Algo que decir sobre el Primer  Festival de Poesía

<SPAN>Algo que decir sobre el Primer  Festival de Poesía</SPAN>

CHIQUI VICIOSO
Kew Gardens es un jardín en estos días. Hay cerezos en flor por todas partes. Todos los matices del rosado y del lila. Es primavera, un canto al espíritu.

Llamé a mi madre para contarle sobre estos maravillosos verdes y me habló de un artículo donde mi comentario sobre el viajar y poder encontrarse con amigos y amigas poetas se consideró como un viaje del ego, aunque se hizo lamentando que otros poetas no tengan esa posibilidad de intercambio que les puede subsanar un festival.  Y ciertamente que es un viaje, no del ego sino de los sentidos, que nos permite respirar y sobrevivir las pequeñeces de nuestra amada y complicada media isla.

Aclaro que nunca renuncié a participar en el Festival de Poesía porque, aunque tengo una carta de Lantigua invitándome a ser parte de la comisión organizadora, nunca logré enterarme de cuándo eran las reuniones, y de eso tengo como constancia las copias de mi e.mails y cartas. No se puede pues renunciar a lo que no se ha pertenecido.

Aclaro también que nunca dije que no leería, porque no había sido consultada aun sobre las posibles fechas y horario de las lecturas, y que fui a la inauguración porque ese Festival fue financiado por el Estado Dominicano, es decir, era propiedad del país, no de una minoría, o guethoe, empeñada en definir y controlar no solo el devenir poético de la nación, sino de toda la cultura del país.  Proceso en auge que se viene gestando desde hace tiempo, y cuyos protagonistas ex izquierdistas, arribistas sociales y personas ligadas al gran capital, conocemos muy bien.

Aclaro que cuando me llamó Clave Digital para una entrevista dije que  el Festival era un acierto y que esperaba se lograra institucionalizar, como los festivales de teatro y danza que se realizan todos los años. Dije que su convocatoria se podía ampliar y mejorar con la inclusión en su comité gestor de poetas del interior, y que no me sorprendía la exclusión ni el discrimen por quienes intentaban constituirse en los dueños del decir poético, porque es esa una tradición vieja en nuestro pequeño país, y para muestra solo hay que recordar la exlusión de la poeta petromacorisana Carmen Natalia Martinez Bonilla por parte de los poetas sorprendidos porque el crítico Contín Aybar, de una facción literaria contraria, le había escrito una crítica favorable.  Son pequeñas escaramuzas, de las cuales nos salvan el avión y la universalidad de un ejercicio que o sirve para ser mejores, o nos vuelve mezquinos.

Habiendo hecho estas aclaraciones, cuál fue el gran aprendizaje del Primer Festival de Poesía realizado en la décima versión de la Feria del Libro?

Fue el descubrir que para todo y toda poeta es necesario definir para quién o quiénes se escribe, ya que si caemos en la tentación de escribir para impresionar a otros poetas, práctica muy generalizada entre ciertos grupos, corremos el riesgo de que suceda lo que vimos en el Festival, que a poetas clasificados como genios no pudiéramos sencillamente entenderlos.

Y este aprendizaje comenzó con el primer poeta que leyó en la apertura del Festival el mexicano Juan Banuelos, con un poema que se llama “EL CIEGO”, sobre una matanza de indígenas en Chiapas y los esfuerzos de un no vidente por conducir a las mujeres y niños a un lugar seguro. Juan, quien es miembro de la Comisión de Mediación por la Paz, de Chiapas, sencillamente recogió el testimonio de ese hombre cuyo hablar era todo  poesía, y del modo más sencillo sentó el tono para los otros poetas invitados, quienes, uno a uno, fueron sacando de sus cuadernillos y libros  poemas que narraban la historia de sus paises y la lucha de su pueblos. Así, Ledo Ivo, figura emblemática de la Semana de Arte Moderno del Brasil, leyó un poema sobre la “impertinencia” de los pobres, lleno de ironías y sarcasmos;  el del Perú un poema similar y el de Costa Rica un Padre Nuestro y un poema sobre los políticos y el amor por el poder muy contundentes.

Una risita nerviosa comenzó a llenar la sala, proveniente de algunos de nuestros poetas, algunos enfracascados en el no decir de la palabra, en la poesía del pensar, o el pensar de la poesía, y el último guay de la crítica norteamericana y europea, porque por encima de todos los sofismas y viajes del ego, se impusieron las voces de América y sus pueblos, en los poemas de los mismos poetas (todos muy galardonados) que habían sido invitados, a todo costo, por el Festival.

Y, !Oh, horror! la “descartada” poesía social de los 60 y 70 mandaba al traste toda la complicada discusion sobre el ejercicio poético de la última década en la República Dominicana, tan lejos de Dios y tan cerca de Norteamérica, como dijo un poeta cuyo nombre no recuerdo ahora.

Declaro que me sentí feliz, y que mis amigos y amigas poetas se sintieron felices, porque sentado entre los poetas nos pareció ver a un sonriente Pedro Mir, y a un adusto Juan Bosch recordándonos que lo último que debe perder un escritor o escritora es  la confianza en su decir, y su derecho a cuestionar vedettismos y reputaciones,  sobretodo si entre sus sueños está (!Oh aspiración de posteridad!)  no ahogarse en el lago de los Narcisos y acercar el oido al silente rugido de la multitud.

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