La bella y famosa “Fontana de Trevi” en Roma, Italia, fue nombrada así porque en ese lugar se unen tres calles, a lo que los romanos llamaron “trívium”. Hace más de dos mil años existía en el mismo lugar una pequeña fuente que fue abandonada y destruida.
Durante el Renacimiento, el Papa Urban VIII, encomendó al arquitecto Gian Lorenzo Bernini la restauración de la fuente, sin importar que allí ya estaba el “Palacio de Poli”, perteneciente al duque de Poli, construcción del siglo XVII. Al morir el Papa, el proyecto se paralizó. En 1730, el Papa Clemente XII retomó la restauración y contrató al arquitecto Nicola Salvi para el trabajo. Lamentablemente murió antes de finalizarla y la completó Giuseppe Pannini en 1762, trabajo realizado en mármol travertino traído de la ciudad de Tivoli.. Parte de la construcción ya existente fue demolida para hacer espacio para la nueva fuente y es por eso que está adherida al edificio.
Sorprendentemente, todavía hoy, el agua que suple a la Fontana de Trevi proviene desde su inicio, del acueducto romano “Acqua Vergine”, construido por el yerno del emperador Augustus, Marcos Vipsanius Agrippa, uno de los 11 acueductos que daban agua a la ciudad de Roma y es el único que todavía funciona.
El promedio anual de monedas que son lanzadas a la fuente por los visitantes es de aproximadamente un millón de Euros, cantidad que es donada a la beneficencia.
La tradición de arrojar monedas a la fuente se popularizó por la película “Three coins in the Fountain” (Tres monedas en la Fuente), de 1954. En la cinta cinematográfica decía que si tira una moneda volverá a Roma, si tira dos monedas encontrará el amor en alguien que conocerá en la fuente, y si tira tres monedas, se casará con el amor que encontró. Por cierto, en la esquina de la Fontana venden unos de los mejores “gelatos” que he degustado.