serpiente metálica que sube a la superficie y baja a lo subterráneo- . Leerlo tal vez en voz alta, a voz en cuello, para que las hermosas muchachas sensibles a lo que llega por el oído, a lo mejor se conviertan en potenciales amores, y el Metro se torne en un tránsito a sus cuerpos y espíritus ansiosos de experiencias poéticas y amorosas.
En el próximo artículo, abordaré otros aspectos de este interesante libro.