Algo huele mal…

Algo huele mal…

FERNANDO I. FERRÁN
Abundan los signos a todo lo largo y ancho de la geografía continental, y también del territorio nacional. Van desde el plano político hasta el económico y el cultural. Sin embargo, a pesar de que la humanidad no se formula preguntas que no pueda responder, el problema que tenemos por delante no deja de estar a la medida de un esfuerzo en vano. El problema resulta ser la pobreza. Nada más y nada menos que el Fondo Monetario Internacional acaba de publicar un informe titulado «Estabilización y reforma en América Latina» en el que, entre otras cosas, señala el aumento espectacular de la pobreza en esa región durante la última década.

El Fondo confirma otros estudios similares e indica que ahora hay 14 millones de pobres más que hace diez años, alcanzándose un total de 214. Esto significa que casi un 45% de la población de América Latina está en situación de pobreza.

Asumo que a nadie debe extrañar entonces que se esté a la búsqueda de una fórmula para salvaguardar la democracia. Pero, ¿salvarla de qué? Del estallido social que está por conmover, no ya a una u otra nación, sino a todas, en fila india.

En efecto, la salida forzada del ex presidente ecuatoriano Lucio Gutiérrez refleja la creciente fragilidad de las democracias latinoamericanas. En las últimas dos décadas, desde que el presidente boliviano Hernán Siles Zuazo renunció bajo presión en 1985, ha habido 14 presidentes democráticamente electos de América Latina y el Caribe que fueron forzados a renunciar a su cargo. En la mayoría de los casos, han sido derrocados por golpes legislativos o disturbios en las calles en que los militares se rehusaron a restablecer el orden.

Y dicho sea entre paréntesis y en párrafo aparte, no debemos olvidar en este contexto un caso colindante: el originado por el descrédito de los partidos políticos tradicionales, en función del cual el voto popular ha aupado reiteradas veces a la cima presidencial a un ex militar golpista como el presidente venezolano Hugo Chávez.

¿Qué huele mal, no en Dinamarca, como advirtió el príncipe Hamlet, sino entre nosotros?

La cultura democrática en América Latina deja mucho que desear. Le falta liderazgo, aunque abundan gobernantes, gobiernos, aspirantes y partidos políticos. Carece de transparencia, debido a poderes fácticos e intereses mercuriales. Adolece de institucionalización, por exceso de arreglos de aposento y clientelismo. Y brilla por su ausencia el rigor de la justicia, como resultado del tráfico de influencias y de su secuela, la impunidad.

Por todo ello, que en tierra dominicana nadie se duerma en sus laureles. Todo lo anterior acontece, a veces con creces, al interior de nuestras fronteras.

¿Acaso no es indiscutible que llevamos dos procesos electorales en los que el 50% o más de los electores respaldan a su presidente, pero éste es incapaz de gobernar dando muestras de liderazgo e innovación institucional, en ausencia de un nuevo pacto social aupado por la voluntad popular y en aras del bien común? ¿Que las investigaciones, incluso las avaladas por paneles de expertos, no conducen a sentencias definitivas en los tribunales y que la compra-venta más simple parece teñirse de corrupción, al igual que las obras cedidas grado a grado, aunque no sólo éstas?

Las cosas así, ni ha sorprendido ni podía sorprender el dictamen del último informe del Banco Mundial: la economía dominicana tiene serios problemas para atraer inversiones y ser suficientemente competitiva.

Y tiene problemas, añado yo, porque algo huele mal en esta sociedad en la que la historia pareciera cíclica y la falta de comportamiento ético y de solidaridad social endémica. Donde se valora el pedestal de la politiquería y de la ostentación y no el ara de la excelencia, del esfuerzo y de la abnegación personal. Y todo porque una y otra vez se quiere poner el vino nuevo del progreso y de la modernidad en los odres viejos del clientelismo, de la corrupción y del culto a la personalidad. Por eso siguen cayendo gobiernos en las calles latinoamericanas y, en las nuestras, nos llevan dando tumbo, de escándalo en escándalo y de frustración en frustración.

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