Alexis Gómez – Rosa y el festín de la poesía

Alexis Gómez – Rosa y el festín de la poesía

POR PLINIO CHAHÍN
La exuberancia verbal no siempre se convierte en deliberada parodia o tiende, luego de su despliegue, al extremo laconismo. Puede también mantenerse en estado puro  sin renunciar a sus poderes, sin dejar tampoco de percibir sus límites. Expansión del lenguaje y refracción de la conciencia crítica pueden coincidir sin neutralizarse.

La obra de Alexis Gómez-Rosa (Santo Domingo, 1950), es el desarrollo simultáneo de este doble movimiento. Es ello lo que le comunica un sentido problemático. Es cierto que la intensidad de esa obra podría hacer pensar en una tendencia hacia el ascetismo y al despilfarro. Pero habría que admitir que esa exuberancia manierista es sobre todo obsesiva: no una voluntad barroca, mucho menos el gusto por lo que se llama hermetismo, sino una busca de intensidad disoluta.

De modo que la extensión de esta obra no excluye ni el poder verbal ni el poder imaginario en que aquél se funda. Alexis Gómez-Rosa habría que situarlo entre los mejores poetas dominicanos  de la Generación de Postguerra de los años setenta y del presente siglo.

Voces malditas o inocentes, víctimas o cómplices, todas ellas van formando el enjambre sonoro, gozoso, oscuro y luminoso de muchos de los poemas de Gómez-Rosa. Poemas que son un conjuro y a la par una obsesión: si Gómez-Rosa las «escucha» no es para convertirse en esa identidad un tanto pretenciosa que ahora llaman «testigo», sino por pura fascinación y hasta verdadera identificación.

Voces anónimas. Voces también de personajes conocidos que hablan de sus oficios. Ni prestigiosos ni anodinos, esos oficios se sitúan, sin embargo, en una cierta marginalidad: introducen la opacidad en lo impredecible.

Héroes
y payasos de una misma
escena: puedo adquirir,
por igual, enanos trompetistas
y ángeles bisexuales…

En otros poemas que continúan la misma línea narrativa, la persona poética de  Alexis Gómez- Rosa se transforma sucesivamente en un actor, vagabundo o buhonero. El viaje y la errancia, la aventura, la angustia y el dolor. Pero no se piense que con ello entramos en un mundo de símbolos, mucho menos de alegorías: creo que la poesía de Alexis Gómez-Rosa huye por igual de ambas tendencias. Otra cosa es decir que con ello se nos inicia en un trato ambivalente con lo real; sólo que ambivalencia no quiere ser acá equivalente de vaguedad, misterio, suspenso, alusiones secretas o cifradas. Por el contrario, Gómez-Rosa, practica una técnica de la yuxtaposición de planos nítidos y precisos, lo que es distinto a sustituir una cosa por otra.

En efecto, en el poema titulado «La nada totalitaria,» de «Cabeza de alquiler» del año 1990, ,  el poeta se desprende de su yo, en una ardua tarea por vencer el tedio y la angustia temporal:

No hay nadie.
Los hombres vienen
a declarar su partida
con la indulgencia
zodiacal
de un signo.

Arraigo y desarraigo: ¿no discurren entre estos dos polos de la poesía de Alexis Gómez-Rosa y la visión que ella nos da? Alexis Gómez-Rosa está en el mundo como si estuviera fuera de él; pero el mundo no le parece una falacia o una irrealidad: es una herida, un padecimiento, a la vez, que una fiesta y  un desengaño.  Se está en el mundo pero sin habitarlo de verdad. Así, para habitar «en él» hay primero que estar «contra él», cambiarlo.

Esta dialéctica del «en» y el «contra» rige gran parte de la experiencia de Alexis Gómez-Rosa y especialmente la del lenguaje: en y en contra el lenguaje, el suyo es la búsqueda por habitarlo. De suerte que su idea sobre la «manera de decir» como clave del poema cobra un sentido más complejo y profundo: no se trata de la voluntad de estilo, sino, de la voluntad de estallar todo estilo.

Uno de los rasgos dominantes en la literatura contemporánea—ya esto ha sido dicho mil y una vez—es el debate con y contra el tiempo. El tiempo, subrayemos lo esencial, como sucesión. Es obvio que una obra que encarne ese debate debe encarnar también una nueva escritura: la ruptura con el discurso, que, como tal, no puede ser sino discurso temporal. Lo importante, sin embargo, es llegar a precisar dos cosas: por una parte, hasta donde llega esa ruptura y si ella hace posible una  recomposición de la obra en sí misma; y, por otra parte, hasta donde la obra trasciende su debate con el tiempo y logra una verdadera liberación.

En la obra de Alexis Gómez-Rosa, por ejemplo, domina la incertidumbre de la vida: una suerte de ensimismamiento, irresolución y perplejidad dubitativa frente al tiempo. En su primer libro «Oficio de Postmuerte» (1973), se trata el tiempo de la caída, en su sentido ontológico, y del escepticismo.

En «New York City en tránsito de pie quebrado,» Premio de Poesía de Casa de Teatro del año1990, y, en gran parte de  sus poemas posteriores, el tiempo es una doble enajenación: social y histórica y, a la vez, metafísica. Todo su intento no es simplemente el de querer negar la muerte sino  de darle un sentido: morir de vida  y no de tiempo, como dijoVallejo.

El tiempo es monotonía, vacío, carencia de intensidad  y esto, por supuesto, contamina su experiencia del presente. Gómez –Rosa, en verdad, no vive en el presente porque quiere trascender la prisión que es para él;  de ahí que lo modifique continuamente.

A través de la memoria busca un pasado primordial e incorruptible: la infancia, el barrio, la ciudad, el hogar vistos en una suerte de ebriedad dionisíaca.

Estas críticas de Gómez-Rosa, aparte del gusto estético, corresponden por supuesto a una determinada visión del tiempo. Gómez-Rosa no es un simple historicista; no concibe el tiempo como una extensión que va progresando a través de una serie de puntos. Es más bien un bergsoniano: el tiempo como una continua duración y como una unidad indisociable; estamos en el tiempo y no podemos substraernos a él. Pero si bien el tiempo no es mera cronología sino sobre todo experiencia psíquica, el presente o el instante nunca llega adquirir— ni en Gómez-Rosa ni en Bergson—su propio relieve, no tiene sentido sino en el flujo mismo de la duración. Gómez-Rosa, podría decirse, vive  en el tiempo, pero no en el presente.

Alexis Gómez-Rosa,se acoge, también,  a lo que él llama «despojo apolíneo» («Me agita, zumbador, el mundo bacanal/de los sentidos», «Si Dios quiere y otros versos  por encargo», Premio Nacional de Poesía, 1992); y a la libertad a través de la ruptura con la lógica de la realidad; y, a los poderes de la imaginación, cuya función es semejante a la de la memoria: la nostalgia y el rescate de lo original.

Finalmente, en sus poemas sobre lo urbano, Gómez Rosa tiene acceso a una visión utópica: la trascendencia de la historia mediante un nuevo orden cósmico y revolucionario, y el advenimiento de un mundo regido por el erotismo y la fantasía. Gómez-Rosa intuye un tiempo distinto, sin lograr del todo escapar de la angustia de la sucesión, ni mucho menos liberarse de ella.

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