ALERTA. Viejo Manue: Relámpago fugaz que se hace eterno

ALERTA. Viejo Manue: Relámpago fugaz que se hace eterno

Juan Freddy Armando

Mis artículos de hoy y del próximo domingo reproducirán mi exordio escrito para la sección llamada “Un Recuerdo que Late” contenida en la obra “Labrador de Palabras”, del poeta Juan Matos.

En mi columna ALERTA analizaré posteriormente este valioso libro de poemas en prosa. Mientras, leamos la primera parte de mi exordio, titulado:

“VIEJOMANUE: RELÁMPAGO FUGAZ QUE SE HACE ETERNO

“Este rayo ni cesa ni se agota:
de mí mismo tomó su procedencia
y ejercita en mí mismo sus furores”.

                          Miguel Hernández

Escribo estas palabras con una grande duda. Con muchas ideas y una sola angustia. ¿Hablo de los poemas de Juan para su hijo? ¿O de la heroica vida de Manuel? ¿Del buen hijo? ¿Del luchador social? Me siento desandar por el dolor que parte en tres a tres: Padre (Juan), hijo (Manuel) y madre (Alma). También es un amor que ama a tres: Uno que se fue. Dos que se quedan.

Y hablar de otra trinidad, la de ViejoManue, Padres y Poemas.

Escribo este exordio en medio de la encantadora noche, de la bella oscuridad, trilce como la negritud que amó Manuel, (trilce = triste y alegre, invento de Vallejo) la oscura piel que motivó sus luchas.

Enervado tal vez por las historias contadas por su padre Juan. De negros obligados a “tantas jornadas de sudor no pagado”, en voz del bardo Mir, poeta que cual Juan sufrió en carne viva los sones del ingenio.

De uno y mil Fernandos luchadores, del rastro lacerante del Batey Barahona, la vida miserable y el foete del ingenio explotador, el trapiche que exprime a caña y negros que lo arrastran y arrastra cual ganado. Caña de hermosa rubia flor y largas hojas que cortan, hieren, como el sol deshidratante o el tiempo muerto que mata.

Ese padre insumiso, cimarrón, rebelde, revolucionario, le contó también de los dolores raciales de Estados Unidos de América: su apartheid, guetos, discriminaciones, violencia racial contra negros e inmigrantes.

Evoco entonces esa fría mañana en que mi querido amigo Juan Matos me presentó a su hijo Manuel, en la sala de su casa. Se fue a hacer el café y desayuno con su adorada Alma, esposa y madre, respectivamente. Yo quedé en la sala con Manuel.

Enseguida, vino nuestro país al diálogo; que eso sucede a los emigrantes e hijos de emigrantes que han sido educados en el recuerdo de sus raíces: República Dominicana, de sus problemas, luchas, azares y azahares, juicios y prejuicios.

Vino la negritud a la conversación, tópico que tanto pesa en la vida de los que emigran a Norteamérica tras la caza del tan mentado “sueño americano”, donde los problemas raciales no pierden vigencia no obstante tantos años de democracia, de abolición de la esclavitud y de haber tenido un Lincoln que guerreó por la igualdad racial, y la sublime alma de Luther King, Martin y mártir.

ViejoManue me habla de su trabajo en los grupos con los que hizo tantos y tantos aportes.

Ardiente en sus ideas, Manuel Matos Díaz me recuerda a los grandes cultivadores de ideas, como Jesucristo, el barbudo Nazareno que sembró de bondad el mundo. A Eugenio María de Hostos, de cuya siembra es cosecha el pensamiento de Juan Bosch.  Al Ché Guevara, que desde lo alto de las montañas buscó un nuevo horizonte para nuestros pueblos.

Pero su padre, Juan Matos, lo dice mejor que yo en este fragmento de su poema titulado

“DESDE EL SUEÑO QUE DUERMES”

“Allí, sembradas en el Yolombó que tanto amaste, tu simiente es eco de los dignos anhelos que, por dignos, transmigran de pueblo en pueblo allende el trance, la amenaza perenne y el genocidio atroz contra la Madre Tierra”.

Continúo la historia de mi viaje: Después, Juan me llevó adonde la siempre admirada y querida Rhina Espaillat, que era el destino de ese día. No vi más a ViejoManue. Él siguió su pertinaz combate por los derechos civiles del oprimido negro, no solo en USA, también en Sudamérica, el Caribe, en todo el mundo.

A ello dedicó todo su vivir, hasta entregar la vida…  aquel día fatal en que la lucha se detuvo por el único motivo por el que podía detenerse: porque su corazón, amplio para el amor, fue pequeño para aquel huracán de sangre que estremeció sus válvulas.

Lo supe y no quise llamar a Juan para la condolencia. No quería que mi llanto multiplicara el suyo”.

El domingo, continuamos.

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