El 23 de junio de 1940, un día después de que Francia firmara un armisticio con Alemania y pasara a estar controlado de facto por los nazis, Adolf Hitler acudió a la ciudad de París en su tren personal para una histórica visita turística. La primera parada fue en la Opera, visitó los Campos Elíseos, La Madeleine, el Trocadero, la Torre Eiffel donde saco una fotografía que ha recorrido el mundo, la Saint Chapelle, el Arco de Triunfo y Los Inválidos, terminando en el Sacre Coeur.
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Luego del recorrido por los monumentos de París, Hitler exclamó que ese día era “el más feliz de su vida”. Hitler calificó a París como una joya europea de increíble belleza, pero que pronto estaría en segundo lugar pues había encargado a sus arquitectos que construyeran una Nueva Berlín que superara a la capital francesa. Nunca más Hitler visitó París. En agosto de 1944 ordenó al General alemán, Dietrich von Choltitz, que explotara los principales monumentos de la ciudad que tanto lo había impresionado, para que cuando la tomaran los aliados solo encontraran escombros. La orden fue ignorada para suerte de la humanidad.
El origen de la palabra “leyenda” proviene del verbo latino “legere” que significó originalmente “recoger o cosechar”, pero con el tiempo fue variando para querer decir “cosechar con los ojos o leer”. En el latín medieval se usó el gerundio del verbo: “legenda”, para significar “algo para ser leído”, como eran los libros sobre la vida de los santos. Dado a que las biografía de los santos era una mezcla de hechos comprobados y de fantasía, “legenda” fue adquiriendo un significado de hechos y sucesos más de tradición sin comprobar que de histórico o verdadero. El adjetivo “legendario” se aplicó y todavía se aplica a personajes que se destacaron en alguna actividad.