ALERTA. Virtudes y desvirtudes del libro Amores en el Metro

ALERTA. Virtudes y desvirtudes del libro Amores en el Metro

Juan Freddy Armando

En el artículo anterior empecé a referirme al libro del poeta Andrés Toribio. En esta entrega, completo el tema.
La poesía tiene el encanto de hacer que incluso la despedida amarga en la parada del tren se convierta en un motivo feliz: escribir un poema.

Es decir, en el encuentro fortuito se perdió la oportunidad de que naciera un amor, pero deja la huella imborrable de un poema que salva el instante, reduce la tristeza. Permite al poeta y a quienes no estuvimos presentes disfrutar el drama, al gozarlo en forma de alegría o sufrimiento a través de unos versos (del poema Mirada Continua):

“Asciende el vestido después de esta mirada,
bajan párpados, verdes ramas caen sin castigo,
triste viento ausentado camina como respira”.

Ahora, salgámonos del Metro, los cuerpos y el amor para entrar al estudio de lo formal en los versos de Andrés Toribio.

Primera nota: Cada poema es como un bloque de palabras, de imágenes, de tropos en líneas casi iguales en extensión, en interiores diálogos de unos con otros, conformando así un continuum poético que, a grosso modo, semejan pequeñas prosas.

Segunda: La concatenación que logra hacer entre su sencillez y coloquial forma de los vocablos, materia prima de la poesía, por un lado, y por el otro las metáforas e imágenes, que nunca suenan preciosistas ni rebuscadas. Fluyen naturales, necesarias al drama que el poeta arma y desarrolla con la precisión de su imaginaria flecha amorosa, que se dirige a la manzana que la pasajera lleva sobre su pelo.

Versos sencillos, directos, y al mismo tiempo, armando con ellos hermosos tropos:

“Ese asiento se ha bebido la forma
de tu cuerpo, poros han erizado los celos.
No sé cómo sus brazos han cubierto de ti
hasta el respiro. ¡Oh, contenido de un envase
que ansío a cada instante!”, nos dice al comenzar el poema Sed de Sustancia.

Con ello, nos muestra que ha asumido con inteligencia verbal el reto de combinar tres elementos disímiles en un armónico conjunto poético:1.La lengua sublime y celestial del puro enamorado. 2. La pasión amatoria, material, corporal y erótica. 3. Y terrenal, con la aparente intrascendencia de un asiento, unos tubos de sostenerse o un pasillo y ventana que conforman la estructura interior del Metro que conduce hacia la desconocida objeto de sus pasiones en el roce paralelo de un asaz casual sillón o un pasillo compartido.

Tercera nota de los poemas de Andrés Toribio: El poeta, en su trajinar métrico no solo está pendiente de los pechos suavemente lascivos mostrados por el provocador escote del vestido rojo sobre la piel de mujer blanca o la falda minúscula que permite entrever la negra o mulata piel de tiernos suaves vellos en unas piernas que nos hacen temblar todo el cuerpo enervado de deseos.

Cuarta: El poeta no mira unicamente eros. No. Los ojos del vate descubren la tristeza, el hambre, la pobreza, al pasajero desamparado que transita el Metro, cuya miseria se manifiesta sin querer desde los ojos del hombre o la mujer enjuto de rostro, de cuerpo fláccido y débil. Porque pobreza también conducen los vagones, en su viaje de estación a estación, recogiendo y dejando amores y dolores de un pueblo como el dominicano, alegre y simpático, dentro de su muy bien disimulada carencia de pan. Esa falta que las mentes sensibles y luchadoras tratan de curar con el trabajo de buscar caminos de solución, sendas de salida.

Y Toribio es de esos hombres de sueños y utopías, que viven “pensando que algún día se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre a construir una sociedad feliz”, traducidas en esas lapidarias palabras del Presidente Salvador Allende, en aquel dramático discurso, valiente, sincero y honesto, que pronunciara cuando las fuerzas del terror, la traición y la deshonra bombardeaban el Palacio de La Moneda, en Chile.

“En el ajetreo de la andanza, lloran las nubes, se marcha el escaso sol madurando el sudor de la miseria”

reza Toribio en el poema Murmullo del Futuro. Versos casi escritos con lágrimas de conmoción ante el dolor ajeno que vive como propio.

Quinta nota: El bardo también lanza su mente afuera del metro. Como todo espíritu sensible, no pierde de vista que en los barrios paupérrimos también los animales reciben su proporción del hambre y dolor, su cuota de frío y asfixiante desamparo, expuestos a los azares del tiempo. Así deambulan los llamados viralatas sin dueños, viandantes sin destino a los que nadie cura enfermedades ni heridas, hasta que un día un vehículo veloz les brinda el consuelo de despacharlos de este mundo.

Compara Toribio la miseria animal con la humana, en el poema Balance del Tiempo:

“Muerde un can el hueco de una caja,
triste, hueca otra vez, como esta víscera
llorando tempestades, cómo continúo
esta marcha, si he perdido la luz de mi sustento”.

En resumen, hasta aquí he hecho una breve valoración y presentación de la obra, en una aproximación a su contenido y forma, cuya calidad indiscutible me ha sorprendido.
E

sta poesía tiene virtudes y defectos. Sin embargo, en estos comentarios he destacado las luces, porque de las de las tinieblas he hablado con el autor, dando mis humildes consejos para superar las debilidades del libro.
No obstante, me atrevo, finalmente, asegurar que, en caso de seguir un curso ascendente de trabajo árduo, lectura acuciosa de los grandes escritores, trabajo persistente en la carpintería del verso, puede llegar a ser uno de nuestros mejores poetas.

¡Bienvenido, Andrés Toribio, a la poesía dominicana!

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