ALEXIS GÓMEZ-ROSA
Poesía, memoria e imagen de intramuros (1 de 2)

ALEXIS GÓMEZ-ROSA <BR>Poesía, memoria e imagen de intramuros (1 de 2)

POR AMABLE LÓPEZ MELÉNDEZ
Se trata de eso que hoy pocos recuerdan, lo del principio de autodeterminación de los pueblos, lo del derecho de la gente a elegir su propio destino.
Wilfredo Lozano, 2005.

La noche del pasado jueves 28 de abril un grupo de artistas e intelectuales dominicanos de distintas generaciones se reunió en la Biblioteca Nacional Pedro Henríquez Ureña. Esa noche excitante, absurda, mágica y presente, Víctor Villegas, Miguel Decamps, Wilfredo Lozano, Mateo Morrison, Diómedes Núñez Polanco, Juan Freddy Armando, Julio Cuevas, César Zapata, Plinio Chaín y Armando Almánzar Botello, entre tantos otros que ahora no recuerdo, esperaron y resistieron fascinados el paso de las horas hasta su «ultimo instante»: el de la puesta en circulación de libro «La Tregua de los Mamíferos (Escrito en llamas de abril, 1965)», sin dudas y para mí, la más comprometida y contemporánea entrega en versos del respetable, brillante y vital poeta dominicano Alexis Gómez-Rosa.

Aquí hay que aclarar que el principal «responsable» del autentico estado de fascinación que sobrecogía aquella noche a tantas «mentes» y sensibilidades distintas, no fue otro que el más tierno y jóven de todos los poetas que allí estaban. Víctor Villegas nos regalaba delicias al compartir algunas de sus más terribles y encantadoras anécdotas de artista adolescente y otras de sus más fuertes o reveladoras experiencias dentro del trujillato.

Así, los efectos de la alucinante performance, incitada, en primera instancia, por Wilfredo Lozano y Miguel Decamps, y ejecutada por el venerable duende risueño de Víctor Villegas, solo pudieron ser contrarrestados por la «aparición» del propio Alexis Gómez con una caja de libros que había logrado extraer milagrosamente desde las siempre resbalosas trampas entintadas de la «Matrix» de nuestra industria editorial.

Ahora bien, todos los poetas, intelectuales y artistas allí reunidos, especialmente Villegas y el mismo Alexis Gómez, estaban claros en que había una razón de fuerza mayor y esencial para el encuentro. Todos sabíamos que no se trataba únicamente del recibimiento y celebración de La Tregua de los Mamíferos. Es que ese día y esa noche estábamos conmemorando los cuarenta años de haber ocurrido uno de los hechos más estremecedores que registra el proceso histórico dominicano contemporáneo: La Revolución del 65, la Guerra de abril, la Revolución constitucionalista, la Guerra patria.

Wilfredo Lozano advierte lucidamente que: «A lo largo del poema llama la atención la influencia de la plástica en la manera del poeta presentarnos la realidad descrita. A través del verso se describen situaciones humanas donde la apelación al espacio y el color constituyen instrumentos imprescindibles para alcanzar el clímax emocional y el lirismo buscado».

Ciertamente, esta ultima advertencia señala un elemento característico y distintivo de la mas reciente obra poética de Alexis Gómez-Rosa. de Desde mi particular punto de vista, La Tregua de los Mamíferos se establece como una de las obras poeticas mas emblematicas de la relacion entre poesía, pintura, plástica, estética visual y reflexión critica en el Santo Domingo de las ultimas cuatro décadas.

Sale de mi un cuerpo a hurgar el cuerpo del día.
Crótalos, buitres, portaviones U.S. Navy,
alunecen visibles en mi balcón de luna invisible,
clausurando en mi cuerpo todo el azul de los días.
Espejos, pizarras, erosiones 105 milímetros,
cumplen su ley nostálgica de sangre
y los días de intramuros.

La Tregua de los Mamíferos es un libro materializado como testimonio y memoria de una ciudad invadida por 42,000.000 marines U.S. Navy. Ciudad sitiada desde adentro. Ciudad sublevada y liberada. «Ciudad que ha sido armada para ganar la gloria» y el signo trascendente. Entonces, resulta significativo el hecho de que Alexis Gómez decidiera ilustrar, tanto la portada como el interior de su libro, con una serie de imágenes que hoy resultan verdaderos iconos, no solo de la plástica de los 60 o del arte heroico de la Guerra de abril del 65, sino de toda nuestra producción visual de la modernidad. Me refiero a la obra pictórica «Ciudad Agredida»(1965) de Silvano Lora y a una serie de imágenes fotográficas del mismo año de Juan Perez Terrero.

Días aquellos de locura y bulimia, los días
negros del galope sordo hacia el abismo.
¡Flor de anacahuita!
A flor de asombro en escombro
se podía ver entre pañoletas y lápices en vigilia
el blando rumor de unos dientes de leche.
(Óleo sobre madera hecho de aullidos,
sangrando en su triste orfeón como boca brumosa
y pestilente.
Colección privada, 1965,
de la autoría del Condecito,
¿lo recuerdas?,
camisa negra y de palabra fácil, el hijo
de Severina Fererira).

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