En Francia, antes de la Revolución Francesa, los condenados a muerte eran torturados o decapitados con una espada si eran nobles; con hacha si eran plebeyos con cierta consideración, pero si eran ladronzuelos o gente pobre del pueblo, eran colgados en la horca. Los falsificadores y herejes eran quemados vivos o en grandes calderos de agua hirviendo.
Al principio de la Revolución Francesa, en octubre de 1789, Joseph Ignace Guillotin, un Diputado y médico francés, presentó ante la Asamblea Nacional la propuesta para igualar las penas, utilizando la decapitación para todas las clases sociales por ser rápida y sin dolor.
Contrario a la creencia popular, la guillotina no fue inventada por Guillotin, sino que encargó al médico cirujano, Antoine Louis, de la Academia de Cirugía, el diseño de un nuevo aparato de ejecución, que con la colaboración de Tobias Schmidt, un fabricante de arpas alemán y el verdugo de París, Charles-Henri Sanson, tomaron los diseños existentes: en Italia el “Mannaia” y en Escocia la “Maiden”, lo mejoraron para lograr mejores y seguros resultados.
El 25 de abril de 1792, Nicolas-Jacques Pelletier, condenado por robo a mano armada, fue el primer en ser ejecutado en la nueva creación. Se instaló una guillotina en la actual Plaza de la Concordia, donde fueron decapitados Luis XVI, María Antonieta y Robespierre. Se estima que a lo largo del periodo del Terror fueron ajusticiadas mediante guillotina 16,594 personas en toda Francia, de las cuales 2,622 fue en París, mayormente en la Plaza de la Concordia.
El último en ser decapitado fue Hamida Djandoubi, el 10 de septiembre de 1977. La pena de muerte fue abolida en Francia por el presidente F. Mitterrand en 1981.
Guillotin no murió guillotinado como muchos creen, murió en su casa en 1814 y lamentó hasta sus últimos días que su nombre quedara asociado a tan horrendo aparato.