Después de la resistencia manifiesta de los obispos a variar los términos de la Carta Pastoral de enero de 1960, Trujillo recrudeció la violencia y el hostigamiento contra la Iglesia a nivel nacional. El acoso incluyó amenazas y apresamientos, violaciones de templos y campañas difamatorias por radio y TV.
Los organismos represivos, con el SIM a la cabeza, se dedicaron a colocar bombas y municiones en el interior de los templos para incriminar a sacerdotes y religiosos en supuestos planes subversivos contra el regímen.
Al mismo tiempo, se emprendió un plan de robo de vehículos pertenecientes a congregaciones religiosas para dejarlos abandonados, repletos de botellas de ron y cerveza vacías, en frentes de prostíbulos, bares y casas de citas.
El coronel Johnny Abbes García, jefe del temido SIM, en una vulgar acción, dirigió un atentado contra el arzobispo Ricardo Pittini, en el que se buscaba asesinarle o herirle, pero los sicarios se limitaron a prodigar un gran susto al anciano y ciego mitrado. Escenificaron una reyerta entre dos de los delincuentes, en la que uno corría detrás de otro, blandiendo armas blancas y revólveres. Los sicarios penetraron violentamente a la iglesia donde estaba Pittini y sostuvieron un intercambio de disparos, pero felizmente no lograron impactar al obispo. Los antisociales se hirieron mutuamente con un saldo fatal para uno de ellos.
Dentro del mismo contexto de la campaña sucia y aprovechando una salida a Puerto Rico del nuncio Lino Zanini, el canciller de la República, Lic. Porfirio Herrera Báez, comunicó al encargado de negocios de la Nunciatura que para el Gobierno de Trujillo, la ausencia del nuncio resulta provechosa para las mejores relaciones con la jerarquía eclesiástica en el país, por lo que vería con agrado que el extrañamiento del religioso se prolongara indefinidamente. En síntesis, Zanini estaba siendo declarado persona no grata por la dictadura.
Mientras en la Nunciatura se analizaba la carta de Herrera Báez, los estrategas de la campaña disociadora cursaron invitaciones presuntamente emitidas por la delegación papal para un supuesto encuentro social del padre Zanini con las autoridades del Gobierno y miembros del cuerpo diplomático, tras su regreso de su viaje a Puerto Rico.
Trujillo y su hermano, el presidente Héctor Bienvenido Trujillo (Negro), se presentaron puntualmente a las puertas de la legación del Vaticano, en la avenida Máximo Gómez, para recibir sorprendidos la información de que no había salido de allí tal invitación y que, por tanto, la recepción no habría de realizarse.
El dictador y su hermano partieron del lugar, así como todas las demás personas invitadas, quienes continuaron llegando incesantemente en el transcurso de la jornada, para terminar retirándose confundidas, y en cierto modo, molestas, pero sin poder emitir comentarios de ninguna especie, puesto que todos estaban contestes de lo que sucedía.
En una actitud preventiva, el nuncio Zanini cerró las puertas de la nunciatura y abandonó el país, dirigiéndose a Puerto Rico y más tarde a Roma, para observar desde allí el giro de los acontecimientos. Ese hombre no sabe con quién se mete. Todos los que se me opusieron han muerto, proclamó proféticamente Lino Zanini, a un alto funcionario trujillista momentos antes de abordar el avión con destino al extranjero.
El ministro de Justicia, Mario Abréu Penso, atendiendo instrucciones precisas del Jefe, días después de la partida de Zanini, dirigió una comunicación al Presidente Negro Trujillo, en la que acusaba al sacerdote de fomentar el comunismo, la anarquía y la revolución, ante cuyos hechos demandaba la expulsión de la cúpula del clero católico, como forma de proteger las familias y asegurar la paz y la estabilidad del Estado.